Por Sergio Silva Velázquez

PARA LA GACETA - TUCUMÁN

Cerdos y Peces. Quizá una revista de culto de los 80 -Enrique Symns, su creador, ha muerto hace unas semanas- sea un indicio a la hora de conocer a la chica que devoraba artículos de la contracultura porteña, sin saber que comandaría desde Argentina un género literario con una legión detrás. Incluso hoy, cuando los académicos examinan la obra de Mariana Enríquez -calificada en tesis doctorales de gótica o de terror- lo hacen desde sus perturbadoras páginas, por donde se filtra el estupor de un barrio cuyos vecinos se han quedado sin trabajo y sin comida por una especie de maldición improbable; el viaje faulkneriano de un padre y su hijo con poderes sobrenaturales que quiere no ser cooptado por una sociedad secreta o la tragedia argentina en su oscuro tránsito por la dictadura. Cada cuento y novela ha permeado en sus seguidores por múltiples vías de irrigación.

“Hay lectores que están en países -Francia, Estados Unidos, Reino Unido- donde se aceita la máquina de difusión pero hay libros que, aunque se difundan, no funcionan. Son países con una tradición lectora muy potente y solo salen de su zona de confort por curiosidad; no tienen casi costumbre de leer extranjeros. En Argentina leemos traducciones, ellos muy poco”. Nuestra parte de noche, esa compleja novela trepidante -Premio Herralde 2019- de Anagrama, pasó holgadamente esa prueba, convirtiéndose en una especie de hito por tratarse de una latinoamericana. Una rockstar, la definió The New York Times.

Para Enríquez “su instalación” en el mercado anglosajón no hubiera resultado sin un inesperado boca a boca. Vender 10.000 unidades en Argentina pasa a ser un número relativo si consideramos la población de Estados Unidos y otros países anglosajones donde la novela -Our shades of Night- llegó hasta los 30.000 ejemplares. “Para mí, no hay un romperla afuera comparado con el libro en español. El fenómeno más interesante es el de América Latina y España.  En mi caso funciona, creo, porque escribo dentro de un género considerado marginal pero que tiene un público muy intenso. El lector de género, es un lector básicamente entusiasta”.

Le leo un último título encontrado al azar en internet: “La prensa de Estados Unidos cae rendida ante el embrujo de Mariana Enríquez”. Después de eso, ¿uno se la cree?

“Ja…Yo lo relativizo un poco porque soy periodista y sé que son ganchos que necesita un título. Conozco la idiosincrasia del lector argentino: cuando un argentino tiene un elogio afuera eso funciona y la gente se entusiasma. Es como cuando vendieron a Enzo al Chelsea y todos vemos ahora al Chelsea”.

La consecuencia de esa popularidad transfronteriza es un desfase para esos lectores “que nada saben de la Argentina” por el que la autora cree que sus libros precisan de un pie de página, un marco de referencia. Incluso para los traductores desorientados ante el cuento La Virgen de la Tosquera. “Todos me preguntaron qué era una tosquera y tuve que enviarles fotos. En Nuestra Parte de Noche, los personajes atraviesan una laguna típica con palometas; tuve que mandarles imágenes de las heridas que puede provocar ese pez”.

A los traductores sí, nunca en sus libros.

“No lo hago porque como lectora no me gusta que me expliquen eso. Faulkner nunca aclara que el condado de sus novelas no existe, no explica la esclavitud, ni tampoco qué significa una familia sureña decadente. Mishima, en El pabellón de Oro, no explica lo que es la relación mística de los monjes con los templos: si se desconoce el contexto, pueda que se pierda mucho de una traducción”.

No explicar, no involucrarse en una discusión sin sentido, fue lo que la hizo abandonar Twitter, en solidaridad con la escritora colombiana Carolina Sanín, a la que la editorial Almadía canceló su contrato por cuestionar la política de identidad de género. “Defendí la libertad de expresión de Sanín, a quien no conozco personalmente. No soy transodiante, ni transfóbica y no podía explicar a cada persona que me acusaba y que no quería escuchar mi explicación”.

Es el momento justo para que Enríquez aborde un asunto espinoso: ¿Cómo convive un autor con una clase de editor que hoy amenaza su creatividad?

