Por Hugo E.Grimaldi

Cristina Fernández de Kirchner lo expuso públicamente cuando dijo, con sonrisa incluida, que Sergio Massa es “medio fullero”. En verdad, al ministro-candidato no le entran las balas y si le entran, arma de inmediato un relato para explicar que aquello que todos acaban de ver en realidad no ocurrió y que tiene listo tal o cual proyecto que le va a permitir tomar tal o cual camino, senda que seguramente va a abandonar al rato subestimando a quienes le creyeron, para volver a improvisar.

La situación actual de la economía, propia del ostensible fracaso de un modelo que viene por el tobogán desde hace años, algo que la gestión de Massa no ha logrado corregir y que para muchos ha empeorado, es lo que le pone algunos reparos externos a su nominación. Por eso, hace un poco de ruido anoticiarse de que el ministro-candidato sea quien mejor mide. Muchos dicen tenerlo calado, es un clásico no creerle, pero él no escarmienta, redobla la apuesta y por cierto tan mal no le va. Su laboriosa nominación para conseguir la precandidatura de Unión por la Patria para las PASO de agosto y su alineamiento con Cristina para ir detrás de la tan meneada “unidad”, así lo certifica.

Además, de estar al borde de ser algo casi totalitario, la rigidez del término “unidad” es algo casi inasible en política debido a lo elástica que es la actividad y, al respecto, nótense los contrasentidos. El nuevo eslogan suma además un cliché que el peronismo siempre usó, como poner a flor de piel la palabra “Patria” para hacer un sinónimo con sus ideas y dejar a los demás del lado de la anti-patria. Esta vez también fue un modo de alambrar el feudo de siempre contraponiéndola al término “cambio” que expresa el nombre de la coalición opositora (Juntos por el Cambio). “¿Así que quieren cambiar la Patria?”, podría ser el mensaje subliminal. Tampoco Unión (pegados) es lo mismo que Juntos (amuchados).

Lo que ocurre también es que con Massa, la unidad de hoy no va ser la de mañana, ya que sus conceptos cambian de acuerdo a cómo sople el viento. Además de tener exacerbado el sentido de hacer amagues permanentes, algo que todo político suele tener, el ministro es el típico argentino de dos caras, el que es capaz de prometer cosas diferentes a varias personas a la vez y quien disimula y no asume luego que metió la pata. En verdad, si lo hace, acelera y gira en redondo. Quizás por ese motivo, en el sprint inicial rumbo al 13 de agosto su postulación parece haber recogido un cúmulo más que interesante de primeras adhesiones entre quienes, portadores del mismo gen, como todo argentino que se precie, valoran su marca de fábrica: el slalom permanente.

¿Qué le habrá prometido Massa a Cristina? es la pregunta a contestar. ¿Quizás la inmunidad judicial de la que Alberto Fernández le habló a su vice y no le supo conseguir?  El sentido del marketing del tigrense está más que afinado y le vende a diario peces de colores también al periodismo, aunque corre el riesgo de que, si el procedimiento de manipulación se torna más flagrante, las artimañas queden aún más expuestas. El caso del culebrón con el FMI o lo bueno que resultó el viaje a China son dos ejemplos del último mes. También tiene varios lastres que deberá dejar por el camino o disimularlos de otra manera, si quiere llegar al menos a las generales de octubre, algo que la fórmula que no nació (De Pedro-Manzur) parece que no iba a conseguir.

En primer término, Massa tiene en su contra hacia afuera su doble rol de ministro y candidato, aunque es en ese mundo de ambigüedades donde más le gusta moverse. ¿Quién es el que habla de ahora en más, el Massa-ministro con un sombrero o quien promete las cosas es el Massa-candidato, el mismo personaje que se calza el otro? O peor aún en esa contradicción: ¿si para embarrar la cancha de los ciudadanos el Massa-funcionario ejecuta ahora desde el Palacio de Hacienda algo que apunte sólo a perjudicar a otro candidato? Ya se sabe que si él es finalmente el elegido, de seguro borrará con el codo lo que escribió con la mano. 

Además, hay otro inconveniente objetivo de la precandidatura que Cristina bendijo por necesidad, aunque se ha reservado la posibilidad de sumar diputados propios, sobre todo los provenientes de la provincia de Buenos Aires, ya que entre los 10 primeros hay nada menos que siete del kirchnerismo. En este escalón se destaca que el problema para Massa es que todo lo que haga de acá en más como ministro (anuncio de baja de Ganancias, congelamiento de precios en ropa y electrodomésticos hasta dos días después de las PASO, etc.) merecerá seguramente de parte de la oposición un retruque que lo va a dejar mal parado ante los votantes: “pero dígame señor ministro, si lo que hace ahora es tan bueno, ¿por qué no lo puso en marcha antes?”.

Hay un punto más que a esta altura se ha tornado teórico: con su protagonismo, Massa hoy actúa como presidente de la Nación y hace en todo caso un muy buen ejercicio para el futuro. Con la paupérrima performance que tuvo Fernández, todo lo que pueda mostrar será ganancia. Más allá de los derrapes a los que lo llevó su inveterado optimismo cuando anunció por ejemplo que la inflación en abril sería de 3%, hay que reparar que su palabra casi nunca es la última. Ya se ha visto cuando dijo que ser ministro y candidato a la vez era “incompatible” y sin embargo aquí está con el doble sombrero y con una aceptable intención de voto.

 Misterios de un país que en el último año mostró una fenomenal caída del ingreso y que ahora parece fijarse, dicen algunas encuestas, en quien durante años tuvo, casi como Cristina, le imagen negativa más alta de la Argentina.