Con Beauty es posible hacer en Tucumán la gran “Sex and the City” y salir de compras hasta el punto de que no alcancen los brazos para cargar tantas bolsas. Pero la magia no se agota en esa escena, sino que resulta sólo el comienzo de las muchas otras posibilidades que la emprendedora Milagros Esper imaginó a los 16 años, cuando iba al secundario y sentía que la pandemia no se acababa más. Con 20 recién cumplidos, tres locales y nueve colaboradores, Esper revela que cayó en la cuenta de lo que había logrado con su modelo de comercialización de ropa usada de marca cuando un día vio que los clientes hacían filas eternas para entrar a Beauty. Observó la cola, la registró con el celular y siguió trabajando como desde niña: con ese recuerdo en la cabeza, hoy dice que lo más difícil es, como estipula el lugar común, arrojarse a la piscina.

“El secreto para mí es empezar: animarse y arrancar. Hay mucha gente que dice que quiere emprender, pero no se anima a dar el primer paso. Para emprender es fundamental que te guste tanto lo que hacés que no lo veas como un trabajo. Pero el primer paso es comenzar: lanzarse, meterse y darle para adelante. Para lograrlo no hace falta ser inteligente ni la mejor, sino animarse. Yo lo hice mientras iba al colegio”, comenta durante una entrevista en la Redacción de LA GACETA.

Beauty nació cuando Esper cursaba el cuarto año en el colegio Santa Rosa y el coronavirus hacía desmanes. ¿Por qué montar un emprendimiento a una edad donde lo típico es estar pensando en el viaje de egresados? “A mí siempre me gustó vender. Con 12 años hacía muffins y se los ofrecía a los obreros que trabajaban en el barrio. No ganaba plata, sino experiencia. También hacía comida y la vendía en el colegio. Nunca actué así por necesidad porque a mí no me faltaba nada: era yo la que no quería que mis padres me mantuvieran. Me acuerdo que mi mamá me retaba por los despioles que armaba en la cocina. Yo esperaba que todos se fueran a dormir y a las 11 de la noche me ponía a hacer una tarta para venderla en porciones al otro día”, relata. ¿Qué la ponía a trabajar cuando podía estar plácidamente en la cama? Responde: “las ganas de independencia. Saber que yo me había ganado la hamburguesa que salíamos a comer el fin de semana”.

Modelo paterno

Vendió sándwiches de ternera, pochoclo y barritas de cereales hasta que le propusieron pasarse a la indumentaria. Esper cuenta que quizá influyó en ella el ejemplo de su padre Fernando, quien empezó a trabajar desde chico. “Cuando arranqué con Beauty y vi que funcionaba, mi papá me dijo que ese emprendimiento era el fruto de todos los errores que había cometido en el pasado y que no habían logrado echarme para atrás. A lo mejor eso fue así porque a mí la plata nunca me movilizó. Yo pienso si me gusta lo que estoy haciendo. Al día de hoy trabajan conmigo nueve personas y eso no cambió, aunque por supuesto soy consciente de la responsabilidad que implica pagar sueldos”, refiere.

Con poco más de un metro y medio de estatura, y convicción total, Esper insiste en que ella emprendió sin necesitarlo desde el punto de vista material. Luego asegura que la falta de necesidad inmoviliza. Por eso la enorgullece haberse puesto a vender ropa usada primero con dos amigas: eran prendas que ellas mismas ya no empleaban o que les daban terceros. Al poco tiempo, se decidió a vender sola desde su casa. Explica que en mayo de 2020 se abrió de sus socias porque ella pensaba en “el negocio” y, por ejemplo, aspiraba a hacer ferias en un hotel bien puesto: con esas “situaciones sociales grandes” soñaba durante la cuarentena.

Beneficio colectivo

Los inicios en soledad fueron muy desafiantes porque, según cuenta Esper, se quedó sin mercadería y, para conseguirla, no le quedó otra que escribir a desconocidos que encontraba en Instagram, y explicarles que ella había creado un emprendimiento que se llamaba Beauty y que estaba dispuesta a vender la ropa que ellos ya no empleaban.

