Un tucumano que viaja en su vehículo, inesperadamente ingresa en un embotellamiento de tránsito. El desplazamiento es muy lento. Comienza a tocar bocina para expresar su fastidio, contagiando a otros conductores. El estruendo se vuelve infernal para los peatones y los vecinos y si hay un sanatorio en las inmediaciones puede ser insoportable para los enfermos. Pero a este ni a sus émulos no parece importarles los perjuicios que les ocasionan a terceros. El semáforo no va a cambiar de luz porque lo bocineen, tampoco el embotellamiento va a ceder si el motivo de la obstrucción es un accidente. La contaminación sonora es cotidiana en San Miguel de Tucumán.

En el año 1996, el Centro para la Audición y Comunicación (CHC) creó el Día Internacional de la Concienciación sobre el Ruido, para alertar y crear conciencia en la población sobre los riesgos que tiene el ruido para el trastorno auditivo y su impacto en la salud. Este se conmemora el último miércoles de abril.

Según la Organización Mundial de la Salud, el ruido es la primera molestia ambiental en los países industrializados. Sus efectos negativos están relacionados con la audición, el sistema nervioso vegetativo, la psiquis, la comunicación oral, el sueño y el rendimiento. Lo máximo que soporta un ser humano son 70 decibeles (dB). A partir de los 70 y hasta los 80 dB, se pueden producir daños físicos y emocionales. Por ejemplo, 90 dB es el sonido de las sirenas de ambulancias; 100 dB produce el motor de un colectivo en mal estado al frenar, y el martillo mecánico. El ruido puede producir cefalea, dificultad para la comunicación oral, disminución de la capacidad auditiva, perturbación del sueño y descanso, estrés, neurosis, depresión, molestias como zumbidos y tinnitus, en forma continua o intermitente, disfunción sexual, entre otras cosas.

Hace pocos días le dedicamos un amplio espacio a esta problemática. “La contaminación acústica involucra cualquier localidad, sin importar su tamaño, por lo cual debe ser comprendida y atendida por la sociedad en su conjunto; es imprescindible desarrollar acciones de concientización sobre los riesgos que implica el ruido”, afirmó Beatriz Garzón, investigadora independiente del Conicet NOA Sur. Por su parte, la arquitecta Isabel Juárez, becaria doctoral del Conicet, dijo que las mediciones acústicas efectuadas indican que, en horario pico, el área céntrica de San Miguel de Tucumán soporta sonidos de entre 90 y 100 dBA. “La ciudad es muy agresiva para el oído humano: el ruido de bocinas, motores, música y gritos configura el entorno de quienes viven y recorren la ciudad”, señaló.

El Grupo de Hábitat Sustentable y Sustentabilidad (GhabSS) sostiene que la vegetación urbana, que puede ser considerada “pantalla verde”, favorece la mitigación del ruido; y en ello intervienen variables como características, estructura, densidad y patrones de distribución de las especies adoptadas. Según Agustina Cazón Narváez, integrante de ese grupo, en la gran mayoría de los casos, las viviendas individuales o colectivas no están bien diseñadas para controlar el ruido. Para lograrlo se hace necesario identificar correctamente el tipo de fuente de ruido y generar las propuestas de control adecuadas para cada caso.

En el microcentro, donde a diario ocurren embotellamientos y los automovilistas suelen aturdir a los demás con los bocinazos, para los inspectores municipales sería muy fácil sancionarlos, de acuerdo con las ordenanzas vigentes, porque los conductores están detenidos, no pueden avanzar. Nos parece que el Estado debe educar a la ciudadanía; diseñar políticas que tiendan a erradicar o morigerar la polución sonora, privilegiando siempre el bien común porque su misión primordial es preservar la salud de todos los habitantes.