En marzo de 2020 el Teatro Real de Madrid tenía todo previsto para poner en escena una ópera poco común: Aquiles en Esciros. Entre abril y junio de 2020 la espectacular escenografía y el gran vestuario de la obra permanecieron inmóviles, bajo el inquietante silencio que reinaba en ese tiempo de oprobio sanitario. Pocos meses después de ese marzo fatídico el Teatro Real reabrió sus puertas con La Traviata y con un aforo limitado para novecientas personas provistas de esas máscaras que otorgaban un aspecto levemente androide. Espectadores disfrazados. Este febrero de 2023, después de tres años de espera y postergación, el Teatro Real presentó por fin Aquiles en Esciros.

ARCO, la feria de arte contemporáneo, no dejó de realizarse ningún año. En 2020 se hizo a fines de febrero, cuando aún no había restricciones y el problema parecía algo lejano. En 2021 se realizó en el verano europeo, en épocas en que el cuarto gobierno kirchnerista, tan afecto a los “prepos” exentos de respaldo constitucional, dejaba salir del país a los ciudadanos pero luego no los dejaba regresar, razón por la cual muchos de los que fuimos a esa feria quedamos varados en España durante aquel caluroso tiempo. En 2022 se realizó la feria nuevamente en el mes habitual, febrero, y volvieron los catálogos, pero hubo menos galerías participantes y todos los visitantes debían permanecer con los molestos barbijos.

2023 marcó, igual que en el caso del Teatro Real, la vuelta a la total normalización. Una explosión de galerías, de visitantes y de compras, precios millonarios, sin máscaras y sin esos miedos tóxicos que nos impusieron infectólogos y políticos que creyeron vivir sus cinco minutos históricos de dictadores. Quiero recordar que todo esto no lo digo ahora, con el diario del lunes, sino que lo denuncié en un libro en coautoría con Juan José Sebreli que escribimos en el invierno argentino de 2020.

Tanta fue la normalización que el artista Eugenio Merino, siempre apegado a la búsqueda de escándalo, presentó en la galería ADN la obra hiperrealista y literal Aquí murió Picasso, consistente en una capilla ardiente con el cuerpo de Picasso en tamaño natural, como un cadáver en un velorio. Las provocaciones y los chistes en el arte suelen tener algún efecto (basta recordar a Joseph Beuys o a Marta Minujín), pero cuando se repiten ya no causan gracia y ni siquiera estrépito. Es verdad que siempre merodeaban como moscas un puñadito de curiosos, y hasta alguno se sacaba alguna selfie, pero la repercusión fue muy pobre y los profesionales del mundo del arte la juzgaron con ácida severidad.

Exactamente enfrente del Picasso muerto, en el stand de la tradicional galería Max Estrella (especializada en arte digital, con dos de los más grandes exponentes: el español Daniel Canogar y el mexicano Rafael Lozano-Hemmer), había otra obra relacionada con Picasso, aunque de una factura mucho más sofisticada y conceptual. Se trataba de una obra de Eugenio Ampudia: una instalación que parecía un pequeño container de cuatro metros cuadrados (2,5 metros por 1,5 metros) que representa las cápsulas improvisadas que se usan en los campos de refugiados, pintada por fuera con los motivos del Guernica y de aluminio por dentro. No fueron las únicas citaciones a Picasso, hubo muchas más a 50 años de su muerte. Lo curioso es que este artista, de haber vivido hoy, en lugar de ser celebrado hasta el hartazgo sería maltratado y cancelado por machista, lo cual nos lleva a pensar que la vida es como mínimo paradójica.

El franquismo es otro de los puntos altos que nunca fallan en esta feria madrileña. Este año la galería José de la Mano presentó cuatro prototipos de esculturas de miga de pan (que le daban sus compañeros de cautiverio) realizadas por Agustín Ibarrola entre 1962 y 1965, cuando estaba preso en la cárcel de Burgos por su militancia antifranquista.

Este año el escultor Juan Muñoz, quien murió en 2001, está extraordinariamente presente. La galería Elvira González ofertaba en 1,2 millones de euros una obra consistente en tres personajes con expresiones bufonescas sentados en sillones cromados que, a su vez, estaban colgados de la pared. A su vez la coleccionista Helga de Alvear compró por 800.000 euros en la galería David Zwirner, muy probablemente para su museo de Cáceres en Extremadura, una escultura de Muñoz. Y ya fuera de la feria, en la sala Alcalá 31, en pleno centro de Madrid, se exhibe una espectacular y muy completa retrospectiva de este artista.

La galería francesa Mor-Charpentier sorprendió con la obra de un artista salvadoreño exiliado en Nueva York, Guadalupe Maravilla. Se trata de una serie de mochilas hechas en piedra volcánica que recrean los penosos viajes de los migrantes que cruzan Centroamérica a pie o subidos a camiones para llegar al Río Bravo y entrar, como migrantes clandestinos, a los Estados Unidos.

En Alarcón-Criado podía verse un reloj del artista venezolano Iván Candeo que representa la paralización del tiempo en un país largamente infectado por la dictadura chavista. El segundero avanza y las horas retroceden. Otra obra curiosa exhibida por esta galería sevillana es la de Nicolás Grospierre: este artista compró un árbol por cincuenta dólares, lo taló y con la madera hizo una caja donde colocó 21 fotografías que documentan el proceso desde que el árbol estaba en pie hasta que se convirtió en ese recipiente, pasando por supuesto por el doloroso momento en que es hachado por el propio Grospierre.

Tal vez la presencia argentina más rutilante de la feria está en una galería que no es argentina: 1 Mira Madrid presenta en el stand dos instalaciones históricas de Víctor Grippo con destino museístico. Son obras conceptuales de los años 90 que provienen del acervo familiar del artista que murió en 2002, con las famosas papas con electrodos de zinc y cobre. Por una de ellas, la más grande, se piden alrededor de 300.000 dólares; por la otra, algo más de 100.000. En combinación, en el espacio que la misma galería tiene detrás del Museo Reina Sofía hay una muestra de Grippo que incluye pinturas y dibujos de la misma procedencia.

Hubo este año una decena de galerías argentinas participantes. Orly Benzacar, que compartía el stand con una galerista suiza, presentó unas esculturas de bronce de la ascendente Sofía Durrieu, ya instalada y viviendo en Europa. En Rolf Art, galería argentina muy abocada a la fotografía, hay un conjunto de fotos de Facundo de Zuviría (una suerte de heredero simbólico de Horacio Cóppola) que se ofrecen como una unidad por un valor que supera los 200.000 dólares. Sin duda deberían ir a alguna institución. Son todas tomas de persianas bajas de negocios que remiten a la crisis de 2001 en Argentina, con su secuela de quiebras. Precisamente de este artista se inauguró una consagratoria retrospectiva en la sala de exposiciones de la Fundación Mapfre, en Paseo de Recoletos 23, llamada “Estampas porteñas”.

Como dato de color, la primera dama argentina, Fabiola Yáñez, de quien se desconoce que haya pisado nunca ArteBA, se hizo presente en ARCO y hasta consiguió arrancarle una rápida pero valiosa foto a los reyes Felipe VI y Letizia Ortiz (tal vez lo único que fue a buscar), lo que cabe reconocer como un “mérito” de la cancillería argentina.

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Marcelo Gioffré – Periodista y escritor.