“Los muertos que vos matáis gozan de buena salud”, podría ser un dicho clásico aplicado al peronismo por los que creen en su capacidad de reinventarse siempre. Sin embargo, dice otra parte de la cátedra, también desde la literatura, que hoy el kirchnerismo “va en coche al muere”. Que no importa quien ponga la cara en las pulseadas de agosto y sobre todo en la de octubre porque Cristina Kirchner, cual postillona borgeana, conduce fatalmente el galerón hacia la celada fatal, la que se va a llevar a “seis o siete degollados de escolta”. Eduardo “Wado” De Pedro y Axel Kicillof ya están arriba de la carroza funeraria, mientras que Daniel Scioli, Agustín Rossi y Juan Grabois buscan un lugarcito, pero parece que se van a salvar.
La única gran duda de ese viaje es saber si Sergio Massa está dispuesto a inmolarse por ella: con 9% mensual de suba de los precios y sin Reservas en el Banco Central casi no le queda margen, salvo su ambición. No es sólo el cálculo de la inflación o el fracaso del medio mundo que ha arrojado el ministro para conseguir dólares lo que podría detener su viaje a la oscuridad, por más que le saque jugo a la inyección de yuanes de China o al improbable adelanto del FMI, aunque cambie el Acuerdo. ¿Le hizo decir a Cristina que el FMI debe relajar lo que pide porque Massa sabe que el Fondo va a aflojar? Es probable, opinan en el mercado.
Pese a que le salga bien y Cristina se acredite un triunfo por su presión, con un poco de sentido común y con las siete vidas que todos le reconocen, lógicamente el ministro no debería subirse a tan funerario carruaje: “Yo que he sobrevivido a millares de tardes” decía el Quiroga de Borges y seguramente piensa Massa, quien ha dicho preventivamente que su permanencia en el FdeT la decidirá el Congreso del Frente Renovador el 10 de junio, una manera de avisar que también busca bancas en el Congreso.
Objetivamente, a Massa le juegan en contra dos elementos que serán decisivos a la hora de evaluar si tiene alguna chance. Uno es propio, porque su palabra está más que devaluada por tantos anuncios incumplidos o engaños a la opinión pública, titulares de diarios que se han consumido, como la importación de alimentos sin tener los dólares, por ejemplo. El otro lastre para una eventual resurrección es la historia del cristinismo en materia económica y social, el modelo que dilapidó el engranaje maestro que había construido Néstor Kirchner a partir de los superávits gemelos que el mundo de la primera década del siglo le regaló a la Argentina.
Este tobogán está reflejado en todas las estadísticas, comenzando por el déficit fiscal que llevó al endeudamiento feroz que padece el país. La historia desde hace una década atrás ha sido crudamente reflejada por Ecolatina a partir de un seguimiento en el tiempo, con datos tomados antes de cada PASO, de indicadores que muestran cómo la macro golpeó a la micro, sobre todo a los más vulnerables, lo que la consultora llamó el “empobrecimiento social”.
Seguir puntillosamente esas estadísticas marca con precisión el fracaso del modelo, justamente en relación hacia quienes más se supone que debería haber beneficiado. Desde los números, el pasado luce oscuro y sería extraño que los votantes se decidan por el sistema que ha traído a la Argentina hasta acá. El Salario Real Privado, lo que más mira Cristina, era de $100 en 2011 y hoy es de $86,80. Pero, además, si el Salario Mínimo era entonces de $122, hoy es de $80,30; la Inflación marcaba 23,8% anual y ahora se proyecta a 116,6%; la Pobreza saltó de 29,4% a 42%; el Empleo Registrado (en blanco) bajó de 144 cada 1.000 habitantes a 136 y así la gran mayoría de los ítems, a puro rojo.
Como siempre sucede en política, una cosa son los hechos y otra es la periferia, peces de colores que suelen distraer y sacar de foco lo importante. Por lo grave que es la actual situación, las próximas elecciones se han convertido en una bisagra hacia el futuro, ya que allí se habrá de jugar si hay chance de remontar la cuesta o no, si se sigue como hasta ahora o si hay que tomar algún camino alternativo y cuál debería ser éste. Sin embargo, es bastante lamentable que, hasta el momento, la mirada de mucha gente no esté puesta en el fondo de la cuestión, sino que se dispersa cholulamente por las ramas.
A eso, ayuda sobremanera la arquitectura simplista de las redes sociales. Allí, los fanáticos anti K se desgañitan para hacer de Cristina y los suyos leña apta para una hoguera. Hay mucho de fanatismo en esa proyección, hijo de los prejuicios, de las broncas ideológicas y del querer tener razón, sazonado con presunciones, descalificaciones y hasta insultos. Con los mismos banales argumentos propios de toda intolerancia, los exaltados del otro lado se esfuerzan en replicar del mismo modo, se victimizan como les enseñó la Jefa y enarbolan todavía el argumento de la tierra prometida.
Ambas corrientes se disparan luego en bajadas de línea en la familia, en el trabajo o entre amistades y todo ese tiempo perdido por los fanatismos impiden ponderar adecuadamente los por qué del actual momento, sobre todo el que vive el Frente de Todos y saber si finalmente se lo va a castigar en las elecciones dándole la posibilidad de volver a Juntos por el Cambio o de irrumpir a Javier Milei o si sus argumentos de defensa van a ser atendidos por el electorado.
En verdad, oficialismo y oposición hoy son dos forzudos con los codos en una
mesa ensayando una pulseada que es bien de fondo, aunque aún mucha gente la observa como una situación periférica y anecdótica, mientras la galera avanza y la partida se esconde en los matorrales.