Amaicha del Valle es sinónimo de historia milenaria. Sus primeros habitantes se ubicaron allí hace nada menos que 2.300 años; con los siglos, su cultura echó raíces y, como un junco, permanece en pie a pesar de los cambios en el mundo. Es una historia viva y presente, que no debe ser olvidada. Con esa premisa, hay un lugar que es recuerdo y es presente; un espacio en el que se unen el arte y la tradición. Estamos hablando del Museo Pachamama, una visita obligada en los Valles.

Está emplazado sobre la rotonda de ingreso al pueblo, en la ruta 307 (km 118). Desde hace décadas, ese lugar cuenta y difunde la historia de las culturas que habitaron ese mismo suelo. “Lo que aprende el visitante es que aquí tenemos una cultura viva y presente, que no ha quedado trunca hace 500 años (con la conquista) -cuenta a LA GACETA Carmen Chaile, gerenta del museo-; y con eso apuntamos a que se empiece a tener una identificación más importante con nuestra cultura, y que comencemos a sentir orgullo de nuestros artistas, de nuestro acervo cultural y de nuestros ancestros”.

Habla de artistas porque el Museo expone representaciones de objetos y cuenta la historia de los pueblos; el arte, ocupa un espacio preponderante. El predio es un complejo de 10 mil metros en el que se exponen un sinfín de obras al aire libre que plasman la mitología indígena, todo alrededor de la Pachamama como protagonista. Todas las obras fueron ideadas por el artista Héctor Cruz (en su construcción participaron más de 100 artesanos y se necesitaron seis años para lograrla). Las puertas, por ejemplo, representan a luchadores míticos y las paredes revisten imágenes con motivos religiosos, culturales y sociales de las tribus que poblaron los valles. La idea es “traer” al presente toda esa tradición, a través de murales que transmiten la mística y los mitos de esos pueblos. Para ello, se utilizaron toneladas de piedras extraídas de los mismos Valles, y diferentes tipos de roca, sobre todo cuarzos de diversos colores.

Una historia viva

Vamos al principio: el recorrido empieza en la primera sala, que es una muestra geológica de los minerales que constituyen la zona. Su puesta en valor fue supervisada por profesionales en la materia. La propuesta es simple e interesante: que en pocos minutos puedas aprender un poco de la conformación de los Valles, desde hace 600 millones de años, hasta llegar al paisaje que hoy conocemos. En esta parte, la minería toma un rol muy importante. “El Valle Calchaquí, que conforma las tres provincias, es muy rico en minerales -explica Carmen-; la minería empezó en el siglo X, y después siguió con los españoles y con los jesuitas”. Allí, también se pueden recorrer los caminos de una antigua mina (obra de Cruz).

La segunda habitación mantiene vivas las formas de vida y las costumbres de los pueblos originarios. Se representan urnas funerarias, vasijas y otros elementos que tenían importancia para aquellas culturas precolombinas; se puede observar cómo los animales (guanacos y vicuñas, por ejemplo) servían para la comida, pero también para vestimenta. “De repente vienen los niños y con esto empiezan a validar su acervo cultural: ven que en casa tienen su propio mortero... Esa es la diferencia con las ruinas, que nos remontan a la historia. Este lugar, en cambio, nos lleva a un presente, que todavía tenemos”, reflexiona. También hay otras representaciones de elementos de gran valor para los pueblos originarios: la apacheta tiene su propio espacio. Se trata de un altar que venera a la Pachamama como deidad que ampara los viajes.

La mano de Cruz está en todo el museo: hay representaciones de la vida diaria de los pueblos indígenas; se muestran sus costumbres (como, por ejemplo, estas culturas realizaban sus ruegos al cielo), muertes y su quehacer diario, en comunidad. Todas esas obras (en tamaño real) ilustran la vida de culturas como la Tafì en toda su amplitud: cómo secaban la carne para consumo, cómo realizaban sus rituales religiosos y hasta cómo eran enterrados.

Para visitar

El Museo Pachamama es un centro de interpretación, obra de Héctor Cruz, un artista calchaquí que comenzó en el arte a los 13 y de forma autodidacta. El amor por sus raíces -destaca Carmen- lo llevó a realizar esta obra vivencial. El museo abre de lunes a domingos, de 9 a 18. La entrada tiene un costo de $ 1000.