Tucumán no se olvida de Álvaro Pérez Acosta, aquel muchacho catequista lleno de ilusiones personales que hace 26 años fue brutalmente atacado por dos hermanos rugbistas, dejándolo para siempre en una silla de ruedas; a diferencia del caso Fernando Báez Sosa, de Buenos Aires, que fue ultimado por ocho supuestos amigos, Álvaro, prácticamente, quedó postrado para siempre por este cobarde accionar; sumando la incomprensión sobre el malísimo comportamiento proporcionado por un ser humano, ni que fuera un feroz animal. Es realmente lamentable este tipo de comportamiento y lo peor de todo es que la Justicia dilate en tiempo y forma la solución al gravísimo problema. Esto tiene que cambiar urgentemente; somos una sociedad de respeto y teóricamente gozamos de los derechos constitucionales que por Ley, nos corresponden, ya que vivimos en Democracia.

Daniel Francisco Leccese

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