Las científicas del Conicet Cecilia Rustoyburu y Natacha Mateo, del Instituto de Investigaciones sobre Sociedades, Territorios y Culturas (Istec), junto a Karina Felitti, del Instituto de Investigaciones de Estudios de Género (Iiege, UBA), y Agustina Cepeda, de la Universidad Nacional de Mar del Plata (Unmdp), presentaron el libro “Tecnologías biomédicas y feminismos”, ayer en la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires, informa el Conicet en su página web.

La obra recupera investigaciones de las especialistas y plantea discusiones teóricas y políticas sobre las relaciones entre estas tecnologías y el movimiento feminista. Y lo hace a partir de la historia y circulación de una selección de artefactos biomédicos, que impactan en la vida sexual y reproductiva de las mujeres y personas con capacidad de gestar, entre los que se encuentran: la píldora anticonceptiva, el implante subdérmico, el test de embarazo y el ultrasonido, y el misoprostol en sus usos obstétricos. El libro retoma los resultados de las investigaciones desarrolladas en los últimos años, y las hace dialogar en torno de una serie de preguntas comunes sobre las políticas públicas en las que se insertan, y a las apropiaciones de distintos actores sociales, especialmente las mujeres.

Rustoyburu explica que las tecnologías biomédicas son dispositivos abiertos, que están en permanente construcción. “Son tecnologías diseñadas en el campo de la biomedicina, pero abiertas a ser modificadas y reapropiadas por las personas usuarias. En este libro tomamos diferentes ejemplos para insertarnos en la discusión sobre estas tecnologías en clave feminista”, manifiesta. Mateo añade que cuando se analizan este tipo de dispositivos se considera que la sociedad está presente desde la creación de las mismos, con prejuicios, ideologías e intereses.

Contextos

Las científicas analizan la historización de estos dispositivos teniendo en cuenta los contextos nacionales y trasnacionales en materia de políticas de población y de desarrollo, la moral sexual, las influencias religiosas, los intereses de la corporación médica, el ámbito científico y los laboratorios, así como los debates y acciones de los movimientos de mujeres y activismos feministas nacionales y transnacionales.

“Evaluamos las ecografías, por ejemplo, entendidas como forma de visualización del feto para pensar la construcción de ese dispositivo que lleva a un plano visual el proceso embrionario, que hasta su aparición en los controles no era visible. Este hecho configura otro saber médico y otra forma de poder visualizar y discutir en torno al concepto de vida que surge al aparecer el feto como ente”, agrega Mateo.

Rustoyburu señala que tecnologías que fueron consideradas liberadoras por un grupo social fueron lo opuesto para otros sectores. “En la década del 70, en Estados Unidos las feministas de clase media demandaban la despenalización del aborto, mientras que las feministas negras planteaban que ese tipo de herramientas podían ser usadas por políticas antinatalistas racistas. O cuando pensamos la historia de la pastilla anticonceptiva, que para las mujeres de Estados Unidos fue emancipadora, pero para las mujeres de Puerto Rico o El Salvador, donde se hicieron las primeras pruebas de estas drogas, fueron parte de un proceso de colonización”, reflexiona.

Creado por las mujeres

“Otro ejemplo de la construcción de tecnologías biomédicas es el misoprostol, que consiste en una molécula del grupo de las prostaglandinas, que fue sintetizada y tiene funciones tanto de protector gástrico en caso de úlceras como para inducir contracciones. Quienes desarrollaron este fármaco lo inscribieron con la primera función y señalaron la segunda como una contraindicación para las mujeres embarazadas por su naturaleza abortiva. Pero en realidad ellos diseñan una tecnología que tiene dos usos ¿cuál es la indicación y cuál el efecto secundario? Es decir, que la función en el ámbito de la salud reproductiva no se crea en el laboratorio, lo crean las mujeres”, asegura Mateo.

Las científicas también abordan el devenir del implante subdérmico, cuyo origen no es tan conocido como el de la pastilla anticonceptiva. El implante es una tecnología moderna orientada a combatir el embarazo en la adolescencia, creada en la década de los ochenta, que fue pensado como un dispositivo para las políticas de población en países del Tercer Mundo, especialmente en sectores sociales racializados con altos índices de natalidad. “En Argentina empezaron a implementarlo en 2014, pero se instaló fuertemente en 2017, con el Plan Nacional de Prevención del Embarazo No Intencional en la Adolescencia (ENIA), coincidiendo con un recorte de las políticas de Educación Sexual Integral y de cierre del Ministerio de Salud. Si bien se promociona como un instrumento que garantiza la autonomía, en los materiales dirigidos a las adolescentes, no se informan sus efectos adversos, así como tampoco se promueve claramente la posibilidad de extraerlo cuando la usuaria lo desee”, sostiene Rustoyburu.

Agenda de políticas

“Creemos que el libro puede ayudar a pensar la agenda de políticas sobre salud reproductiva y no reproductiva como así también aportar al movimiento feminista en la Argentina y a la apropiación de otras agendas del movimiento internacional, por ejemplo, en torno de la justicia reproductiva pensando las demandas políticas del feminismo en clave interseccional”, indica Mateo.

La publicación está dirigida a un público no experto, si bien se trata de investigaciones científicas, las especialistas lo plantearon en un lenguaje ameno y accesible. “Lo pensamos para que lo lean quienes diseñan políticas públicas de salud reproductiva, efectores del sistema de salud, pero también para personas que usan estas tecnologías, para quienes les interesa la historia del movimiento feminista en Argentina o simplemente tienen curiosidad por esta temática”, concluye Rustoyburu.