Carlos Fara sostiene que el próximo presidente o presidenta de la Nación debe estar dispuesto/a adoptar las decisiones que deba asumir si es que quiere encauzar a una Argentina sumida en una crisis económico y social. El analista político y director de Fara Veggetti indica a LA GACETA que, más allá de los errores, la dirigencia política argentina aprendió a sostener la institucionalidad en los 40 años de democracia ininterrumpida en el país, aunque aún persiste la grieta que, por caso, no le permite a las principales fuerzas políticas llegar a una cultura del acuerdo y del consenso democrático. “Los argentinos podemos y debemos demandar un plan de largo plazo”, afirma en la siguiente entrevista.

-¿Qué tipo de liderazgo necesita la Argentina para salir de este estado de crisis?

-La Argentina necesita un liderazgo fuerte. Definitivamente, será una situación muy crítica la que recibirá el próximo presidente o la próxima presidenta y, obviamente, en contraste con Alberto Fernández, necesita un liderazgo basado en sus propios méritos. Un liderazgo construido por sí mismo o sí misma. No puede ser un liderazgo dependiente de otro, porque, de otro modo, no generará la autoridad necesaria para comandar el Estado y legitimar las decisiones que haya que tomar.

- ¿Cómo observa los dirigentes potencialmente presidenciales en su visión para salir de esta situación? Virtudes y defectos

-Horacio Rodríguez Larreta es una persona que ganó dos veces cargos ejecutivos por elecciones, siguiendo un poco la tradición de buena parte de los presidentes en esta democracia. El caso de Néstor Kirchner, la situación de Mauricio Macri, la de Carlos Menem, la de Eduardo Duhalde y hasta Fernando de la Rúa. Han mostrado ejecutiva previa en cargos ganados electoralmente. Larreta es trabajador y tenaz. Buena parte del éxito de la estructuración del PRO en su etapa temprana fue por aquella impronta del actual jefe de Gobierno porteño. Si bien no es carismático, su estilo conservador parece jugarle en contra porque hay dirigentes que piensan que no tiene firmeza para poder conducir una situación tan crítica si llegara a constituirse en Presidente. Patricia Bullrich es una persona que tiene experiencia ejecutiva como ministra, pero nunca condujo ejecutivamente un rol estatal por sus propios méritos, en el sentido de que es legitimada en las urnas. Es tenaz y astuta, además de trabajadora, con liderazgo firme con capacidad de confrontación si fuese necesario en cualquier situación de crisis. En el caso Javier Milei su principal virtud y su principal defecto tiene que ver que estamos en presencia de un personaje disruptivo con todo lo novedoso que pueda generar como movimiento político. Eso lo beneficia porque se creó una gran novedad en la política argentina, pero al mismo tiempo le pone un límite porque abre interrogantes respecto de cuánto con esa capacidad ejecutiva se puede conducir el Estado y la política. En el Frente de Todos, más allá de que hoy es el presidente, Alberto Fernández, tiene un fuerte desgaste. A su vez, Sergio Massa está atado a los resultados económicos, pero cuenta con la ventaja del conocimiento de la sociedad y liderazgo propio. Daniel Scioli es muy conocido, pero creo que se le pasó el cuarto de hora y dentro de la coalición tampoco lo procesan. Entre los gobernadores, el tucumano Juan Manzur y el chaqueño Jorge Capitanich no tienen proyección nacional y, así es muy difícil llegar. Axel Kicillof, en tanto, tiene la gran ventaja de gobernar Buenos Aires, que le da más volumen que sus pares de otras provincias. Eduardo de Pedro es desconocido, que puede ser positivo al no evidenciar desgaste, pero La Cámpora puede convertirse en un componente negativo para él.

- ¿Por qué la dirigencia nacional no demuestra ni demostró capacidad para llegar a un acuerdo básico en pos de evitar la pesada herencia o hallar caminos de salida?

