Por José María Posse
Abogado, escritor, historiador
Hemos visto en la biografía de doña Lucía Aráoz de López (LA GACETA, 6 de noviembre de 2021), las tremendas vicisitudes por las que debió pasar en un Tucumán asolado por las guerras civiles, su temprana viudez, las miserias en el exilio en Tupiza; los odios y persecuciones que soportaron tanto ella, como sus hijos pequeños.
Minutos antes de ser fusilado, su marido, el caudillo unitario Javier López le escribía: “Capilla de San Francisco, Enero 24 de 1836. Mi querida Lucía: Los caprichos de la suerte o mi destino llegado, me conducen al patíbulo a las diez de este día, después de unas cuantas horas de estar en capilla. Adiós dulce compañera, cría pues como Dios te ayude esos ocho desgraciados hijos, fruto de nuestro enlace conyugal, viviendo al lado de tus queridos y ancianos padres que te ayudarán todo el tiempo que vivieren”.
Aun así, en medio de la estrechez económica, doña Lucía se dio tiempo para ser una de las fundadoras de la Sociedad de Beneficencia, que presidió en dos oportunidades.
Tucumanas heroicas: Lucía Aráoz de LópezAquellos años iniciales, parecieron marcar a fuego a su descendencia, hombres y mujeres que escribieron importantes páginas en la historia de Tucumán. Fundamentalmente en materia benéfica, y cuyas huellas se mantienen aún en nuestros días. Entre ellas, queremos destacar a las mujeres de la familia López Pondal; a doña Serafina Romero López de Nougués, a doña Francisca Javiera López Mañán de Méndez y doña Sofía López de Terán, entre las más destacadas.
En una sociedad donde la mujer no tenía muchas posibilidades de actuación, las entidades benéficas les abrieron las puertas a las mujeres a desarrollar, con bastante autonomía una serie de trabajos en bien de la comunidad, donde demostraron capacidades extraordinarias. En diferentes organizaciones caritativas, desarrollaron entonces una eficaz tarea en atención a las necesidades primarias de los pobres comunidad, especialmente en tiempos de crisis y epidemias. Es de destacar que no recibían ayuda alguna del Estado, y ellas se encargaban de conseguir los fondos necesarios para el desarrollo de las actividades. Generalmente era dinero de donaciones a sus familiares y conocidos y muchas de ellas donaron lo que habían heredado de sus mayores.
Damas de la beneficencia
En Tucumán la caridad comenzó a visualizarse en forma organizada a través de la Sociedad de Beneficencia fundada en 1858. Entre sus actividades podemos destacar la atención del primer Hospital de la Caridad; también en la creación y dirección de la primera escuela de niñas; la construcción y sostén del Hospital de Mujeres; la atención del Asilo de Mendigos y Casa Correccional de mujeres Asilo San Roque. También la construcción y sostenimiento del Hospital del Niño Jesús.
Otra obra benéfica fundamental fue la “Conferencia de San Vicente de Paul” (1900). Su propulsor fue el Obispo Pablo Padilla y Bársena. Entre sus principales actividades estuvo la conformación de un asilo materno, la Sala Cuna y la implementación de La Gota de Leche.
Las López Javiera
Volviendo a las descendientes de doña Lucía Aráoz, no podemos dejar de mencionar a doña Francisca Javiera López Mañán de Méndez. Hija de don Benjamín López Aráoz y Francisca Javiera Mañán Romero. Se casó con Eugenio Méndez, abogado y político.
Doña Javiera donó sus bienes para instituir en memoria de su esposo la Fundación “Dr. Eugenio A. Méndez”. Su albacea testamentario fue el doctor Juan B. Terán. Con esos fondos fundaron el Hogar Agrícola San Cayetano, que dirigieron los Hermanos Concepcionistas -padres azules-. Este tenía como finalidad educar a los niños desde su infancia en la enseñanza agrícola técnica y práctica. Doña Javiera perteneció a la Sociedad de Beneficencia de Tucumán, entre otras. Falleció en 1917.
