Carlos Duguech

Analista internacional

Un país como el nuestro, tan alejado geográficamente de los centros de poder del mundo (económicos, políticos) necesita que su gestión a través de los embajadores –sea en países u organizaciones internacionales de peso, internacionales o regionales - resulte de beneficio concreto para Argentina. Y debe serlo en todos los niveles, naturalmente. Y para ello es necesario un plantel de embajadores con experiencia, de carrera, independizados de los ruidos de la política interna del país y de los movimientos entre sectores en la conducción de los asuntos de gobierno. Pero atados, sí, a la configuración de una clara y muy precisa necesidad de la República Argentina, país gestado con una necesaria política inmigratoria (que operó desde 1860 a 1930, particularmente) y que le dio esa impronta peculiar ante el mundo. País vasto, de casi inconmensurables recursos naturales. De una superficie que lo ubica en el octavo lugar entre los países del mundo y con un litoral marítimo de aproximadamente 4.500 km.

Argentina, un país con una de las constituciones más generosas del mundo que incluye en su preámbulo –nada menos- uno de los propósitos como para los nativos de su suelo cuando expresa que los objetivos perseguidos son: “para nosotros y para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino”.

Favores

El título de un libro editado en 2011 por Aguilar, de 350 páginas, es una obra que revela los distintos escenarios y cuestiones exn las que intervino su autor, el embajador de carrera Carlos Ortiz de Rozas (1926-2014). En el libro expone en el tono cautivante de su escritura,- y siendo fiel a su título –“Confidencias diplomáticas”– variadas actuaciones suyas en distintos destinos en los que supo desarrollar como pocos su capacidad y formación en la diplomacia activa. No la de los copetines y fiestas sino la de una muy humana y responsable actitud de servicio en favor de su país. Las anécdotas y relatos -de una amenidad que invita a la lectura- revelan a la vez una buena parte de la historia de nuestro país en su relación con el mundo.

Cuando alcanza el grado de embajador en 1967, casi 20 años después de egresar de la Escuela de diplomacia del Ministerio de Relaciones Exteriores, el abogado Ortiz de Rozas comienza una muy variada carrera que lo llevaría a muchos destinos. Uno de los que más apreció fue el de embajador en París. “Un lustro en París es, para algunos de carrera, casi un milagro”. Lo expresa en un capítulo del libro en el que da la clave de lo que se analiza en esta columna, cuando le anuncian que debe dejar la embajada en Francia: Algo desilusionado, expresa: “Lo que más lamenté fue que imitásemos a los Estados Unidos en una práctica bastante penosa, como es la de reconocer al que más plata haya aportado para la elección de un presidente un cierto derecho a escoger la embajada que le plazca en el extranjero. De todos modos, entre nosotros esto no es tan frecuente, ya que la gente no es muy pródiga con su dinero para malgastarlo en esos fines, pero en cambio a veces se les concede esa prerrogativa a seres que de diplomacia saben poco y nada: políticos, sindicalistas, deportistas, ex legisladores en búsqueda de empleo, en fin. La lista es larga, pero, salvo excepciones, todos tienen algo en común: deben empezar por aprender qué hace exactamente un embajador. Todo en detrimento de los que dedican años a prepararse en las universidades, para dar el obligatorio examen de ingreso al Instituto de Servicio Exterior de la Nación y que, después de aprobado, todavía deben seguir cursos de perfeccionamiento”.

Estafa

“El despojarlos de sus derechos consagrados en la ley, (a los profesionales de carrera en la diplomacia) es una verdadera estafa que han practicado la mayoría de los gobiernos argentinos hasta el presente. Puede ser que alguna vez aprendamos de los países más evolucionados en este campo”, escribe con legítimo derecho a cuestionar.

Una ley “a medida”

El 22 de mayo de 1975 el Congreso de la Nación sanciona la ley 20.957 que el Poder Ejecutivo, conducido por Estela Martínez de Perón, promulga días después, el 5 de junio, estableciendo el régimen para el Servicio Exterior de la Nación. Una ley con 109 artículos. El 2º, que lo define, expresa que el Servicio “estará integrado por…”. Lo detalla en cada caso y en el punto “c” reza: “El cuerpo de agregados laborales constituido por el personal designado con arreglo al artículo 9º de la presente ley”.

