A principios de año todo era incertidumbre en la oposición. No había candidaturas claras y, por el contrario, había más de un postulante para ser gobernador. La prensa que respira por sus preguntas inquirió, por separado a dos de los principales postulantes de la oposición: “¿Qué pasa si pierden?”. Germán Alfaro se tomó unos segundos para responder y dijo que no cabía esa posibilidad. Roberto Sánchez, por separado afirmó, que él iba a ganar.

Necesitados de autoinsuflarse optimismo, ni uno ni otro podía –al menos públicamente- asumir lo que es una realidad ineludible. En una competencia siempre habrá un ganador y un perdedor y cuando de política se habla ambas posibilidades están sobre la mesa, ninguna debería ser soslayada por la salud de los candidatos, pero también de sus votantes.

Sánchez confió en la suerte de campeón. Al verse derrotado no fue capaz ni de aceptar lo que le había deparado el destino. Demoró tanto en reconocer la derrota que nadie le creyó. Cuando vuelva de sus vacaciones, tendrá que volver a las pistas sin la nafta suficiente. Estará en los boxes de Alfaro diputado, en la escudería de Larreta-Morales, mientras su amigo Mariano Campero intentará hacer mejores tiempos en la escudería Bullrich-Petri.

Alfaro pudo haber dudado del éxito de la fórmula a gobernador con Sánchez, pero nunca se imaginó que se iba a quedar si la intendencia de Capital. Aún no logra recuperarse de esa paliza y ya tiene que estar corriendo en las pistas. Sin nafta ni entusiasmo debe calzarse otra vez el buzo de corredor. Le debe demasiado favores a Larreta como para poder decirle que no.

¿Cuánto dura una derrota? Demasiado. Y, demasiado es mucho más de lo que el derrotado esperaba.

Cuando, a principios de año, Alfaro y Sánchez contestaron que no figuraba la derrota en sus variables no mintieron. Cuando se arma todo para ganar, se desarman enteros cuando pierden. Ahora, desarmados, tienen que afrontar una campaña electoral.

Sin acoples, sin plata para pagar el voto y sin grandes intereses en juego, los comicios de las Primarias Abiertas Simultáneas y Obligatorias aburren. La competencia es entre primos y el oficialismo tucumano se muestra adormecido. Osvaldo Jaldo quiere que el tiempo pase a la mayor velocidad posible. Añora que mañana sea 29 de octubre y jure fidelidad a su cargo de gobernador. Mientras que Juan Manzur aún no asume su derrota, más dolorosa que la de la oposición. Nunca imaginó lo que le pasó y que despertarse y ver la realidad iba a ser tan duro. Podría compartir con Sánchez y Alfaro un grupo de autoayuda de perdedores conocidos.

Los hombres públicos, más aún si gobiernan, no pueden dejar que sus estados de ánimos los controlen. Cuando eso ocurren, pierden. Y, en el caso de Juan Manzur que es el gobernador arrastra a los tucumanos. Eso se vivió este desangelado 9 de Julio. A la falta de entusiasmo puesto por el mandatario, se sumó el desaire presidencial.

Su referencia a la provincia el domingo pasado fue casi burlesca. Mandó un video hasta con errores biográficos. Pero su ausencia y su desfachatez con Tucumán y con los congresales de 1816 no parecieron perturbar mucho a la dirigencia tucumana. La oposición atontada aún por sus yerros electorales y por las vacaciones le restaron importancia al tema. En el oficialismo peronista hay una ley inquebrantable que dice que no se puede desobedecer ni contradecir ni criticar a quien está más arriba. No vaya a ser que lo castiguen. No obstante, esta ley tácita, el vicegobernador Osvaldo Jaldo desobedeció y criticó a Alberto Fernández. Se quedó solo en esa cruzada.

El martes, cuando por vergüenza tal vez, el Presidente vino a Tucumán el peronismo no tuvo los brazos abiertos para recibirlo. La diferencia de postura sobre el 9 de Julio marcó una distancia entre Jaldo y Manzur esta semana.

Más allá de tantas negligencias, Fernández hizo un milagro en tierras tucumanas: logró que las instalaciones universitarias abran sus puertas en plenas vacaciones de invierno. Los esfuerzos no alcanzaron para que el titular del Poder Ejecutivo Nacional abriera la boca ante la prensa tucumana.