Su hermana Sofía fue esposa del industrial Juan Manuel Terán, madre de Juan B. Terán y hermana de Julio López Mañán. Ocupó la presidencia de la Sociedad de Beneficencia y tuvo el honor de poner la piedra fundamental del Hospital de Niños.
Quería conformar una institución que diera a las niñas sin recursos comida, techo y vestimenta, además de proporcionarles instrucción y moralidad. Con este fin ella y su hijo habían constituido en 1926 la fundación Juan Manuel Terán. El obispo Bernabé Piedrabuena se ocupó de buscar la congregación que pudiera encargarse de esta tarea. Así se decidió por las Hermanas Adoratrices. Doña Sofía les entregaría en propiedad, equipado y amueblado, el local que había empezado a edificar sobre un terreno en la cuarta cuadra de la calles Alberdi, y aportaría una suma mensual para costear los gastos. La escuela comenzó a funcionar el 10 de mayo de 1929.
Serafina
De otra rama de la descendencia de “la Rubia de la Patria”, corresponde por justicia destacar a doña Serafina Romero (López Aráoz) de Nougués, que heredó de su abuela, doña Lucía Aráoz, una propiedad de dos manzanas, que a su vez ella donó a los salesianos. Allí se construyó el Colegio Tulio García Fernández, gracias a la generosidad de don Manuel García Fernández, otro gran mecenas y benefactor que tuvo Tucumán.
En 1892, promovió el debate sobre los problemas del trabajo obrero y los cuidados de la primera infancia, temas por entonces no tratados ni siquiera en las cámaras legislativas. Se movió diligentemente en los círculos políticos (aún vedados para las mujeres de su época), para alentar el dictado de normativas que protegieran a los desprotegidos de la sociedad. Doña Serafina fue una mujer que se caracterizó por su intensa acción al servicio de los humildes, en los tiempos en que el estado se desentendía del asunto.
Cuando se fundó el Hospital de Niños (cuyos pabellones se construyeron en la manzana de calles Sarmiento, Junín, Santa Fe y Salta), fue una de las mayores donantes de dinero para la obra. Pero no se quedó en ello, sino que asistía diariamente al hospital, para cubrir cualquier necesidad.
El papa Pío XI le otorgó la condecoración “Pro Ecclesia et Pontifice”.
La Ayuda Femenina
Otro de los nietos de Lucía, fue don Adolfo López, casado con doña Benjamina Pondal. Dedicado a las empresas de campo, junto a su mujer tuvieron una destacada descendencia. La casa que diseñó y mandó a construir, señorea en una lomada en Tapia, todavía en manos de sus descendientes.
Entre sus hijas, subrayo a doña Elena López Pondal, que al casarse con el doctor José Ignacio Aráoz, concluyó las desavenencias ancestrales entre los Aráoz y los López, tema ya tratado.
Tuvieron 14 hijos. A pesar de ello, doña Elena, que era una mujer determinada y llena de proyectos y energía, decidió donar su poco tiempo libre para brindar asistencia a las mujeres más necesitadas de la provincia. A tal fin fundó la Ayuda Social femenina, que se constituyó formalmente el 11 de octubre de 1936.
En realidad, una asociación similar existía antes de esa fecha, pero dependía de las Conferencias de San Vicente de Paul. Como esa institución decidió cerrarla por razones económicas, la señora de Aráoz reunió en su casa a un grupo de amigas y les propuso reorganizar la Ayuda Social, pero ya como ente privado. Rápidamente se nombró una comisión directiva -que presidió la señora de Aráoz-, se redactaron los estatutos y se gestionó la personería jurídica.
Lograron que don Francisco Javier Álvarez aceptara venderles una propiedad que tenía en la esquina 25 de Mayo y San Juan, en condiciones muy cómodas y a muy largo plazo. Álvarez murió en 1943 y, a pesar de que aún faltaba pagar mucho del precio, en su testamento, con toda generosidad, dio por cancelada esa deuda. El local, de estilo neocolonial, fue ensanchado con dos pisos, como se lo aprecia en la actualidad en la ochava noreste de 25 de Mayo y San Juan. Sigue siendo la sede.