“Hola, soy Milagros, avisame si querés que busque las prendas”, decían los mensajes que se dedicó a mandar. Para hacer los envíos se valía de un taxista con permiso para circular que le dejaba las bolsas en la puerta de su domicilio. “Mis proveedores confiaron en mí y en que yo les iba a pagar si hacía las operaciones. Entonces, mostraba la ropa y me mostraba en Instagram, e hice muchísimas ventas. A mí me parece importante aparecer (en las redes sociales) porque siempre hay que saber a quién se le está comprando”, acota. El caso es que a las pocas semanas la sala de estar de la familia Esper ya no daba abasto y la mamá de la emprendedora la conminó a llevar el negocio a otra parte.

BEAUTY. Nació cuando Esper estaba en cuarto año del colegio Santa Rosa LA GACETA / FOTO DE DIEGO ÁRAOZ

Gracias a la presión de su progenitora, la adolescente se pone a buscar locales, encuentra uno pequeño en Quara, la galería ubicada en el Camino de Sirga, y lo alquila. “Mis padres me ayudaron a pintarlo y abrí el espacio con turnos por las medidas de aislamiento. Pero me acuerdo que estaba en el colegio, y lo único que quería era que se acabara la pandemia para ir a trabajar y hacer las ferias”, rememora. Acto seguido precisa que las mencionadas ferias son acontecimientos mensuales para los que se reúnen numerosas prendas usadas: a esa oferta, ella agrega regalos, música, comida y otras atracciones que hacen de la visita a Beauty un acontecimiento imperdible.

“Mi negocio es que todos ganemos: ese es el lema. Gana el ambiente porque lo dañamos menos con nuestros consumos; ganan los que venden a partir de algo que ya no usan y los que compran ropa que quizá de otro modo no podrían tener; ganamos nosotros y también ganan las marcas porque no estamos en contra de ellas, sino que prolongamos la vida útil de los productos”, enumera Esper. A esto agrega que gana el equipo: “yo quiero ser líder, no jefa. Y quiero que mis trabajadores en relación de dependencia no sientan que tienen un techo, sino que pueden crecer todo lo que deseen. ¿A mí de qué me sirve ganar millones si la gente que me acompaña no está feliz?”.

Dos veces amadas

Con esas ideas, Beauty creció de manera acelerada y pronto el primer local quedó pequeño para la cantidad de prendas y de clientes que atraía. A todo esto Esper seguía yendo al colegio mientras hacía malabares para contener ese movimiento: se levantaba a las cinco para etiquetar ropa y pasaba el resto del día en el negocio, con un cuaderno donde apuntaba a mano el movimiento. No había pasado un año desde la apertura cuando la emprendedora ya estaba planteándose una mudanza a otra tienda más grande. En paralelo, Esper concretó su primer objetivo: comprarse un auto. “Pienso en lo que pasó y creo que no fue suerte. Evidentemente hay algo de causa y efecto. Lo contrario del éxito no es el fracaso, sino no moverte. Yo me mataba trabajando”, reflexiona.

Gracias a un préstamo que le dio su abuelo, la fundadora amplió Beauty (se mudó a otra unidad más grande de la misma galería Quara) y pudo incorporar ayuda: primero acudió a sus amigas y, luego, buscó gente con mayor preparación. Así llegó a Verónica Manzur, la madre de un compañero que hoy hace las veces de “mano derecha” y mantiene en órbita el emprendimiento cuando la fundadora se va de viaje. Es que, en el medio de este giro, Esper se las ingenió para pasar seis meses en Miami, en dos temporadas distintas, donde, para no perder la costumbre, trabajó de lo que pudo: fue mesera, anfitriona de restaurantes, cuidó chicos, etcétera. La emprendedora se entusiasmó con vivir afuera, pero no pudo: Beauty la esperaba y reclamaba con una actividad desbordante.

