Al final de cuentas, los comicios del domingo fueron ejemplificadores. Si algo se puede tomar como conclusión de este enredado proceso electoral es que no rinde forzar situaciones ni sobreactuar posiciones. Y de ello pueden dar fe oficialistas y opositores: todos, en mayor o menor medida, sintieron el castigo de haber exagerado posturas y subestimado realidades.
Juan Manzur, Ricardo Bussi, Roberto Sánchez y Germán Alfaro. Los cuatro partieron de diagnósticos equivocados –o cuanto menos sesgados- y recibieron las piñas más certeras de la votación. Claro, a diferencia de los opositores, el gobernador puede mostrar otro semblante tras el abrumador resultado de las urnas y sentirse reivindicado. Pero tomar como propios los más de 565.000 votos que obtuvo la fórmula Osvaldo Jaldo-Miguel Acevedo sólo porque se autopercibió “jefe de campaña” es, sencillamente, volver a repetir el error inicial. Y peligroso para su futuro inmediato.
El mandatario fue quien sufrió el primer palazo de la secuencia electoral. Desde el momento en que avisó que se sumaría a la fórmula como compañero de Jaldo más de un dirigente le advirtió, en privado y en público, que sería contraproducente. Manzur respondió como acostumbra: una sonrisa y una palmada y a seguir. La Corte Suprema de Justicia, a horas del primer llamado electoral, le hizo entender que no todo se puede y que en una democracia nada se rige por el antojo de cada uno. El golpazo para el oficialismo fue brutal en ese momento de incertidumbre y dejó al titular del Poder Ejecutivo en un estado de agonía política. Las urnas le dieron otra oportunidad y los votos del peronismo le quitaron el respirador artificial. Pero aún está lejos de recibir el alta médica, más allá de los buenos augurios de las últimas horas y de su insistencia por colarse en la mesa nacional.
En algún punto, Manzur y Alfaro se parecen. O al menos, son propensos a cometer el mismo pecado. Sólo así se entiende que el intendente de San Miguel de Tucumán haya dilapidado una construcción política de más de una década por una apuesta tan caprichosa como riesgosa. Más allá de los rodeos previos y los jueguitos preelectorales, siempre tuvo en su cabeza la idea de que su esposa, Beatriz Ávila, lo sucediera. Las encuestas que fueron de celular en celular siempre marcaron lo mismo: la senadora no era la opositora mejor posicionada para competir frente a Rossana Chahla. Lo remarcaron dirigentes de su espacio y sus aliados en Juntos por el Cambio. Sin embargo, como esos caballos con anteojeras, siguió y siguió galopando. Que haya alrededor de un 10% o unos 12.000 electores de la Capital que votaron la fórmula Sánchez-Alfaro pero que no escogieron a Ávila es un mensaje directo al jefe municipal. No sólo de radicales que cortaron el voto, sino de independientes que no avalaron su jugada. Es el costo de decisiones unipersonales y centradas en la construcción de un proyecto individual, no colectivo.
Que Alfaro sea uno de los grandes derrotados de esta elección no puede ser tomado como un consuelo por Roberto Sánchez. Al radical le faltó pericia para tomar el volante y acelerar hacia la meta. Fue timorato en curvas que requerían decisión, desoyó recomendaciones de sus copilotos –a los que cambió a mitad de carrera- y probablemente haya transmitido esa debilidad a los electores. El diputado, aunque en el sprint final lo intentó, nunca supo cómo liderar una alianza formada tardíamente a partir de la desconfianza y del apuro.
Aquí vale un paréntesis para entender el derrotero caótico de Juntos por el Cambio. Ni Sánchez ni Alfaro ni quienes los rodean supieron edificar un espacio de cohesión, porque partieron con objetivos paralelos y los mantuvieron. Y eso se derramó: cada dirigente se preocupó por lo suyo; así, hubo tantos intereses contrapuestos como candidatos opositores. Los líderes del espacio surgieron como fórmula por una imposición de Buenos Aires, cuando estaban prácticamente al borde de la ruptura. Tan improvisado fue todo que los armados en municipios y en comunas se hicieron a los ponchazos y contrarreloj. En algunas ciudades ni siquiera hubo postulantes y lo pagaron caro: en esas compulsas territoriales, claves para traccionar votos, los postulantes de JxC recogieron casi 90.000 votos menos que el binomio principal. En suma, Sánchez-Alfaro fueron arrastrados por la bajísima performance de sus referentes locales. Y eso, en un sistema electoral como el de acoples, es igual a batirse a duelo con el arma descargada.
