Los casos de menores que concurren armados a las escuelas se están repitiendo en Tucumán. La situación se torna alarmante e incluso obligó a la intervención del ministro de Educación, Juan Pablo Lichtmajer, quien advirtió que “hay que repudiar y combatir cualquier tipo de práctica violenta. Mucho más si hablamos de algo como esto”. En los últimos días se registraron cuatro casos de chicos que llevaron armas a las escuelas que, afortunadamente, no generaron más que sustos. Sin embargo, la tendencia merece una atención prioritaria. A decir del juez Penal de Niños, Niñas y adolescentes Federico Moeykens, “la banalización del arma como objeto que puede causarle la muerte a una persona viene de la mano de una tendencia social a naturalizar las armas en la vida diaria”.
-¿En su experiencia como juez Penal especializado en Niños, Niñas y Adolescentes, por qué cree que se dan estos hechos?
-La complejidad a la que nos enfrentan este tipo de sucesos requiere de lecturas diversas y abordajes multidimensionales e interdisciplinarios, por lo cual tenemos que evitar caer en reduccionismos o argumentos simplistas para tratar de entender lo que está sucediendo. Lo primero que debemos tener en claro es que estamos en presencia de una vulneración de derechos de esas personas menores de edad. Son situaciones de difícil tramitación no sólo dentro de la escuela, sino también en el ámbito familiar e individual, y eso nos convoca como sociedad a intentar buscar la mejor solución.
-¿Tiene que ver con el incremento de las infancias marginales?
- Es frecuente que el imaginario social vincule estos hechos con la marginalidad o la vulnerabilidad social de muchos alumnos, pero no se tiene en cuenta que el fenómeno de llevar armas a la escuela atraviesa todos los sectores sociales. También la presencia de armas en el espacio escolar suele ser asociada a determinadas prácticas culturales vinculadas al rock, a determinada manera de vestir, tatuajes, piercings, etc., o también al prejuicio consistente en que el chico que lleva un arma a la escuela tiene problemas psicológicos y por eso debe ser excluido como una manzana podrida. Estos argumentos dificultan un análisis serio con perspectiva comunitaria o sociológica y cultural que sin duda podrían aportarnos nuevos elementos de reflexión. ¿Por qué no permitirnos pensar por ejemplo que la presencia de un arma en el aula puede ser la manera que encontró el chico para ganarse el respeto de sus pares o la forma de intentar pertenecer o ser aceptado en un grupo determinado dentro de la escuela? O quizás también puede ser un modo de presumirle a la persona que le atrae y es la única forma que encontró para impresionarla. Los escenarios son diversos.
- ¿Qué responsabilidad recae en los padres?
- La presencia de armas en la vida cotidiana de los niños y adolescentes pone en evidencia la ausencia de prácticas de cuidado y la escasa presencia de adultos que contengan, protejan, generen confianza y se constituyan en referentes. La banalización del arma como objeto que puede causarle la muerte a una persona viene de la mano de una tendencia social a naturalizar las armas en nuestra vida diaria a partir de los hechos de inseguridad social que se viven en algunos hogares aparece como consecuencia de que alguno de sus miembros pertenece a fuerzas de seguridad o es coleccionista de armas de fuego, o las utiliza con fines deportivos.
- ¿Cómo deberían estar preparados los docentes ante algo así?
- La escuela es un espacio en el que vamos a aprender contenidos básicos, pero también es el lugar donde comenzamos a formarnos como ciudadanos y aprendemos a vivir en sociedad y a respetarnos. Desde ese punto de vista la institución educativa puede promover abordajes saludables en relación con la convivencia, aspirar a la resolución de conflictos por la vía del diálogo respetuoso. En el marco de la promoción y protección de derechos de la niñez, debe considerarse que la presencia de un arma estaría dando cuenta de historias previas de vulneración de muchos de los derechos de esos niños y adolescentes.
-¿Qué acompañamiento podría realizarse desde la Justicia?
- La Justicia Penal Juvenil no es el ámbito adecuado para tratar este tipo de sucesos. Judicializar la situación de estos chicos sería una manera desconocer el verdadero problema y al mismo tiempo, es estigmatizar al chico y aislarlo no sólo de la comunidad educativa, sino también como ciudadano cuando en realidad debemos ser conscientes de que estos niños y adolescentes son sujetos de derechos en pleno desarrollo psiconeurobiológico y algún día serán adultos que integran nuestra sociedad.
- ¿Qué respuesta debe darse a estos conflictos?
- El conflicto es inherente al ser humano y debe incorporarse como tal al cotidiano escolar transformándolo en una oportunidad pedagógica para aprender a resolver conflictos. Los niños y los adolescentes, a diferencia de lo que muchas veces se cree, no disfrutan de situaciones violentas ni de encuentros que derivan en riesgos de distinta naturaleza. Incluso a veces se ven presionados u obligados en contra de su propia voluntad, a participar en situaciones que no eligen y que pueden ser evitables si algún adulto interviene oportunamente. Una posible respuesta puede ser aplicar prácticas restaurativas como por ejemplo la mediación escolar. A través de estos mecanismos se propicia la habilitación de canales institucionales de encuentro y comunicación, sin pretender que se arribe a consensos forzados, sino a aceptar el disenso y la diversidad de criterios, siempre que no atenten contra los derechos de los involucrados, de las minorías ni de terceros. Con esto quiero decir que desde los distintos niveles escolares, la escuela lejos de buscar excluir o expulsar, puede promover abordajes saludables en relación con la convivencia.