Al fin, se fue “Hormiga”. Ya descansa en la morada celestial de Dios, nuestro Padre. Este joven, emblema de la pobreza, la falta de recursos y la exclusión social, modelo de muchísimos jóvenes más que viven en su misma precariedad de condiciones en nuestra ciudad, en nuestro país y en el mundo entero, desaparecerá de la mirada desconfiada y llena de prejuicios de la sociedad inhumana de nuestro tiempo. Quedarán para el olvido el juzgamiento y el prejuzgamiento de los indiferentes a su situación personal y social y sus acciones. Se fue sin haber podido darle un sentido a su vida, sin haber accedido a una educación que le permitiera emerger de la miseria, ni a un nivel cultural mínimo que le haya hecho sentir feliz aunque sea por un momento. Vienen a mi memoria los versos del tango “Yira, yira”, escrito hace casi 100 años por Enrique Santos Discépolo, hasta hace unos días encarnados en su persona y en la de miles de “Hormigas” más que vagan por su submundo particular: “Cuando la suerte que’s grela, fayando y fayando, te largue parao, cuando estés bien en la vía, sin rumbo, desesperao, cuando no tengas ni fe, ni yerba de ayer secandose al sol, cuando rajés los tamangos, buscando ese mango que te haga morfar, la indiferencia del mundo, que es sordo y es mudo, recién sentirás…”. Pero la justicia de Dios, muy distinta a la de los humanos, lo acompañará en su viaje a las mansiones eternas con una de las tantas promesas hechas hace más de 2.000 años por Dios hecho hombre a la humanidad de todos los tiempos: “Bienaventurados los pobres de espíritu porque de ellos es el Reino de los Cielos”.

Daniel E. Chavez

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