Quizás este juego de pistolas le haya costado a Ricardo Bussi un derrumbe electoral. Fuerza Republicana es, proporcionalmente, el espacio que más se descapitalizó en cuatro años. El legislador suele tener la habilidad de encontrar un tema simple e imponerlo: el Ejército a las calles o un achique del gasto político son algunos de los ejemplos. Esta vez, sin embargo, la apuesta le salió mal y padeció la marcada polarización de la elección. Largó una campaña agresiva y un tanto confusa vinculada a la libre portación de armas y perdió tiempo explicando lo que pretendía antes que recogiendo aplausos. En paralelo, acercó demasiado su rostro al de Javier Milei. El libertario es hoy una figura que divide opiniones y que, así como cautiva, también asusta a buena parte de la sociedad. Es probable que los electores del bussismo hayan percibido cierta pérdida de identidad partidaria tras esta campaña y que eso le hayan transmitido en las urnas. Este resultado siembra dudas respecto de lo que pueda pasar en las Primarias nacionales de agosto, cuando Bussi necesite de la tracción de Milei para recuperar fortaleza electoral.
Liderazgos
El último fin de semana fue también contundente en cuanto al surgimiento de nuevos liderazgos y la revalidación de algunos otros. Osvaldo Jaldo, Rossana Chahla y Mariano Campero encabezan una lista que se ramifica dentro de cada espacio político con dirigentes que midieron fuerzas entre sí y que salieron victoriosos.
El gobernador electo encadenó la mejor elección del peronismo desde la última reelección de José Alperovich, en 2011. A la par del triunfo general, gozó de algunas victorias satélites. La más notoria es el apartamiento de Manzur de la fórmula. Para el actual vicegobernador, no tener sentado en la Legislatura al hoy mandatario es un alivio. La convivencia entre ambos, vaticinaban jaldistas y manzuristas, hubiese sido insostenible. Con las manos liberadas, el tranqueño podrá modelar el perfil de gobierno que más le plazca.
Chahla es el emergente político más exitoso de la pandemia en Tucumán. Indudablemente, gozó del apoyo de sectores medios e independientes de la capital para superar los 150.000 votos y aprovechó las circunstancias de la elección. Por ejemplo, las debilidades de su rival. Las imágenes de votos de Ávila cortados y esparcidos por el piso en escuelas céntricas se multiplicaron el domingo. En paralelo, logró vencer al principal temor del justicialismo capitalino: el corte de boleta. Los barones barriales de la Casa de Gobierno, determinantes para las derrotas de Pablo Yedlin en 2015 y de Mario Leito en 2019, esta vez apuntalaron el eventual triunfo de la ex ministra de Salud. Indudablemente, esta vez las presiones sirvieron para evitar las travesuras internas. A partir de su gestión al frente de una ciudad con más votantes que siete provincias, la diputada puede convertirse hacia 2027 como el contrapeso de Jaldo dentro del oficialismo. Aunque en el mediano plazo se disimule, es la pelea que se viene dentro del peronismo tucumano.
En la oposición, Campero puede sentirse vigoroso. Inquieto, movedizo y con la obstinación que muchas veces se le critica supo abrirse paso y posicionarse justo en la víspera de una elección legislativa nacional. Efectivamente, el intendente de Yerba Buena introduce la disputa por el armado tucumano de Juntos por el Cambio para las PASO de agosto. La alianza opositora tiene la necesidad de quitarse el polvo de la derrota con rapidez. Pero la discusión que se avecina será asfixiante. Campero suena como precandidato a diputado de Patricia Bullrich, lugar al que también aspiran Nadima Pecci y Sebastián Murga. CREO, incluso, avisó que no bajará sus pretensiones en esta oportunidad, como sí lo hizo en la compulsa local.
Alfaro estará obligado a jugar. El intendente capitalino puede tomar una postulación a diputado como la chance de reinsertarse en la escena pública nacional a partir de octubre y rearmarse desde allí. Además, la segura disputa entre Bullrich y Horacio Rodríguez Larreta en la interna nacional motorizará una nueva crisis local. Tanto el líder del Partido por la Justicia Social como su aliado Sánchez, en particular por Gerardo Morales, probablemente se sumen a las filas del jefe de Gobierno porteño. Silvia Elías de Pérez es otra de las “renacidas” de esta elección que intentará colarse en la disputa por partida doble: si logra una banca en el Congreso su hijo Domingo asumiría en su lugar en la Legislatura.
Evidentemente, la semana próxima volverá a poner a prueba la estabilidad de los opositores tucumanos.
La radiografía institucional de Tucumán que arrojó la votación del último domingo implica un desafío para la clase política. En particular, para el oficialismo. Jaldo asumirá con una mayoría cómoda en la Legislatura, con buenos vínculos con la Corte Suprema de Justicia y seguramente con 17 de los 19 intendentes como aliados. La debilidad de la oposición y la comodidad con la que podría tomar decisiones exigirán de él mayor prudencia y, en particular, extrema responsabilidad política.