“Cuando volví encontré gente que hacía cola 21 horas antes del horario de apertura. Obviamente no me podía ir: no era el momento. Pero sí empecé a ordenarme porque ni siquiera sabía cuánto dinero ingresaba”, explica. Al poco tiempo, a Esper se le presentó la oportunidad de abrir un nuevo local en el centro de San Miguel de Tucumán (Junín 64, piso 2). “Mi intuición me dijo que debía tomarla y aprovecharla para consolidar la estructura porque mi objetivo era que el negocio funcionara sin mí. Y lo logré: acabo de regresar de Miami y todo siguió andando”, celebra.

Beauty funciona así: un espacio llamado Punto Circular recibe las prendas usadas, chequea si cumplen los criterios de aceptación, las tasa y las etiqueta (los proveedores reciben su dinero tras la venta). Según Esper, la ropa proviene de alrededor de 800 fuentes diferentes. “Empezamos con 10, y entre marzo y julio de este año sumamos 200”, apunta. La emprendedora calcula que comercializó casi 20.000 productos desde que abrió su proyecto. Un detalle de Beauty es que sólo vende artículos (también calzado y accesorios) de marcas nacionales y extranjeras en buen estado de conservación. Aunque el nombre del emprendimiento induzca a creer que sólo se dedica a mujeres jóvenes, ocurre que este ofrece opciones para todos los segmentos, incluidos hombres y niños. “Si llevás algo para vender en Beauty, tenés que pensar si vos realmente lo comprarías”, manifiesta la dueña. Y añade: “recirculamos prendas que son amadas dos veces”.

Arriba a las 5 AM

En medio de tanto vértigo, la emprendedora terminó la secundaria, y se inscribió en Comercialización y Administración de Empresas en la Universidad de Palermo, pero dejó en suspenso los estudios virtuales. “No voy a mentir. Me fui de mi casa a los 18 y a veces la ansiedad me consume. Me encantaba la facultad, pero la viví como una gran presión. Llegué a un punto donde me di cuenta de que no lo estaba haciendo por mí”, admite.

Al igual que otros adolescentes y jóvenes, Esper rechaza las fronteras geográficas: pertenece a Tucumán y, también, al mundo. Pero cree que hay futuro aquí, en su provincia natal, y en la Argentina, y lo manifiesta en estos términos: “este país sí te pone freno en muchas cosas, como, por ejemplo, la incapacidad de saber qué va a pasar mañana. Esa incertidumbre existe. También creo que muchos de los que dicen que no hay futuro acá no se movieron para tenerlo. Mi sensación es que los que se mueven, logran un futuro de algún modo. Yo estuve en Miami y vi que la mayoría de los que inmigraron no construyeron nada en la Argentina. Y la verdad es que entiendo que estén allá: si yo no hubiese hecho Beauty, me quedaría en Estados Unidos”.

Para Esper está claro que nada llega de arriba y que las cosas salen si uno se levanta a las 5 de la mañana a buscarlas. “Si vos me preguntás a mí qué prefiero, si poner una sucursal nueva en Miami o ponerla en Salta, te digo ‘Salta’ porque no hay nada mejor que hacer nacer algo donde todos ganemos en la propia casa de una”, manifiesta. La emprendedora se dirige hacia allí sin titubear: quiere que el sistema de Beauty sea conocido en el país entero y por suerte tiene una vida para conseguirlo.

ESPER. La emprendedora asegura que la falta de necesidad inmoviliza.

La receta de Beauty

Vender ropa usada de marcas nacionales y extranjeras a precios accesibles.

Hacer que todas las partes del negocio ganen.

Contribuir al cuidado del ambiente.

Usar las redes sociales de un modo transparente.

Organizar grandes ventas con el formato de feria, con música, comida y otras atracciones.

ASEL EMPRENDIMIENTO EN INSTAGRAM: @BEAUTYTUC_.