Por Ariel Hernando Campero

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

La intelectualidad nacional y provincial auguraba el fin del liberalismo económico y su modelo social, mientras la industria azucarera enfrentaba una crisis inminente. Alfredo Coviello, o los industriales Alfredo Guzmán y Solano Peña, desde sus columnas en las revistas Sustancia y Norte Argentino, expresaban la urgencia de defender el proteccionismo azucarero, introduciendo reformas sociales que otorgasen derechos laborales y mejorasen las condiciones de vida de los obreros rurales y de los pequeños productores cañeros. Tal era la preocupación del empresariado azucarero que había encomendado a Emilio Schleh la refutación de la mala prensa de los ingenios tucumanos por las condiciones de vida y de trabajo de sus obreros, entre los medios de la Capital Federal. Este cambio de rumbo de la élite tucumana también ocultaba los temores que ya había manifestado José Ignacio Aráoz, quien denunciaba una desidia de los industriales que podía producir un brote de “fascismo” o de “comunismo” en las masas obreras tucumanas. Una preocupación similar existía en el campo político tucumano: la Unión Cívica Radical con sus divisiones internas, los socialistas, o los conservadores aglutinados en el Partido Demócrata Nacional habían volcado en sus plataformas electorales para las elecciones de 1942, la propuesta de derechos sociales y previsionales, o la creación de un nuevo organismo estatal con mayores facultades para arbitrar en los conflictos entre obreros y empleadores. La impugnación a los industriales azucareros y su régimen de trabajo se convirtió en una bandera política que enfrentó en el seno de la UCR Concurrencista a un ala “populista”, representada por el ex gobernador Miguel Campero y Nicasio Sánchez Toranzo, frente a un ala “liberal”, liderada por el senador Manuel García Fernández, propietario del Ingenio Bella Vista. Aunque la intervención del gobierno de Castillo en febrero de 1943 dejó en suspenso este debate entre los partidos locales hasta las elecciones de febrero de 1946.

La intervención de Alberto Baldrich, a partir de agosto de 1943, inauguró un inédito experimento de corte nacionalista. Los historiadores Roberto Pucci, Luis Bonanno, Carlos Páez de la Torre (h), María Ullivarri, Leandro Lichtmajer o Lucía Santos Lepera, coinciden en señalar que el nacionalismo católico fue la ideología rectora del gobierno de Baldrich. En su concepción, el Catolicismo era la base identitaria de la provincia y la inspiración de las reformas sociales que la sociedad demandaba. Un nacionalismo exacerbado que se nutría de la tradición del culto a la Virgen Generala de la Merced, el enaltecimiento de la “raza” criolla tucumana –“no contaminada por la inmigración europea”- o el repudio al liberalismo económico y cultural, se incorporó a la vida local. A la par de la represión política, la intervención nacionalista promovió políticas favorables a los sectores obreros, impulsando la sindicalización de los trabajadores azucareros y el disciplinamiento de los sindicatos de raigambre socialista o comunista.

Tucumán no volverá a ser el mismo después de ese año porque la intervención provincial nacionalista sentó los cimientos de una matriz conservadora en la vida tucumana. Uno de sus rasgos fue el espíritu corporativista representado por la red de sindicatos, entre los cuales los azucareros serán los más poderosos. Puso fin al liberalismo tucumano que se remontaba a 1880, y que había sido el núcleo de consenso de los gobiernos conservadores y radicales de las décadas previas. También el cuestionamiento a la élite azucarera como el intervencionismo estatal como regla de funcionamiento del Estado serán omnipresentes en el mundo de las ideas tucumanas, cuyos efectos se incorporaron al ADN de nuestra provincia, explicando, quizás, los devenires de un Tucumán y de un país, convulsionado y complejo

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Ariel Hernando Campero - Diplomático, magister en Ciencias Políticas (Unsam).