La historia de Tucumán es la historia del agua. Desde su etimología más aceptada, la del historiador Manuel Lizondo Borda, quien concluyó que proviene del quechua “Yucumán”, que significa lugar donde nacen los ríos, hasta los distintos emplazamientos de la capital y de sus principales pueblos y ciudades, siempre cerca de alguna correntada.
La memoria genética de los tucumanos está atravesada por ríos, para bien y para mal.
En la columna del debe están las inundaciones, los pantanos, los mosquitos y las plagas. En la del haber, la bendecida fertilidad de la tierra, la abundancia, la gratificante frescura en los meses estivales, el riego para los cultivos y el reabastecimiento de vida para pobladores y viajeros.
Tanto en Ibatín como en la actual ubicación, que se llamaba La Toma y también hacía referencia al agua, San Miguel de Tucumán fue una posta en el Camino Real entre el Alto Perú y el Río de la Plata.
El mercadeo y el comercio están en el ADN de este territorio y su tesoro siempre fue líquido.
La antigua ciudad, hasta el Siglo XVII, limitaba al norte con el río Pueblo Viejo, también llamado río de la Quebrada Calchaquí y luego río del Tejar, afluente del río Balderrama; al sur, a unos siete kilómetros, con el Seco, afluente del Salí; al oeste, con las primeras estribaciones del Aconquija y a poca distancia del actual caserío de Pueblo Viejo.
Los sacerdotes jesuitas instalaron sus rancherías, hornos de cal y fábrica de tejas en su orilla norte, lo que motivó que comenzara a llamárselo el “río del Tejar”. Sin agua no había tejas.
Antiguas turbulencias
Cuando se refundó San Miguel de Tucumán en su actual localización, en 1685, la plaza principal estaba a poco más de cuatro cuadras del río, que corría cerca de lo que hoy son las avenidas Avellaneda y Sáenz Peña. A eso se debe el pronunciado desnivel que existe desde más o menos Monteagudo-Entre Ríos hacia el este.
El río Salí era caudaloso en ese entonces y fue quizás uno de los motivos más relevantes para que Fernando de Mate de Luna eligiera ese lugar. Otras razones fueron alejarse de los constantes ataques aborígenes que sufrían en Ibatín, el exceso de humedad e insectos que causaban enfermedades y además en La Toma ya había cierto movimiento comercial por el Camino Real.
Cada vez que el río crecía, y lo hacía a menudo en verano, propio de Tucumán, se desplazaba un poco hacia el este, donde encontraba menos resistencia.
En los terrenos que cedía el río quedaban lagunas estancadas, que de a poco fueron rellenándose y transformándose en cultivos. El propio Parque 9 de Julio surge de pantanos recuperados.
Desde sus inicios los tucumanos le dimos la espalda al río, pese a que estamos aquí gracias a él, hasta que finalmente lo abandonamos completamente.
Estas crecidas dispararon a fines del Siglo XVIII la idea de construir un pequeño embalse hacia el norte de la ciudad para contener el caudal de las irregulares aguas del río Salí, y de paso abastecer algunos canales de riego para la agricultura.
Pasaron casi 80 años desde la idea original hasta que logró concretarse la obra del dique El Cadillal, ubicado a 28 kilómetros al norte de la capital, y a 21 por el cauce del Salí.
Doce años después de su finalización, en 1977, se construyó la primera planta potabilizadora para empezar a proveer de agua potable a parte de los tucumanos.
Ahora se reabrió el debate sobre el futuro del dique a partir de la decisión de reparar las fisuras de la presa lateral N° 3, que según los vecinos de la zona son pérdidas que llevan décadas, aunque dicen que aumentaron considerablemente en los últimos 15 años.
El problema más grave que acusa El Cadillal, rebautizado Celestino Gelsi para que nadie le llame así, costumbre muy tucumana, no son las roturas sino su colmatación, que ya le ha quitado al embalse más del 50% de su capacidad, a un ritmo del 1% anual.
De no mediar una solución, que es compleja y costosa porque incluye a toda la cuenca y no sólo al espejo, el dique dejará de ser útil en menos de tres décadas, ya que la ingeniería estima que por encima del 75% de colmatación un embalse ya no cumple con su función.
De río a regato
El Cadillal significó un gran avance para los tucumanos en el control de crecidas, en provisión de agua potable y para riego, en generación de energía eléctrica y también en esparcimiento y turismo.
Pero, a su vez, también le dictó sentencia de muerte al río Salí. Además de lo que retiene el embalse mayor, otra parte de su caudal se desvía para riego en el dique La Aguadita, ubicado cinco kilómetros al norte de la capital. El resultante es un hilo de agua moribundo y contaminado en su paso por el Área Metropolitana Tucumán (AMT). A medida que avanza hacia el sur el río de a poco vuelve a recuperar su brío debido a otros afluentes que recibe desde el oeste montañoso.
Esta casi extinción del caudal original empujó el avance de urbanizaciones precarias sobre sus márgenes oeste, en jurisdicción de la capital, y este, sobre los municipios de Banda del Río Salí y Alderetes.
Al principio fueron usurpaciones, ocupaciones ilegales y despreciables repartos electoralistas de tierras.
En la actualidad ya hay nueve barrios “oficiales” reconocidos por el municipio capital, con nomenclatura propia, ubicados a metros del cauce del río.
