Por Fabián Soberón
Para LA GACETA - TUCUMÁN
El globo, en cambio, nos depara la convicción del vuelo, la agitación del viento amistoso, la cercanía de los pájaros. J.L.B.
María Kodama existió como una esfinge de carne y hueso, según el dictamen de Miguel de Unamuno. Tradujo, escribió, discutió y fue amada por unos y rechazada por otros. Pero tal vez su más lograda existencia sea la que perdura en los prólogos y en las palabras de Borges, en la memoria de los que se fueron y en los ya invisibles trayectos en globo del inolvidable libro Atlas. Pienso en mis primeras lecturas de Ficciones y en la rústica versión de Atlas, el libro que Borges escribió mientras viajaba con Kodama por las múltiples ciudades del orbe.
Busqué en las páginas amarillas del tercer tomo de las obras completas y encontré su nombre repetido en las inscripciones.
Sospecho que ella también querría ser recordada en el imaginario orden de los libros y que no querría serlo por las disputas terrenales. Al menos yo elegiría esa opción y podríamos pensar en la existencia alada y beneficiosa de la literatura como ideal entre los seres que somos mortales. Me refiero a eso que Borges dijo de forma memorable en el preclaro prólogo de Los conjurados, casi como si fuera una despedida de ella y de la vida:
“De usted es este libro, María Kodama... Sólo podemos dar lo que ya hemos dado. Sólo podemos dar lo que ya es de otro. En este libro están las cosas que siempre fueron suyas. ¡Qué misterio es una dedicatoria, una entrega de símbolos!”
Kodama está en los intersticios de los relatos, en los viajes de Atlas, en las ficciones de su maestro, que acaso es el odiado o admirado maestro de muchos. Su nombre está en la memoria de los que hemos leído a Borges.
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Fabián Soberón - Escritor.