-En la Argentina, el sistema presidencialista no promueve mucho la cultura acuerdista. Esa es la verdad, en primer lugar. En segundo lugar, en los últimos 15 años se instaló una grieta que hacía más difícil poder llegar a acuerdos políticos, porque todo se basó en la lógica de amigo-enemigo. Además, de alguna manera, en la Argentina se estableció una lógica de ganador y perdedor y ese ganador tenía cierto éxito político y económico, extendió a establecer más una suerte de hegemonía que una política de acuerdos. Pasó con Menem y con los Kirchner. Los acuerdos no se producen porque, en definitiva, sólo se generan acuerdos implícitos por resultados. Por ejemplo, si alguien le funciona el modelo “A”, el resto tratará de acomodarse a ese modelo hasta que entra en crisis. No tenemos una política del acuerdo; sí una opinión pública muy compleja en ese sentido, porque el pacto parece transa. El único gran acuerdo explícito que se hizo fue el Pacto de Olivos, que se impuso finalmente, pero perjudicó fundamentalmente a uno de los actores, el radicalismo. En la Argentina, sacarse la foto con un adversario parece generar más una percepción de arreglo, en términos peyorativos o negativos, más que de acuerdo. Todo el mundo le huye a la foto. Entonces, todo eso no ha generado una cultura del acuerdo y del consenso democrático.

-¿Cómo cree que será la transición desde las PASO hacia el 10 de diciembre?

-Creo que la transición será muy compleja. El día posterior a la elección de las primarias puede pasar cualquier cosa, como ya lo vimos en 2019. Me parece que quizás debamos mirar más a 2015, porque genera alguna expectativa que el ganador sea más promercado para calmar las cosas y mirar hacia adelante. Eso es un interrogante, pero algunos analistas sostienen que es posible porque generaría un boom de expectativas desde el punto de vista de los mercados financieros. Ahora vamos a ver la fotografía en detalles, porque una cosa es observar un claro ganador partidariamente, más allá de quien gane la primaria en Juntos por el Cambio, o necesitas una relación mucho más equilibrada, lo que abre otros interrogantes acerca de la posibilidad de generar consensos parlamentarios a partir del 10 de diciembre. Creo que la situación va a ser compleja por la inercia que muestran las principales variables macroeconómicas.

- El caso Berni, ¿es una expresión de un sector en particular o la exteriorización del hartazgo social con la inseguridad y la incertidumbre económica?

-El caso Berni es, un poco, la gota que rebasó el vaso frente a error político del ministro de Seguridad bonaerense en una situación compleja en el clima social, con un tema particularmente irritante como es el de la inseguridad y una figura que no tiene legitimidad. El propio público del Frente de Todos, electoralmente, lo cuestiona a Berni. También no es que lo agarró gente por la calle; fue a poner la cara en un sector particularmente sensible por lo que había sucedido y así fue la reacción. Creo que hay un hartazgo social, por eso existe Milei, por un cansancio con el status quo político en genera, pero no agrandaría más de la cuenta el hecho Berni en sí mismo.

-Hay un temor entre los ciudadanos de que no se encuentre el rumbo y que la inflación siga espiralizándose y que eso recrudezca el escenario socioeconómico. ¿La política ha tomado nota de esto? ¿Qué puede pasar?

-Al instalarse una inflación al 6%/7% mensual, está claro que la inercia es muy complicada, que no se baja, y es probable que siga hasta fines de año. El temor es que la espiralización de este escenario de precios lleve a una hiperinflación. No daría la impresión, pero no hay que descartarlo. Claramente iba a ser un mal año, pero se está entrando en las hipótesis más negativas. La sequía fue más grande de lo esperado. En consecuencia, las debilidades de la Argentina, la sequía, contexto internacional complicado y escasez de dólares, en algún momento la posibilidad de que se fuerce una devaluación, porque ya no quede otra, es más alta. Eso impacta en la inflación y podríamos ingresar en una situación más crítica de la que se imaginaba a fines del año pasado. En ese contexto, tenemos que seguir de cerca la voluntad de Estados Unidos y los organismos multilaterales para tender puentes para que la Argentina transite en paz hasta diciembre. EEUU claramente está enderezado en esa ruta, para que el país no profundice una crisis regional, que ya viene convulsionada más allá de lo que sucede en la Argentina. La oposición es consciente de esta situación. Se fue del gobierno hace cuatro años atrás porque manejó mal la cuestión económica. De allí el temor respecto de que si se tomarán las medidas adecuadas o se partirá de presupuestos falsos o ingenuos para operar una crisis.

-¿Dónde ha quedado la tradicional clase media argentina? ¿Existe o prácticamente la pirámide socioeconómica se ha dividido en dos peldaños?

