Marcos Mirande

Escritor - marcmirande@gmail.com

Empezaba a amanecer en ese día de enero en el que la temperatura prometía alcanzar los 40 grados. Mientras la ordeñaba, Demeterio le preguntaba a su vaca cuánta gente resentida y cuánta buena gente había en el país. Calculo que siete de diez son buenos. La vaca lo miró fijo. Los buenos son un diez por ciento, decía su mirada. Era muy capaz para ese tipo de análisis su tambera Holando Argentino. Se notaba sobre todo cuando llegaban los compradores de leche y había que establecer el precio. No tanto por el valor de la leche en sí sino por el porcentaje de materia grasa, que se pagaba por separado.

—Uno por ciento —decía el comprador.

La vaca lo miraba feo y luego clavaba los ojos en los Demeterio. No afloje por menos del tres por ciento. Mire la gordura de mi leche. No la regale. Demeterio le hacía caso y generalmente arreglaban en un dos y medio.

Un auto pasó a gran velocidad por la ruta que corría frente al campito de Demeterio. Se escuchó una frenada y el vehículo que regresaba. Eran unos chicos que evidentemente volvían de una noche movida. Uno de ellos bajó la ventanilla.

—Vos sí que tenés la vaca atada y el pasto hachado, viejito. ¡Ja, ja!

—Por supuesto. ¿Será porque yo mismo la até y le corté el pasto para que coma mientras la ordeño? Mocoso maleducado.

Se escuchó un insulto y el auto arrancó, vertiginoso como había llegado, con rumbo Norte.

—Ahí va un resentido. O varios. —Demeterio miró a su vaca. La vaca no emitió sonido pero sus ojos decían ¿has visto que yo tenía razón?

—Parece que están volviendo —nuevamente se escuchó un motor. Pero era otro el auto que se detuvo al frente del campito. Se bajó un hombre y se acercó al alambrado.

—Buen día, Don ¿Me vende diez litros de leche?

—Lamento pero estoy tratando de juntar veinte litros para cuando venga el comprador. Como verá tengo una sola tambera y la pobre no da abasto. La vaca lo miró, molesta, pero resignada.

—Está bien, disculpe. Hasta luego.

Subió a su auto y se fue. Demeterio miró a su Holando. Este era uno de los buenos. La vaca hizo como si no escuchara.

Parece que era un día de visitas, porque al poco rato un tercer auto estacionó frente a lo de Demeterio.

—Buen día ¿Puedo hablar con usted?

—Buen día. Sí, pase por el portoncito —Demeterio indicó a su derecha. —¿Qué lo trae por aquí?

—Estoy avisando a la gente instalada al costado de la ruta que pronto van a tener que irse. Por aquí va a pasar la nueva autovía.

Aunque Demeterio no tenía claro lo que era una autovía, en los 30 años que llevaba ahí había escuchado hablar de ella cada cierto tiempo. Más precisamente cada dos años.

—¿Y qué voy a hacer yo si me voy? Vivo de mi vaquita.

—No se preocupe. El terreno se va a expropiar y usted va a cobrar el valor que corresponda.

—¿Y si no me pagan?

—Tendrá que hacer un juicio. Seguramente logrará un fallo favorable, aunque la propiedad, en realidad, pertenezca al Estado.

—Y dígame, ¿cuánto se puede demorar?

—Para serle franco, un par de años el juicio y otro para cobrar.

—Mire que tengo 80 años.

—Pero lo más probable es que cobre sin necesidad de juicio.

—Supongamos. Pero ¿se le ocurre qué puedo hacer yo a esta edad sin mi campito y mi vaca?

—Y... puede vender la vaca y comprar un departamento en la ciudad.

Demeterio se quedó pensando un rato. Imaginando su vida en un departamento.

—¿Y de qué viviré?

—Puede jubilarse.

—Ja ja ja ¿Usted se refiere a vivir de una jubilación? Mire que escuché buenos chistes por la radio, pero como éste, ninguno.

La vaca lo miró intrigada. Era muy inteligente pero todavía no había aprendido a detectar la sorna cuando el patrón la usaba.

—En fin; yo me voy yendo —dijo tímidamente el hombre ante la tensión del momento. Él sí sabía lo que era eso. Subió presuroso a su auto y desapareció.

Demeterio alzó el balde con la leche, y al tomarla de la soga con la que estaba atada, la vaca lo miró, inquisitiva.

—Y bueno, vaquita. Habrá que confiar en que se demoren otros 30 años.