Por WALTER GALLARDO

Desde MADRID, ESPAÑA

Sólo dos candidatos tienen posibilidades de llegar a ser presidente del próximo gobierno de España este domingo: Pedro Sánchez, del Partido Socialista, actualmente en ese cargo y aspirante a la reelección, y Alberto Núñez Feijóo, líder del derechista Partido Popular. La pugna, sin embargo, no la libran dos formaciones políticas como en un contraste entre blanco y negro sino dos bloques de apoyos a esas fuerzas, en un fenómeno de confluencias y alianzas.

El régimen parlamentario español propicia que quien reúna más avales en el Congreso se lleve la presidencia del gobierno, independientemente del resultado individual. Es decir, el candidato que consiga más diputados a su favor, ya sea de su partido o la suma de los suyos con los de otros, acaba siendo presidente. De esa manera, salir triunfador en las urnas no garantiza la obtención del cargo, excepto en caso de mayoría absoluta, fijada en 176 escaños. A diferencia de otros sistemas, el español no contempla segunda vuelta sino repetición de elecciones cuando se produce un bloqueo.

¿Y cuál es el panorama? Si vemos todas las encuestas, ni Sánchez ni Feijóo tendrían por sí mismos suficientes votos para alcanzar la mayoría. El segundo lleva desde hace semanas una ventaja sostenida, pero no tan holgada como para dormir tranquilo. Y ahí está el punto central para los dos candidatos: su capacidad o habilidad de pactos con otras fuerzas.

El Partido Popular sólo se siente capaz de hablar con Vox, una corriente de ultraderecha, heredera del falangismo, que causa urticarias entre las feministas, inquietud entre los inmigrantes, rechazo absoluto de los grupos ecologistas, protestas del mundo de la cultura y repulsión en la comunidad LGTBI. Ya gobiernan juntos en Castilla y León desde hace un año con innumerables polémicas y han ampliado su sociedad después de las elecciones municipales y autonómicas del pasado 28 de mayo, las mismas que dieron la espalda a la izquierda y obligaron a Pedro Sánchez a adelantar la convocatoria general. Allí donde actúan en conjunto, Vox exigió a cambio de su apoyo a los populares, la eliminación de las dependencias de igualdad y de medio ambiente, elevaron las corridas de toros a una condición cultural superior y en los primeros días de gestión prohibieron con argumentos retorcidos una obra de teatro de Virginia Woolf, otra de la cantante y actriz Ana Belén mientras ponían a un torero de vicepresidente en una comunidad tan importante como la de Valencia. Estos antecedentes hacen que muchos se pregunten qué significaría en materia de recortes de derechos este matrimonio en el gobierno nacional.

Por su lado, el Partido Socialista cuenta con un abanico más amplio de negociación. En principio, su socio natural y ya reconocido públicamente, sería Sumar, un partido que lidera la vicepresidenta Yolanda Díaz, estrella emergente y carismática de la izquierda. Teniendo en cuenta que se aplica el sistema D’Hondt, el tercer puesto podría inclinar la balanza para un bloque o para el otro. Y en esa pelea se enfrentan Vox y Sumar, igualados en los sondeos. Otros socios del socialismo están en Cataluña, con fuerzas independentistas; en el País Vasco, donde la derecha apenas tiene presencia, y en comunidades autónomas representadas en el parlamento por formaciones locales que ya le ofrecieron su respaldo a Sánchez para ungirlo presidente hace unos años.

Respecto a los perfiles políticos de Sánchez y Feijóo, existen distancias generacionales de peso, que marcan sus comportamientos públicos, el lenguaje, la carrera profesional de cada uno y el modo de manejarse en la escena internacional. Sánchez es doctor en economía, habla fluidamente inglés y exhibe comodidad y soltura al lado de líderes mundiales con los que ha establecido una gran sintonía. Ha demostrado una alta capacidad de supervivencia, dentro y fuera de su partido, y una ambición que en repetidas ocasiones le ha hecho desdecirse de antiguas promesas electorales para mantenerse a flote. Ha conformado el primer gobierno de coalición de la historia española junto a Podemos, un socio conflictivo y embarazoso por momentos. La precariedad parlamentaria de sus huestes lo obligó a pactar leyes también con la formación vasca Bildu, cuya simpatía con la banda terrorista ETA, ya desaparecida hace 12 años, es por todos conocida. Estos acuerdos le han pasado factura ante la opinión pública. En cualquier caso, el mandato de Sánchez ha transcurrido en tiempos extraordinariamente difíciles: a poco de su asunción se declaró la pandemia, debió afrontar una serie de desastres naturales en el país y una guerra, la de Ucrania, que provocó un cimbronazo en toda Europa por el encarecimiento de las materias primas y la energía. Pese a todo, hoy puede presumir, como de hecho lo hace a diario, de los obstáculos superados con éxito: la economía española crece por encima del resto de la zona euro, la inflación está en el 1,9 % y la creación de empleo ha marcado récords. A esto se suma su gestión para la llegada de un enorme balón de oxígeno con los fondos europeos: 140 mil millones de euros, la segunda partida más alta, después de la otorgada a Italia, para solventar la crisis creada por el Covid.

Feijóo, en tanto, es abogado y un hombre sin sofisticaciones urbanitas, formal y con maneras de líder regional, acostumbrado a interpretar y doblegar los temperamentos de provincias. Algunos creen que esas cualidades equivalen a la seriedad y sensatez que podría trasladar a toda la nación y a su eventual administración, y otros que esas son precisamente sus limitaciones para salir al mundo con determinación y energía o para entender a las generaciones más jóvenes en una sociedad en vertiginoso cambio. Se hizo con el timón de su partido tras una noche de cuchillos largos en la que se obligó a renunciar a Pablo Casado, el anterior presidente, y a parte de su equipo, y desde entonces empezó a ganar un respaldo unánime a su candidatura. En su haber cuenta con cuatro mayorías absolutas en Galicia y una larga carrera en distintos cargos públicos. Se le critica su escasa red de amistades europeas, su carácter dubitativo ante los desplantes de otros líderes de sus filas y la falta de arrojo en políticas sociales. Hasta ahora no se lo ha visto del todo cómodo en el escenario nacional y, para colmo, en las últimas horas ha debido defenderse de una antigua amistad con el narcotraficante Marcial Dorado, con quien se lo fotografió en los 90, compartiendo vacaciones en un yate privado. Su argumento fue peor que el silencio: “sabía que había sido contrabandista, pero no narcotraficante”.

Los dos candidatos representan claramente dos modelos distintos, incluso casi antagónicos: Sánchez propone, entre otras cosas, seguir en una senda de ampliación de derechos sociales, sostener la economía con el reparto de cargas, con gravámenes a las grandes fortunas, como los impuestos a la banca o a las grandes eléctricas que están ahora en vigor, y un plan de desarrollo industrial ligado a las energías limpias y a los postulados de la agenda 2030 de las Naciones Unidas. Feijóo habla, por el contrario, de bajar impuestos para generar más actividad económica, derogar leyes como la de Memoria Histórica que intenta reparar el daño provocado por la dictadura franquista o la de eutanasia, eliminar ministerios como los de Igualdad o de Consumo, que han sido polémicos, y achicar el déficit público con un plan de austeridad al estilo más conservador.

Pero no todas son diferencias. En algo están igualados: ambos deberán ceder ante sus futuros socios. Para conseguir los apoyos, por los que deberán pagar un precio muy alto, algunas ambiciones y propuestas deberán quedar por el camino y ellos, los candidatos, Sánchez y Feijóo, ya no serán para entonces quienes prometieron sino lo que negociaron ser.