Algunos están tan cerca que de producirse una crecida fuera de lo común, por ejemplo, producto de prolongadas y copiosas lluvias en el norte de la cuenca, correrían serios riesgos o quedarían bajo el agua.
Ellos son: Las Piedritas (nomenclado 134), uno de los más complicados (foto), ubicado entre la continuación de Pedro Miguel Aráoz y el cruce de la avenida de Circunvalación y Ruta 9.
Autopista Sur (47), con casas que están a 30 o 40 metros de la orilla y a menos de 80 metros del cauce de agua en épocas normales, localizado entre Ruta 9 y Tarulli (continuación de avenida Democracia).
Los Vázquez II (148) a la altura del barrio Alejandro Heredia, al otro lado de la avenida Circunvalación.
Hacia el norte del puente Lucas Córdoba se encuentran los barrios Rosello (190), El Trébol (96), ampliación Obispo Colombres (28), Costanera Norte (78) y Cartoneros (64).
Y al norte de la autopista Perón, que va al Aeropuerto, se edificó casi sobre la costa el barrio Cáritas Proviviendas Arzobispado de Tucumán (63).
En el margen este del río la urbanización también está avanzando.
Para ubicarnos, en Banda del Río Salí, a la altura de lo que en capital son los clubes Lince y Cardenales, del otro lado del río, sobre calles H. Rodríguez, L. Dode, Baltazar Tejerina, Bartolomé Mitre, B. Aráoz y Miguel Lillo, algunas perpendiculares al río y luego paralelas porque doblan siguiendo el curso del cauce, hay casas muy próximas a la orilla.
En Alderetes, sobre la costanera llamada Ruta Alternativa (Ruta 312), que nace en el puente Lucas Córdoba, hay casas y otras construcciones que están a 20 o 30 metros del barranco. Hace poco más de una década una crecida se llevó casas en esa zona.
La costanera que nunca será
La capital cuenta con 14 kilómetros de costanera del río Salí, en línea recta, que se extienden a 16,5 si se suman los zigzagueos del cauce.
Del lado este, entre Banda del Río Salí y Alderetes suman 6,5 km lineales de costa.
Desde que se inauguró el dique, hace 58 años, se vienen planteando distintos proyectos para recuperar el caudal del Salí, sanearlo, y revalorizar sus costas, tanto con parques y espacios verdes, como con emprendimientos gastronómicos, náuticos, de esparcimiento y turísticos, lo que redundaría en inversiones urbanísticas e inmobiliarias de envergadura.
Varias ciudades argentinas, incluso con bastante menos presupuesto que Tucumán, encararon la reconquista de sus costas ribereñas para múltiples usos. Paraná, Corrientes, o el máximo modelo a seguir, Rosario, que lleva más de 30 años de políticas de Estado ininterrumpidas sobre su costanera, pese a cambios de gobiernos, que pasó del total abandono, basurales a cielo abierto y asentamientos precarios, a ser una de las mejores de Latinoamérica.
Con ríos más pequeños, como el Salí, Río Cuarto estableció una enorme reserva natural junto al río, además de varios parques, espacios deportivos y construyó una importante avenida costanera que atraviesa dos tercios de la ciudad, poniendo en valor todo un sector olvidado.
Un ejemplo más próximo es lo que hicieron los jujeños con el Río Xibi Xibi (Río Chico) que cruza por el centro de la capital y desemboca en el Río Grande.
Era como el Salí, repleto de basurales y malezas, oscuro, muy inseguro, y con rancheríos que iban avanzando sobre sus terrenos, al punto que algunas crecidas arrasaron con varias casillas.
Este río atraviesa San Salvador a lo largo de cinco kilómetros. Lo sanearon, iluminaron de punta a punta, construyeron el Parque Lineal Xibi Xibi, inaugurado en 2018, que cuenta con distintos atractivos, una extensa ciclovía y hasta con un importante anfiteatro donde se realizan diferentes actividades.
También se hicieron obras hídricas para evitar inundaciones en verano y el anegamiento del paseo. Se recuperó la cuenca y los márgenes y se forestaron muchas hectáreas.
Con esto se le agregó además una importante cuota de naturaleza y pulmón verde a la ciudad.
Se elaboró un proyecto de desarrollo sostenible con varios objetivos: crear un parque, reubicar a la gente que vivía en los márgenes, embellecer la ciudad, poner en valor ese sector inmobiliario y generar un cambio positivo en la sociedad.
Hasta su inauguración se habían invertido 1,2 millones de dólares.
De ser una zona despreciable para los jujeños pasó a ser un sector de gran valor.
El último gran proyecto -entre tantos- que se presentó en Tucumán fue en 2011, durante la intendencia de Domingo Amaya, para crear la Costanera del Río Salí, un gran parque de 14 kilómetros de extensión, entre los canales Norte y Sur. El plan era inaugurarlo en 2016 para el Bicentenario de la Independencia.
El pasado ya no existe, no puede regresar, y el futuro es un país extraño, afirmaba el historiador español Josep Fontana.
En ese país extraño, al decir de Fontana, en Tucumán no habitarán los sueños del progreso. Sólo habitará cada vez más gente amontonada, de forma muy precaria y desgraciada, en los márgenes del ex río Salí.