América Latina es un continente con muchos católicos y muchos pobres, le gusta decir al papa Francisco. Es un hecho objetivo, aunque los católicos sean cada vez menos y los pobres, siempre demasiados. Bergoglio y la Iglesia han perdido la voz al denunciar el “escándalo de la pobreza”, la vergüenza de los “descartados”, la exclusión dramática de una parte creciente de la sociedad. La fábrica de pobres parece ser la única que produce a pleno rendimiento. ¿Cómo se puede explicar?

En uno u otro momento, han culpado a gobiernos de todo tipo y color, a la “clase dominante”, a la “explotación imperialista”, al individualismo y al egoísmo. A todo y a todos. Desde el púlpito de las fiestas patrias, en los documentos de las asambleas episcopales, en las declaraciones de la Pastoral Social, llueven las denuncias y las acusaciones, las críticas y las condenas. Sin embargo, nadie piensa nunca en dar un pequeño pero lógico paso adelante. Si hay tantos católicos y tantos pobres, ¿habrá alguna relación entre las dos cosas? ¿Existirá un vínculo entre la historia religiosa y la historia social, la fe y la economía, la pobreza y la catolicidad?

Son preguntas retóricas: obviamente, ¡el vínculo existe! ¿Cómo podría no ser así? Nadie debería saberlo mejor que Bergoglio, que siempre invoca la “cultura” del “pueblo” para celebrar sus virtudes. Imbuido de espíritu evangélico, el “pueblo mítico” conserva una moral cristiana “sencilla” y “genuina”. Es solidario, comunitario, altruista. Es un “pueblo puro”.

Sin embargo, la misma “cultura” que en cinco siglos de cristianismo ha sembrado tantos dones no se diría al mismo tiempo responsable de las plagas. La pobreza y la desigualdad, la corrupción y la ilegalidad no son imputables a la herencia histórica cristiana, sino a una “élite corrupta” sometida a “ideologías foráneas”. En fin, las raíces de las virtudes están en el humus católico del pasado hispanoamericano, ¡las de los defectos en el jardín de los vecinos! ¿No será acaso una lectura de conveniencia, maniquea, interesada, ideológica? Si hay tanta pobreza, nos dice, la herencia católica no tiene nada que ver. Por lo tanto, la Iglesia busca culpables en todas partes, chivos expiatorios en cualquier lugar, menos en su casa.

*Fragmento.