Hubo familia, hubo amigos y hubo contacto con la naturaleza, como a ella le hubiera gustado -dijeron sus allegados-. Estuvieron los que la acompañaron en vida y también sus descendientes, que sólo la conocieron por recuerdos. En Benjamín Paz, en la misma finca en la que creció y en la que seguramente se enamoró de los cerros, ayer se cumplió el adiós final a Marta “Paty” Altamirano, la andinista tucumana que perdió la vida en el Cerro Mercedario (San Juan) hace 42 años. Como en 1981 su cuerpo no pudo ser rescatado, nunca hubo una despedida y cada uno de sus conocidos hizo su duelo como pudo. Ayer, con alegría y mucha emoción, llegó el cierre tan esperado. Cuatro décadas después. “Todos los procesos humanos tienen que tener un inicio y un final -dijo su hermana Corina a LA GACETA-; agradecemos el privilegio de poder vivir esto”.

No fue un día triste; y en la cara de los presentes se notaba. Las sonrisas aparecían cada dos por tres, en medio de los reencuentros que traían lágrimas de felicidad. Mientras el frío hacía lo suyo (dijeron sus hermanos que Paty “lo trajo” con ella del Mercedario) aparecían fotos y el jardín se inundaba de voces que relataban mil y una andanzas con ella. Sus compañeras del colegio traían al presente las canciones que le gustaban y se reían pensando en cómo se portaban en el colegio, mientras la familia seguramente imaginaba momentos compartidos en ese campo; el “bunker” en el que se criaron. “Fue una infancia tan linda, tan libre -dijo Corina-; elegimos este lugar porque creemos que le hubiera gustado venir acá antes de irse al Mercedario”.

Fue muy emotivo: se dispuso un altar con fotos y otros elementos de Paty. Sus seres queridos podían dejarle un mensaje en un cuaderno y darle el último adiós a la urna con sus cenizas, que serán llevadas al Mercedario, para que descanse allí por siempre. En un cuadro, muy bien colocado, está el escapulario de la Virgen del Carmen que Paty tenía al momento de fallecer. Fue gracias a ese elemento que la familia terminó de confirmar que el cuerpo era de suyo. Y, además, trajo un poco de alivio: dice la tradición cristiana, que quien fallece con esta insignia va directo al cielo. Ese mismo escapulario pronto será preservado en el Monasterio de las Carmelitas Descalzas, en Caucete.

Un día para recordar

Tucumán y el país la conocieron por su trágico fallecimiento, tras caer en el Cerro Mercedario. Pero ayer, en el homenaje, sus seres queridos la describieron de todas las formas posibles y mostraron todo lo que había detrás de ella y del hecho. Sus amigas la definieron como un espíritu libre, como una persona muy alegre, como una mujer serena y “con ideas claras, muy atípica para la adolescencia”. En algunos aspectos de su vida tenía una profundidad que era muy difícil de entender para nuestra edad. Era transgresora”, resumió María Susana Dip.

Todas la recuerdan con una enorme sonrisa: “cuando nos enteramos de su fallecimiento, sólo fuimos a su casa a saludar a la familia. Éramos muy chicas y fue shockeante, pero nunca se vio un cierre”, explicó su mejor amiga, Alejandra Altamira. “Y por fin se ha cerrado un círculo -destacó Susana Caro-; consideramos esto como una bendición”. Para ellas, la aparición del cuerpo de Paty también fue todo un acontecimiento. “Fueron muchos recuerdos que surgieron, por eso lo vivimos con mucha emoción y con mucho sentimiento”, agregó Alejandra Valdez del Pino.

“Fue muy querida; tenía una dulzura... todas las que entramos en su entorno tuvimos mucho afecto, amor y cariño -reflexionó Susana Camus-; yo creo que ha querido venir a nuestra vida en la actualidad. Ya la teníamos, en el recuerdo y reingresó a nuestra vida; emocionalmente ha sido un derrumbe total”.

Hay quienes se animaron a decir que Paty quería ser encontrada. Hubo muchas “coincidencias” y el camino para que la joven andinista pudiera ser despedida se allanó en pocas semanas. En las vidas de sus conocidos, también se hizo presente últimamente: Cristina Araóz (una de sus amigas) encontró hace poco en el baúl de su hija un poema que Paty le había escrito en la secundaria.

Una onda de sanación

Cerca del mediodía, todos los presentes se unieron en un círculo y realizaron una ceremonia “no tan solemne ni estructurada”. Se propuso hacer una apacheta, una montaña de piedras que en el mundo andino representa un espacio de trascendencia. “Es lo que permite que puedas atravesar el portal”, explicaron. Con una intención, con un deseo o con un agradecimiento, uno a uno los familiares y los amigos empezaron a decirle adiós. Luego, las palabras de gratitud inundaron el campo; por su vida, por su recuerdo, por la alegría de la despedida y por el reencuentro de todos sus seres queridos. “Esto fue una onda expansiva de sanación”, dijo al pasar uno de los presentes. Y así fue para la familia (sus padres, de 88 y 92, estuvieron presentes) que por fin pudo despedir a Paty, 42 años después, y con la certeza de que ella descansa en paz y que volverá adónde hubiera querido estar para siempre: la montaña.