Siempre que termina el acto protocolar del 9 de Julio, día de la Independencia, con un ardiente” ¡Viva la Patria!”, me pregunto: ¿Qué Patria?... ¿Qué Independencia? Por decir sólo uno de los sentimientos que inspira el término “patria”, lo primero que viene a mi mente es el de hermandad. ¿Somos hermanos? ¿Nos respetamos como dueños del mismo suelo tan rico que nos cobija? ¿Compartimos de manera transparente la herencia que nos dejó ese 9 de Julio de 1816? No percibo eso. “Cuando la Patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”, palabras del Libertador de esta “patria”. “Si somos libres, todo nos sobra”, también parafraseando al General. Bueno... no veo que estemos defendiendo la patria, ni que estemos hermanados, ni que estemos luchando por un país libre y soberano, que es lo mismo que decir un país independiente. Nada nos sobra porque no hay libertad. Día a día involucionamos como sociedad y las altas aspiraciones de nuestros congresales se vacían de contenido. Muchas veces creo que ese glorioso día en la casita de doña Francisca Bazán de Laguna, pese a los grandes deseos de emanciparnos de un estado sometedor, sólo iniciamos un proceso de independencia que consiguió cortar los vínculos con España. Pero debíamos continuar y reforzar esos pasos iniciales. Y muchos los continuaron, y tuvimos nuestros símbolos patrios, un Himno alabado por su belleza, una admirable Constitución, una educación de excelencia, argentinos destacados internacionalmente por lo que hacían y tantos otros logros que llenaban de orgullo a esos hombres y mujeres que continuaban forjando la nación. Porque no es magia. No se dice “somos libres”, y ya lo somos para siempre. Es una lucha eterna. Ya no contra España, sino contra nosotros mismos, nuestras miserias, nuestras ambiciones y nuestros egos. En algún momento perdimos el rumbo. Y dejamos de ser hermanos para mirarnos con odio. Dejamos de respetarnos... de honrar nuestra historia. Y, sobre todo, dejamos de ser los herederos de quienes lucharon por un futuro prometedor que día a día se desdibuja. Sinceramente, los actos patrios como el de esa soleada mañana de invierno me emocionan y me entristecen. Me emocionan porque me siento profundamente argentina. Y me entristecen porque vivamos a una patria sufrida y doliente... no precisamente la que aspiraron los 29 congresales de entonces. Como dijo otro gran prócer al morir: “¡Ay patria mía!”.
María Estela López Chehin
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