El propósito inicial -que se ha mantenido en el tiempo- era que las mujeres necesitadas y habilidosas pudieran, sin necesidad de salir de su hogar, ayudarse económicamente vendiendo sus artesanías de tejidos, lencería, productos regionales caseros, etc. Todo recibido en consignación, y con los precios puestos por sus autoras, que dejaban un pequeño porcentaje para mantener la institución.
Con sus módicas ganancias, la Ayuda Social se las ha arreglado para apoyar a otras entidades de bien público, como el Cotolengo Don Orione o comedores infantiles, con donativos en especie. Los trabajos manuales, en especial ropa de bebés, que exhibe su vidriera, así como los dulces y caramelos caseros, son muy requeridos por su alta calidad.
Doña Elena además organizaba talleres de tejido y costura, donde se enseñaba a las mujeres el oficio.
Desde entonces, la Ayuda Social Femenina continúa realizando la misma tarea, que la ha convertido en una silenciosa generadora de ese trabajo que es tan necesario en estas épocas de crisis, al posibilitar ingresos a muchas personas que tienen en la artesanía su única fuente de recursos.
Hermanas López Pondal
Las hermanas de doña Elena también se destacaron en diferentes actividades benéficas. Benjamina, que se casó con el progresista gobernador Miguel Critto, llevó adelante una extraordinaria labor humanitaria destinada a los más necesitados. Atendió personalmente cada requisitoria y se sabe que, de su propio peculio, calladamente hizo el bien a muchas personas que necesitaron de su asistencia. Visitaba asiduamente a los tuberculosos, en tiempos donde a los afectados por esta enfermedad, se los aislaba totalmente para evitar el contagio.
Elvira, casada con Roberto Martínez Zavalía, durante años dirigió Cáritas. Desde allí realizó una extraordinaria labor construyendo viviendas dignas para personas de escasos recursos. Ya entrando en la vejez, cierto día reunió a sus hijos y les comunicó que había decidido donar todas sus pertenencias heredadas para la construcción de casas, pues le dolía la miseria en la que vivían unas familias de determinado barrio. Ya grande, se inscribió en la Facultad y en 1965 se recibió de profesora de Filosofía, pues nunca descuidó el cultivar su propio espíritu.
Otra de las hermanas fue María Teresa, casada con Jorge Paz, de quien enviudó muy joven. A pesar de que nunca tuvo un buen pasar económico, se puso al frente del Hogar de Ciegos a quienes atendía personalmente y organizaba salidas a la montaña en colectivos abiertos que conseguía. Fue el ángel de muchísimos no videntes, que tenían en ella a una amiga incondicional. Fue muy apoyada por su hermana María Isabel. Susana María fue monja de la congregación de las Adoratrices, conocida como “Chocha” y dedicó su vida al cuidado de los enfermos, que se beneficiaron de su trato delicado y fina simpatía.
Las menores: Julia, fue la primera presidenta de la Acción Católica de Tucumán, apoyó decididamente la obra de Monseñor Barrere en tiempos cuando se fundaron varias parroquias y se edificaron templos en diferentes barrios. Doña Julia dedicó sus últimos años a la obra salesiana.
Doña Raquel, casada con Federico Sortheix desarrolló también una extraordinaria actividad social, al frente de la Acción Católica, llevando ayuda material y espiritual a los barrios marginados de San Miguel de Tucumán. Visitaban los lugares más carenciados y allí desarrollaban una extraordinaria labor benéfica calladamente, sin estridencias, como corresponde a un auténtico cristiano. Fue además durante años, la memoria viva de su familia y organizó varios encuentros entre las diferentes ramas familiares, para que las jóvenes generaciones estuvieran al tanto de la responsabilidad de su legado.
Todas las mencionadas, representan la mejor tradición tucumana en materia de caridad por el prójimo. Fueron sin duda alguna, mujeres ejemplares, cuyos nombres deben ser recordados por la posteridad. Agradecemos a la señora Delfina López de Frías las referencias históricas utilizadas en esta nota.
Fuente documental: “Mujeres del Tucumán, la maliciosa invisibilidad”. UNT, 2023.