El “artista del cañaveral” parece haber tomado distancia de esa geografía; ha pasado a trabajar con el cemento y la harina que también son parte de la naturaleza, de la cultura, de la construcción por la vida misma.
Adrián Sosa proviene de la localidad de Los Sosa, en Monteros; se crió entre los cañaverales y aprendió el mismo oficio. Hace unos días, con “Cuando lo profundo está cerca”, ganó el premio Braque, uno de los más importantes del país.
Una digresión necesaria: el premio Braque se creó hace 60 años tuvo y tiene un contenido ideológico que motivó grandes protestas de los artistas, por su significado, en referencia a la intervención de colonización artística a través de la embajada francesa en el país. “Reconozco la extensa trayectoria de este premio y la importancia que tuvo y tiene en la escena argentina”, responde Sosa cuando se le pregunta al respecto.
El artista reconoce que para su propuesta trabajó muy de cerca con Eugenia Garay Basualdo una de las curadoras del premio y quien lo postuló. Pero con “El abrasar del cerco” (2017), “hay una diferencia primordial entre ambos trabajos”. “Es la atención que tomé a la parte audiovisual de la obra. En la primera focalicé todo en formular detalladamente la acción a realizar y el video fue más un registro de eso. En esta última di mucha más importancia a las tomas y a su montaje en la sala”, describe.
Para una gran cantidad de artistas obtener el premio Bracque (creado por la Embajada de Francia y ahora auspiciado por la Universidad Tres de Febrero) es una máxima aspiración. En 1985-86 lo obtuvo Víctor Quiroga. Ambos partieron con temáticas similares, la zafra y los cañaverales, pero con lenguajes artísticos muy distintos.
En esta oportunidad, el Muntref eligió tres curadores y cada uno postuló 15 artistas y de ese grupo de 45 se preseleccionaron 14 proyectos que participaron. Entre los últimos escogidos también estaban otros tucumanos: Alejandra Mizrahi, Florencia Sadir (ambas recibieron menciones) y Benjamín Felice, además de Sosa, cuyas obras que se exponen en el Muntref. “Todavía no sé cuándo viajo. Según entendí sería en la segunda mitad de este año. El premio es una beca completa para vivir por cuatro meses en la ‘Cité Internacionale des Arts’, incluida la estadía los boletos, viáticos y gastos de producción. Voy con un proyecto a realizar, espero hacer buenos contactos y empaparme de lo que este centro artístico pueda aportarme. Me interesa saber cuál es el circuito que el arte y los artistas latinos tienen en Europa”, expresó Sosa a LA GACETA.
El cañaveral siempre está presente en sus trabajos. Basta recordar sus performances entre las propias cañas, o las 11 machetas zafreras grabadas en la hoja metálica, aludiendo a los 11 ingenios cerrados en los 60 (segundo premio en el Salón Nacional de Artes Visuales, especialidad Grabado). “El abrasar del cerco” (que obtuvo en 2020 el segundo premio Itaú) es un conjunto de discursos que hablan del cierre de esas fábricas, luchas y rebeliones. “En ese ambiente rural construyo identidad”, le dijo a este diario en esa oportunidad.
Sosa trabaja en Monteros, en una verdulería que atiende con su hermano.
- Contanos cómo es la obra que ganó el premio.
- Como se ha dicho, sentí un mayor acercamiento al cine, tal vez por el impulso de Eugenia. Es un video de dos canales, una acción que se proyecta en un ángulo, y que fueron realizados en dos puntos del interior de la provincias, en las rutas. En Famaillá abro tres bolsas de cemento y cruzo la ruta esparciendo el contenido sobre ella. Pasan vehículos avisados a determinada velocidad y se levanta una nube gris que ocupa todo el camino y hasta me hace desaparecer a mí. Igual acción realizo en el camino a los valles, pero con harina. Ya venía trabajando con cemento, por su característica volátil y pienso que con la harina, son vitales para la producción y la alimentación de la sociedad. Se producen las nubes y hay un contraste de valores, lo que trabajé desde la misma edición.
- ¿Qué repercusión tuvo tu videoperformance?
- Creo que hay distintos niveles de lectura en esta propuesta. La gente comentó mucho. La ruta, el cemento, los autos en velocidad, pueden dar la idea de progreso; por acá las calles del municipio son de tierra y cuando llega el cemento, es lo urbano. Pero ese progreso no te deja ver el camino, es tóxico. Me pregunto si es correcto confiar en el progreso sin ponerlo en duda. Otra capa de lectura es referenciar las nubes de vapor que tiraban las chimeneas de los ingenios. Santa Lucía fue uno de los pueblos más empobrecidos por el cierre de ingenios; es como una nube que cuando se asienta desaparece, hace desaparecer. También está el tema de la Escuelita de Famaillá, que no podemos olvidar.