La controversia sobre el presunto uso de la droga como “bolsón” para las elecciones ha abierto una puerta para la discusión sobre la forma en que los estupefacientes han entrado en la sociedad, así como en el imaginario colectivo y en la política. La discusión puede ser superficial, que es lo primero que salta a la vista entre las acusaciones cruzadas entre los diferentes políticos en este tiempo electoral, y puede ser profunda en busca de certezas con respecto a esas denuncias que se hacen no ahora sino desde hace tiempo, así como de respuestas frente a una realidad dura. Esta ha sido descripta precisamente en las ponencias del reciente Congreso de Salud Mental en Tucumán. “La cantidad de jóvenes que toma alcohol y consume marihuana se multiplicó después… de la pandemia”, dijo Ramiro Hernández, director del PUNA; “el de las drogas es un gran negocio que genera mucho dinero y también corrupción, además del trasfondo político que tiene. Por otro lado, no hay una inteligencia suficiente para dar con el circuito de las drogas; no se nota una intención verdadera de terminar con esto”, dijo el sociólogo Alberto Calabrese. Cabe recordar, en este sentido, lo descripto por el director de la escuela del Mercofrut, en una producción de LA GACETA en marzo pasado: “El flagelo de la droga en un tema con que lidiamos todos los días por el contexto de la escuela –explicó- Sabemos que no es un problema de clase social, sino de contextos diferentes, como la violencia, los abusos y a veces por la precariedad de los hogares. Hay casas que no tienen baño, hay cuadras en el barrio que no tienen agua y a veces hay un solo caño cada dos cuadras. Son una suma de problemas que llevan a los chicos a querer escapar de su propia realidad y del dolor de la marginalidad y de aquellas necesidades que no se pueden cumplir”.
Así las cosas, la denuncia de que la droga podría funcionar como un “bolsón” electoral entra de lleno en el imaginario colectivo e impacta aunque no haya certezas plenas: los denunciantes dicen que la gente de las villas habla de eso y las prácticas del clientelismo -que también son difíciles de probar pero que están en boca de todos- impactan de igual manera en el imaginario colectivo. La respuesta del Gobierno ha sido que se debe denunciar los casos, lo cual es correcto. Pero también corresponde que se preste atención a este asunto que preocupa a todos –la penetración del negocio narco en la sociedad- y que el mismo oficialismo reconoce como un grave problema, a raíz de lo cual se ha implementado la ley de narcomenudeo. Los responsables de Seguridad, incluso, sostienen que la mayoría de los delitos están vinculados con la droga o las adicciones.
Convendría que esta controversia pueda llevar a un debate sano. Tal como está la sociedad, con o sin droga, seguirá habiendo clientelismo político. Habrá quienes digan que falta la reforma política que elimine el clientelismo, pero la cuestión también pasa por ver de qué manera la droga no entra a ser una moneda de cambio en cualquier situación. Habría que pensar en cómo enfrentar el problema de la droga para evitar que sea parte del sistema de vida.