Cuando se lanzó el Telescopio Espacial James Webb, el 25 de noviembre de 2021, el mundo quedó maravillado por las características técnicas del mismo. Los astrónomos esperaban resultados importantes. Desde su lanzamiento hasta que estuvo completamente operativo pasaron varios meses. Recientemente se cumplió un año desde que se recibieron las primeras imágenes científicas.
Lo que se conoce poco es cuándo se originó este proyecto y cómo se desarrolló.
El proyecto se inició en 1996, cuando se propuso la construcción de un nuevo telescopio espacial de alta resolución, con instrumentos sensibles que pudiese superar lo observado por el Telescopio Espacial Hubble. Recordemos que el Hubble se había lanzado en 1990, después de algunos retrasos por el accidente del trasbordador espacial Challenger. En ese momento no se sabía que después de 30 años seguiría funcionando en óptimas condiciones. Las agencias espaciales de Estados Unidos (NASA), Canadá (CSA) y Europa (ESA) se hicieron cargo del proyecto.
El telescopio observaría radiación infrarroja, por lo que era necesario que estuviese fuera de la atmósfera terrestre. Se eligió ponerlo en una órbita estable a más un millón de kilómetros de la Tierra, lo que es el punto de Lagrange L2. El telescopio tendría un espejo de 6,5 metros de diámetro, formado por 18 espejos hexagonales y recubiertos de oro para que refleje la radiación infrarroja.
El presupuesto era de un millón de dólares y un lanzamiento propuesto para 2007. Ni el plazo, ni el presupuesto se cumplieron, pero hay que tener en cuenta que se necesitaban desarrollos tecnológicos importantes. Los detectores para las radiaciones que se iban a observar no eran tan comunes y no es lo mismo su funcionamiento en Tierra como en el espacio. La construcción del espejo también tenía sus complicaciones. Un tema no menor, era llevar el telescopio hasta su órbita. Su peso es de 6500 kilogramos y tiene una longitud de 21 metros y un ancho de 14. La única manera de transportarlo era plegado, ya que debía entrar en la ojiva de un cohete que tiene aproximadamente 5 metros de diámetro. Una vez puesto en órbita debía desplegar el espejo y toda su estructura. Recordemos que esto era un trabajo de precisión. Una pieza con un error de algunos milímetros podía dejar inutilizado al telescopio. También era importante el sistema de comunicación, que debía permitir maniobrarlo, enviar los datos y hacer algunas tareas técnicas de puesta a punto y reparación, ya que no sería posible hacerle servicios en el lugar como se le hizo al Hubble mientras volaron los trasbordadores. En 2011 algunos organismos del gobierno norteamericano propusieron la cancelación del proyecto por las demoras y el aumento de los costos. La American Astronomy Society (AAS) presidida en ese momento por la Dra. Debra M. Elmegreen, se opuso y tuvo argumentos muy convincentes para seguir con su construcción, que finalizó en 2016 con un costo final de 10.000 millones de dólares.
En 2018 se terminó la instalación de los instrumentos y luego de una etapa de pruebas, finalmente fue lanzado en 2021.
Los resultados obtenidos hasta el momento y la ciencia que se está desarrollando justifican la construcción de este telescopio. Las expectativas se superaron ampliamente.
Pero hay que seguir pensando en el futuro. Recientemente se lanzó el telescopio espacial Euclid de la ESA que tratará de detectar energía y materia oscura. Hay otros proyectos en desarrollo, entre ellos uno para estudiar los mundos habitables.