Este 9 de Julio tal vez haya sido el más sincero de los últimos tiempos. Muchas veces se ha celebrado ser el centro del país y se esperaba con emoción la llegada de las visitas porteñas. A veces hasta un regalo vestido de obras y de anuncios cargaba esa expectativa. Esta vez tuvo el desinterés de la Nación, el frío saludo entre los dirigentes de distintos colores políticos en una iglesia donde hubo duras críticas a la falta de diálogo y de encuentro de la dirigencia. La fecha patria no tuvo ambages. Esa es la realidad de la provincia que tal vez se deba aún una profunda discusión interna de quién quiere ser Tucumán dentro de la Argentina.

Julio, desaliento y ansiedad

Ha transcurrido más de medio año. Las “vacaciones de Julio” son un señalador social más utilizado que el equinoccio. El verbo transcurrir describe lo político, porque vivir, experimentar, es otra cosa. La experiencia es tiempo más memoria y reflexión. Muchas veces da la sensación de que las cosas pasan, atropellan sin grandes posibilidades de modificar algo. Este año ya nos está pasando por encima. Desde luego, hemos votado y seguiremos haciéndolo, pero hay una persistente impotencia, una sensación de que sólo podemos arrodillarnos ante los acontecimientos.

El sociólogo y pedagogo Francois Dubet caracteriza a nuestra época como la de las “pasiones tristes”. Su libro, por si caben dudas, se titula “La época de las pasiones tristes. De cómo este mundo desigual lleva a la frustración y al resentimiento, y desalienta la lucha por una sociedad mejor “. Las pasiones tristes que definen para Dubet el espíritu de lo contemporáneo son aquellas que no construyen, que son pataleo o resignación cuando no la ira inespecífica. Nuestra Argentina promueve en estos tiempos el desaliento y la ansiedad.

Se acerca el ocaso

Desaliento y ansiedad son dos estados de ánimo que se llevan mal con la política. Una demostración cabal es la actitud de Cristina Fernández que empieza a mostrar que su ciclo político entra en el ocaso. Hace cuatro años sabía que ella sólo tenía un 40% y que necesitaba de alianzas en el peronismo para superar el 40% fundamental y ser gobierno. Así eligió a Alberto y se tapó la nariz para que se sumara Sergio Massa a aquella cruzada del 2019. Su estrategia sirvió para volver al poder. Esta vez hizo algo parecido, pero el tiempo ya ha hecho de las suyas y muestra tener menos reflejos. El 25 de Mayo, Cristina hizo lo que pocos políticos pueden hacer en el país. Reunió casi a medio millón de simpatizantes, creó una expectativa increíble y todos se fueron a la casa después del acto desilusionados. No sólo se fueron sin candidato y sin estrategia sino también con la única certeza de que ella no sería candidata. Los mandó a dormir bajoneados. Y este 9 de Julio se la pasó ninguneando al Presidente y elogiando a Massa el candidato que ella eligió. Cristina esta vez no busca el 45% para gobernar sino el 40% para llegar a un balotaje salvador. Cualquiera sea el resultado futuro nada hace presagiar que su estrategia sea exitosa. Es que si el peronismo pierde los comicios este año, el liderazgo de Cristina estará muy complicado; pero si gana, su futuro también promete ser oscuro. Massa no es Alberto y con todo el poder en la mano es difícil imaginar que no busque jubilarla.

Encadenados

Los actores políticos salen a escena todos los días y representan cada vez más la realidad que a ellos más los desvela. Cada tanto, el público los sacude demostrándole que sus dramatizaciones están escindidas de los verdaderos padecimientos de la sociedad. Esta semana que nunca más volverá subió al escenario a un joven encadenado. Sirvió para que más de uno pusiera el grito en el cielo y defenestrara esta imagen de esclavitud moderna. Hasta que habló la madre. Reconoció que las cadenas servían para darle vida a su hijo. Teniéndolo atado evitaba que la droga lo destrozara. Ayudaba a que no robara ni atentara contra ella y contra los vecinos. La falta de libertad lo liberaba del infierno y de la muerte.

Esta imagen contradictoria no es la primera vez que se ve en nuestra provincia y, al mismo tiempo, es una metáfora (muy cruel, por cierto) de ese Tucumán, cuna de la independencia, que ahora vive atado a los humores de los que administran la Nación, a los que casi nadie se animan a decirles la verdad.