Un latigazo de plumas estalla en el aire. Los picotazos exorcizan la furia. Espolones que se incrustan en la inocencia de la siesta. Crestas inflamadas de sangre amasan el dolor. Se astillan en el piso. Órbitas de ojos desorbitan la cordura. Dos contrincantes han sepultado el canto en la madrugada. Chocan. Se hieren. Caen. Ponen de pie el coraje y se arriman a la muerte en cada embate. Una fuga de rojos conquista la tela. Una mirada cubista de ojos claros y verdes intercede en la lucha. José Nieto Palacios vibra otro combate. Tal vez con la soledad. Por un instante, ha dejado reposar la ginebra que eleva el rumor de sus pinceles.

Una finca de olivares catamarqueños camina por sus ojos el primer paisaje. El sevillano Francisco Nieto Arcas y su esposa malagueña Francisca Palacios Calderón ven en Tinogasta el fruto de su amor el 30 de abril de 1908. Siete años de vida le bastan para que Jorge Bermúdez, maestro paisajista, le vaticine con el lápiz un futuro venturoso. La familia echa raíces en Tucumán.

1922. Julio Oliva lo toma por discípulo. Seis años después los paisajes y retratos le abren las ventanas del artístico ambiente. Su talento se suma al de otros: Juan Carlos y Demetrio Iramain, Lobo de la Vega, Timoteo Navarro, González del Real, Ángel Dato. Los pinceles se hermanan. Parten de aventuras buceando escenas de valles. Del impresionismo al cubismo hay sólo un paso.

Ausentes miradas

Nieto escapa a las escuelas y casillas. Búsqueda constante. Independencia. Ausentes miradas que rastrean hacia dentro la brújula del corazón, no de la razón. Copiosamente lee. La poesía le atraviesa las entrañas, mientras un cuarteto de Beethoven sacude la tristeza en la noche. “Una de sus amarguras era que lo acusaran de falta de personalidad, de definición estilística en su pintura. Sucedía que jamás creyó que una corriente pudiera encerrar la verdad, la visión total. Cuando hizo surrealismo, fue un admirable surrealista; cuando se inclinó por el impresionismo, consiguió maravillas y cuando fue abstracto, nadie lo fue tan genialmente. Su técnica era incomparable y sin embargo, no era partidario de la academia”, dice el artista plástico Ángel Dato.

Bohemia. Bares. La Cosechera. El San Martín. El Colón. Pobreza y dignidad. Premios. Distinciones. No hay vanidad, tampoco dinero. Nieto sólo quiere pintar. Con algún cuadro vendido puede pagar el alquiler, a veces comer. Romances, algunos. La inteligencia camina por esa morena frente. Raúl Galán, Guillermo Orce Remis, Ariadna Chaves, Jacobo Regen. Los poetas cantan en sus cuadros, él dibuja en sus versos. Una pena de amor. Exilio en el manicomio. Tres, cuatro meses... Los pinceles fluyen en la tela. Los sentimientos trepan por el caballete. Vuelve.

“El amor fue otro costado en el que recibió heridas, tal vez porque se enamoraba con una ingenuidad absoluta. Una vez, se sintió hechizado por una artista plástica de Tucumán. Ella no lo correspondió y habló con un psiquiatra amigo, se hizo limpiar una pieza en un centro de enfermos mentales y se instaló ahí. Estuvo meses sin salir a la calle. Pintó… pintó… esa era su rebeldía”, cuenta el escultor.

Hacia sí mismo

Quizás alguna soledad antigua lo persigue. Las manchas le estallan el alma. Ascetismo. A veces desesperación. Pone a bañar una tela bajo la ducha para poder repintar. El foco del taller driblea mortecino las angustias. Cada vez más reconcentrado. Callado. Introvertido. ¡Ay, la depresión! Tiene amigos, pero la soledad lo embosca, lo empuja hacia sí mismo. Un mundo interior brota en las telas. “Después de haberme muerto contigo unos minutos, bebo tus óleos, tus pinceles, y sepulto mi vida para seguir muriendo”, le conversa Regen en un poema.

“Fue un gran solitario, un sensible sin remedio, un desesperado. Poca gente he conocido que le gustara hablar tan poco. Nunca fue muy sociable. No tenía mucho que hablar con la gente de  preocupaciones rutinarias. Prefería vivir en hoteles, pensiones, allí pintaba muchísimos cuadros estupendos, también están pintados del otro lado por no cambiar de tela, tal vez porque en la primera cara ya había satisfecho su necesidad de crear y a otra cosa. Fue un hombre de conflictos esenciales. Nunca se mecanizó ni en el arte ni en la vida. Pasó callado y angustiado”, sostiene Dato.

No sospecha que un tumor anda a los barquinazos por su cabeza. En el departamento de Entre Ríos al 300, tal vez por decisión íntima, Nieto está comenzando a despedirse de la vida. No hay sentido que abarque tamaña soledad que cruje entre sus dedos. Clínica. Inconsciencia. Sólo la mano responde a los afectos.

1964, 10 de diciembre. En algún rincón de la noche, un temblor de estrellas le ilumina a José Nieto Palacios el camino hacia la muerte.