-Cuando uno habla de clases sociales, no se puede referir únicamente a los indicadores socioeconómicos, porque la clase media es un fenómeno más amplio e integral que los indicadores de ingresos. La Argentina tiene un componente cultural de clase media y eso no es una cosa que uno cambia de la noche a la mañana, ya que lleva más de 130 años de vigencia. Entonces, me parece un error pensar que la clase media se diluyó o se fragmentó tanto, ateniéndonos a los indicadores socioeconómicos. Hay una fuerte clase media, si la entendemos en cuestiones de autopercepción, comportamientos culturales y aspiracionales de la sociedad. En ese sentido, seguimos teniendo una importante clase media, más allá de la crisis económica. La simplificación es un error.

- ¿La economía será decisiva en la definición electoral de la sociedad? ¿Qué otros factores pesan a la hora de emitir el voto?

-La cuestión económica es fundamental, porque estará en lo cotidiano de la gente todo el tiempo. Luego porque socava de alguna manera la psiquis de la sociedad, generando altos niveles de pesimismo durante mucho tiempo. La Argentina está en una situación inédita, con tres gobiernos seguidos con balance negativo, cosa que no había pasado desde 1983. Tuvimos un gobierno negativo que después lo reemplazó otro positivo, que después se desgastaba y venía el recambio. Esto pasó en 1989, luego en 2001, y también en 2015. El tema es que ahora las dos principales coaliciones sufrieron desgastes en el gobierno. Eso generó un espacio para una tercera alternativa encarnada en Milei. El tema de seguridad no creo que tenga mucho efecto, porque la inseguridad es un problema real, pero influye sobre el miedo que se tenga a sufrirla. La mayor parte del tiempo no la sufre, pero sí la inflación, que cuando se consume algo, se la observa. Ni hablar en aquellos casos en que no les alcanza el dinero o no tienen empleo. Para mi gusto, lo otro que terminará tallando fuerte es quién asegura la gobernabilidad, porque un candidato puede tener ideas muy lindas, pero el interrogante que se plantea es si tendrá el equipo y el programa adecuado para llevarlo adelante. El oficialismo está jugado; es lo que hay y no tiene figuras competitivas. La oposición tiene esas figuras competitivas; seguirá generando un interrogante si tiene la sabiduría política para poder ganar y en esto pongo en la bolsa a Milei, que no tiene diputados, ni senadores, ni gobernadores ni intendentes. Culturalmente, en la sociedad pesa la variable gobernabilidad.

- ¿Qué aprendió la dirigencia política en 40 años ininterrumpidos de democracia?

-Creo que la dirigencia argentina, por lo menos, aprendió a no romper las reglas de juego básicas. El país tiene regularidad institucional, lo que no es un detalle menor. También elecciones medianamente transparentes y para nada son fraudulentas como las de Venezuela o Nicaragua. No hay riesgo institucional ni de fuerzas armadas que cierren un Parlamento como se vio en Perú con Alberto Fujimori o Pedro Castillo. La Corte Suprema es autónoma del gobierno de turno. Tuvimos dos crisis fuertes y la resolvimos dentro del marco constitucional, buscando los by pass como en 1989 y 2001. El kirchnerismo perdió en 2015 y se fue a la casa. Y ahora es posible que pierda de nuevo y se irá a la casa. En 2021, el oficialismo perdió dos veces y no hubo problemas. Por eso digo que en la Argentina no hay riesgo. Es un aprendizaje de la dirigencia política en general y a eso hay que ponerlo del lado positivo de la balanza.

-¿Los argentinos podemos atrevernos a mirar o a demandar un plan de largo plazo? ¿Cómo?

-Los argentinos podemos y debemos demandar un plan de largo plazo. No solamente es el fracaso de un gobierno de un signo particular, sino de un sistema. Hay una situación inédita, de tres gobiernos salientes con balance negativo. Cristina Fernández venía de un gobierno con 54% de apoyo en 2011 y tuvo que irse, cepos mediante. En 2015 llegó Mauricio Macri, pero se fue cuestionado por su política económica. Hoy lo vemos con Alberto Fernández, más allá de la pandemia. Vamos de mal en peor y eso no es positivo para darnos una oportunidad para que se produzca un esquema que implique un cese de fin de ciclo. Sin embargo, hay oportunidades en la medida que se acepten pagar los costos con el fin de hacer cambios en el sistema económico y social, que es lo que la Argentina necesita. El que venga tendrá que hacer algo distinto, le guste o no a la sociedad y a la oposición de turno. Si lo sabe manejar con inteligencia, el próximo presidente o presidenta tendrá una gran oportunidad de legitimarse y que la sociedad le brinde cierto crédito para una estabilidad política de al menos ocho años.