“El sentitive united (un lector de sensibilidades) procura detectar que los pronombres sean usados en inclusivo para personas no binarias pero también puede sugerirte contenidos, por ejemplo: muere un personaje gay y el editor te indica: “no, no conviene que lo mates” o “tenés que poner un personaje asiático, latinoamericano o un mendocino en uno de mis cuentos que suceden en el noreste argentino”. ¿Si hay un mendocino por qué no un cordobés? Absurdo. Como si le pidieran a un pintor todos los colores de la paleta en un cuadro”.

¿Se reconoce en el cuadro que conforma junto a otras latinoamericanas? “Es un momento de extraordinaria producción de mujeres. Pero Claudia (Piñeiro), Samanta (Schweblin) y yo no podemos ser más diferentes. Nos molesta que nos digan que somos una moda, que nos encapsulen o nos asuman como iguales. El boom fue otra cosa: un momento de pro revolución cubana y predictadura, un instante muy optimista en la región,  a diferencia de lo que hacemos nosotras, que es bastante ‘oscuro’ o ‘depresivo’ porque tiene un espíritu lejano a lo maravilloso”.  

¿Explica eso la tapa que cambia, según las ediciones? “Lo decide la editorial; en Anagrama me consultaron y hasta me piden colaboración. En Francia usaron la misma -El Angel Caído de Alexandre Cabanel- pero en Estados Unidos eso daba a novela decimonónica. Para ellos era una novela que tendría un potencial público joven y eligieron algo pop: a mí me gustó pero hay gente que me dijo que la imagen condiciona la lectura y la lleva al terror. En Eslovaquia hicieron un círculo con una luna, algo medio abstracto”.  

Lo outsider es parte del trabajo. Descontracturada, sin caer en lo presuntuoso, Enríquez dice preferir no colgarse la foto de autora que vende y asoma tangible con una anécdota simple y llana: cuando ganó en 2021 el prestigioso Premio Booker, el mundo seguía en pandemia. “Me dijeron “que me vistiera bien” (risas) y al preguntarle a Samanta -ganadora anterior- me dijo: pero claro tonta…yo me tuve que comprar un vestido.”

La cámara del zoom proyecta un ambiente de libros apilados en una biblioteca de modesto tamaño donde conviven Faulkner y McCarthy junto a un impensado Manuel Puig. Toni Morrison, Rimbaud y T.S. Eliott aparecen con la argentina Liliana Bodoc, una de sus musas. Además de lo obvio: Stephen, es el King de sus preferencias. Un refugio, aunque la escritora esté lejos de ser tímida: sus apariciones son frecuentes -la última en las tablas del teatro Coliseo con un espectáculo de lectura performática acompañada de músicos e imágenes de artistas plásticos- y en sus libros, su voz respira acompasada e insufla la carnalidad de los monstruos que los habitan, los climas que acechan al lector.

¿Rutinas? A la editora del suplemento de cultura de Página/12, la escritura le insume lo poco e intenso de una mañana: “cuatro horas y a la noche releo”. ¿Experimentar? ¿Está dispuesta a virar? ¿Y por qué lo haría ahora en una cima? “En lo creativo soy intuitiva y voy viendo qué viene y la verdad que me sigue viniendo lo mismo (risas); lo próximo será en la misma línea. Mis primeras novelas son bastante raritas, antes que me planteara el cambio a lo fantástico y el terror”.

La saga tampoco le atrae: la autora confiesa no ser organizada y está lejos de los mundos elucubrados por esquemas de personajes que se conectan mágicamente a través del tiempo. Su escritura, en definitiva, se nutre de un torrente creativo que alcanza picos de tensión, vuelcos de trama y precisos toques macabros. “Me preguntan si va a haber una segunda Nuestra Parte de Noche…la verdad no me imagino que pueda hacer el personaje principal -Gaspar, un chico complejo, un torturado casi- en un segundo libro, un reset, no: lo llevé hasta donde tenía que ir”.

© LA GACETA

PERFIL

Mariana Enríquez (Buenos Aires, 1973) es escritora y periodista. Publicó la novela Nuestra parte de noche (Premio Herralde de Novela y Premio de la Crítica 2019); las colecciones de cuentos Los peligros de fumar en la cama y Las cosas que perdimos en el fuego (publicada en veinte países y galardonada en 2017 con el Premi Ciutat de Barcelona); el perfil La hermana menor (sobre Silvina Ocampo), y las crónicas de Alguien camina sobre tu tumba. Es subeditora del suplemento Radar del diario Página/12 y colaboró en publicaciones como The New Yorker. En 2021 fue finalista del premio Booker.