Cabe enfatizar que es el único rubro (agregados laborales) de “no diplomáticos de carrera” que está en el inicio como formando parte legal y permanente del Servicio Exterior (SE). Consagra la ley citada un artículo íntegro a este respecto: “Artículo 9º – El cuerpo de agregados laborales estará constituido por el personal que designe a tal efecto el Poder Ejecutivo, propuesto por la Confederación General del Trabajo a requerimiento del Ministerio de Trabajo. Su organización, régimen y funcionamiento serán regulados por un estatuto especial”.

Es de suponer que para el caso no se recurrirá a diplomáticos de carrera. Nada más que agregar para no caer en discriminación inexistente. Sólo enfatizar de qué modo una política partidaria interna se exporta hacia el mundo consagrándola en una ley que diseña nada menos que el Servicio Exterior de la Nación.

Es obvio que esta inserción -excluyente de otros sectores de la actividad del país (culturales, científicos, técnicos, etc.)- muestra la clásica estructura de un turno de gobierno. Turno donde se distingue la preeminencia de una confederación como la CGT a la que se le concede un espacio en el Ministerio de Relaciones Exteriores de una relevancia y exclusividad inexplicable. Sobre todo -desde la especialidad de las relaciones exteriores- para integrar en la estructura rigurosa del Servicio Exterior de la Nación. Sin embargo entre los otros compromisos que le fueron asignados por ley al (SE) está el de “difundir ampliamente el conocimiento de la República y fomentar las buenas relaciones políticas, económicas, culturales y sociales con el país en que ejercen sus funciones”. No está prevista en forma expresa (como en el caso “laboral”) la integración en el Servicio Exterior de universidades del país, por ejemplo. Nada de eso. Nada.

¡China, ese mundo!

El artículo 23 de la ley que se cita consagra un punto concreto: “Prohíbese a los funcionarios del Servicio Exterior de la Nación: en el punto a) “Intervenir en la política del país extranjero en que desempeñen sus funciones. Y en el f) “Hacer uso indebido de documentos noticias reservadas, confidenciales o secretas”.

El embajador (que no es de carrera) en China, Sabino Vaca Narvaja, se expresó sobre la visita (a principios de agosto de 2022) a Taiwán de Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes de EEUU. Se salió de sus funciones de embajador e incursionó desde esa plataforma y se animó -suelto de lengua- a opinar sobre esa visita: “Ha sido una provocación y un problema para toda la comunidad internacional”. Y se animó aún más: “Estamos seguros (¿Quiénes?, vale preguntarle) de que esta visita ha sido una provocación para toda la comunidad internacional”. Jamás un embajador de carrera, fogueado en los estudios necesarios en su formación extendida para obtener el rango de “embajador”, se hubiera animado a salir de sus límites en el ejercicio de su cargo y actuar como mentor político y censurar desde la embajada de su país, nada menos, acciones u omisiones de altos dignatarios de otros países, como en este caso. Vaca Narvaja debió ser suspendido porque hizo desde sus funciones algo prohibido por la ley 20.957 del país que representa. Nada pasó. Es como si desde el Poder Ejecutivo se le hubiera concedido el “placet” para decir lo que quisiera, aun lo que está prohibido por ley. Lamentable.

El caso Luis Juez

Durante el gobierno de Macri. Luis Juez se desempeñaba en Ecuador como embajador, aunque nada tenía que ver con la carrera de diplomático. Dos años en ese destino hasta que una expresión suya (octubre de 2017) sobre un sector (los “mugrientos”) del pueblo ecuatoriano llevó al gobierno de ese país a que solicitara a la Cancillería Argentina el retiro del embajador. Finalmente se concretó y Juez volvió a su país. que lo había distinguido con un cargo de embajador, nada menos. Y hoy es miembro del Consejo de la Magistratura Nacional, nada menos.

Se cierra esta columna con un pensamiento: “La diplomacia no es una disciplina que cualquiera puede desempeñar. Menos los políticos, enfrascados como se muestran en sus objetivos de corto plazo y excluyentes de las necesidades e intereses de los demás”.