La Primera Nacional no ofrece demasiadas licencias. Es una categoría trabada, dura, complicada, en la que cada error se paga con “sangre”. Por eso, el duelo de ayer debe servirle de enseñanza a San Martín de Tucumán, que sufrió en carne propia cómo un partido se le complicó en un abrir y cerrar de ojos.

La Ciudadela sumó una dosis de modernidad

La duda de Nicolás Carrizo a la hora de salir a cortar un centro que en primera instancia no ofrecía demasiado peligro fue una daga en el corazón de todos los hinchas. El “1” tuvo unos segundos de indecisión y All Boys no se lo perdonó. El cabezazo de Gabriel Pusula se transformó en el 1-0 para los de Floresta, cambió el juego de raíz y obligó al “santo” a redoblar los esfuerzos para torcer la historia.

Hasta el gol visitante, los dirigidos por Iván Delfino habían hecho casi todo bien en el partido. En la primera presentación ante su gente, hasta ahí el equipo había mostrado intensidad, juego directo, mucha presencia ofensiva y solidaridad a la hora de recuperar la pelota.

San Martín había generado varias chances para ponerse arriba en el resultado y Carlos Córdoba le había anulado dos goles: primero por una supuesta infracción de Juan Imbert sobre Lisandro Mitre y luego por un off side de Mauro Verón.

Pero ese testazo mortífero del central “albo” trastocó los planes y trajo a escena viejos fantasmas que en Bolívar y Pellegrini pretenden ahuyentar de una vez por todas.

Lo sufrió el público y lo acusaron los jugadores; porque desde ese instante hasta el final del primer tiempo el “santo” entró en un bache. Le costó superar el impacto porque todo lo bueno que había hecho en los primeros minutos se esfumó como por arte de magia.

Pero en la lluviosa tarde-noche de La Ciudadela, Delfino y sus pupilos dejaron en claro cuál será la impronta de un equipo que en los primeros 180 minutos de la competencia dejó en claro que no será sencillo superar. Por lo menos desde la actitud.

El “santo” es un equipo que no da pelota por perdida y que cuando la tiene en su poder es directo e invasivo. Ataca sin entretenerse y pisa el área enemiga con mucha gente; tal vez una de sus mayores virtudes.

Así, con valentía, con mucho ímpetu y con coraje terminó torciendo una historia que parecía tener un final diferente. Sobre todo luego del segundo tanto anulado a Verón, porque hasta ahí San Martín iba al frente pero no lograba quebrar la dura defensa que había propuesto Pablo Frontini.

Si bien Brian Andrada ya había nivelado la lucha con un cabezazo tan certero como efectivo unos minutos antes, el ingreso de Emanuel Dening y de Agustín Colazo cambió el partido y terminó por darle al equipo lo que le faltaba para lograr su primera victoria en casa.

El “santo” ganó en movilidad, tuvo mayor peso en los últimos metros y eso le permitió terminar de llevarse por delante al visitante; porque antes del gol de Dening que sentenció el resultado había dispuesto de unas cuantas situaciones claras.

“El corazón de los jugadores fue el que permitió dar vuelta el resultado”, aseguró Delfino en rueda de prensa. Y vaya razón que tuvo el entrenador.

Porque más allá de los puntos positivos que pudo haber mostrado a lo largo de un partido en el que fue muy superior a su rival, exhibió el temple que necesita todo plantel para pelear por cosas importantes.

Con movilidad, con intensidad, con desequilibrio por las bandas y con tenacidad para no darse por vencido en ningún momento ni aún ante la primera contingencia, el “santo” dio vuelta un partido que se le había complicado únicamente por un error propio.

Está claro que a un equipo prácticamente nuevo todavía le queda por ajustar muchas piezas. Pero el corazón fue su bandera y eso es un punto a favor. Los triunfos lo ayudarán a seguir creciendo, pero por lo pronto gana y sigue.