- En una entrevista que dio a LA GACETA en 2020 observó que ya habían aparecido tensiones entre lo que llamó “los dos peronismos” -el de Eva y el de Perón, o el de Cristina y el del no kirchnerismo-. ¿Cómo ve esas tensiones al día de hoy?
- Mirándolas dos años después, diría que esas tensiones se amplificaron, porque el peronismo está muy fragmentado y a esta altura los peronismos en competencia ya son más de dos. El peronismo es como un bandoneón que se abre y se cierra: cuando está en la oposición, se cierra para volver al poder, dando por descontado ser mayoría; pero cuando finalmente está en el Gobierno no puede mantener la unidad porque ella no está basada en un principio programático sino en un mito compartido, y las diferentes almas del partido tienen diferentes visiones de ese mito.
- ¿El bandoneón puede romperse de aquí a las elecciones?
- Me parece que no va a implosionar más de lo que ya lo ha hecho, pero ahí radica el peligro, porque el peronismo está tratando de llevarse al infierno todo el andamiaje institucional para no abandonar el poder. De ahí el conflicto con el Poder Judicial. Y también porque el peronismo es un movimiento que especula sobre los fracasos de su propio Gobierno, de manera que por parte del kirchnerismo veremos todo intento de hacer imposible un traslado legítimo del poder. Es la vieja historia finalmente: las sucesiones presidenciales con los peronistas en el Gobierno siempre son complejas, delicadas y problemáticas porque su cultura política no les permite aceptar que sus opositores son tan legítimos como ellos para gobernar el país.
- ¿Por qué cree que Cristina renunció a la posibilidad de esa sucesión presidencial?
- Ella aclaró que lo suyo no es un renunciamiento sino una proscripción, lo que también es un juego de palabras con la historia y la mitología del peronismo, porque hablar de proscripción significa decir: “me están haciendo a mí lo que le hicieron a Perón después del 55. Entonces, Perón soy yo. Y si Perón soy yo, si la proscripta soy yo, no hay peronismo fuera de mí”. Esto es muy relevante porque en este momento hay que pensar que la actuación política de Cristina no está dirigida tanto a la opinión pública como al movimiento peronista. O sea, su estrategia está dirigida a atarlo a su propio destino, lo que es lo mismo que decir: “si yo caigo, el peronismo cae conmigo”.
- ¿Le está funcionando?
- Por ahora me parece que este relato mitológico le está saliendo bien hacia adentro, porque efectivamente uno ve que el peronismo mantiene cierta unidad sobre el destino de Cristina. No ha habido una separación del partido al respecto: hasta el presidente Fernández, en su aversivo intento de juicio político a la Corte, ha logrado reunir a los gobernadores peronistas. Entonces esa idea de que el peronismo en este momento depende del destino de Cristina está funcionando bastante.
- ¿Y hacia afuera?
- Me parece que en la Argentina es un esquema que ya no da los frutos que dio en el pasado. El país ha cambiado: no es el de Eva Perón. Es un país mucho más secularizado, fragmentado y articulado, de manera que estas escenas de redención colectiva de origen religioso funcionan cada vez menos. Por eso el peronismo no puede invocar más los grandes tótems del pueblo y la nación. Ya no es mayoría en el país y el descrédito es muy grande. Entonces yo creo que efectivamente el kirchnerismo en ese sentido sí ha llegado al final del ciclo. No porque vaya a desaparecer: representa sin duda una parte del país. Pero ya no tiene ninguna posibilidad, me parece, de movilizar mayorías. Mi impresión es que Cristina con la supuesta proscripción está repitiendo un guión viejo que no va a dar resultados.
- ¿Cuál es el rol de la oposición en este país más secularizado al que se refiere?
- Yo veo mucha confusión en la oposición. Sería fácil hacer bromas sobre esa confusión, pero se entiende que la haya porque lo que vale para el peronismo vale para la oposición, que es el espejo del peronismo. O sea, en el momento en que el peronismo se compacta, es más fácil para la oposición compactarse porque sabe quién es el adversario. Pero en el momento en que, como ahora, el peronismo está en una situación caótica, el caos se transmite a la oposición, porque en realidad lo que verdaderamente la une es el ser oposición al peronismo.
- ¿Entonces cuáles son los dilemas de la oposición?
- Hay una oposición, llamémosla moderada, que tiene como referente simbólico a Rodríguez Larreta y finalmente dice: “no radicalicemos el conflicto y tratemos de construir un gran centro que les permita a los tránsfugas del peronismo abrazarse a una gran coalición que represente al 70 % del país”. Esto le daría una extraordinaria estabilidad al nuevo Gobierno y finalmente permitiría superar la famosa grieta. Suena bien, ¿no? Parece una estrategia racional y lógica. Pero también es racional y lógico el análisis de la oposición más radical, de los llamados halcones. Estos dicen: “Si formamos una coalición con los tránsfugas del peronismo, significa que vamos a tener que gobernar con los problemas que nosotros queremos solucionar”. O sea, van a tener dentro de la coalición a los grandes poderes corporativos que tienen paralizada a la Argentina y, por lo tanto, el precio de la gran coalición va a ser la imposibilidad de hacer las reformas que se proponen. De manera que lo veo complicado.
- ¿Y ve alguna manera de solucionar esto?
- Tal vez no hay una manera precisa de hacerlo. Lo único: no se puede dejarlo todo librado a las PASO, porque ellas eligen a un ganador y lo que necesita la oposición no es un ganador sino un paquete de reformas para presentarle al electorado antes de las PASO. Y quien se quiera subir al carro que acepte esas reformas, porque si no, el riesgo es que gane la oposición pero sea como si ganara el peronismo moderado y Argentina tuviera que oscilar entre el peronismo de Eva y el de Perón. Puede ser que la alternancia en el poder en la Argentina sea esa, que efectivamente no haya otra, pero si yo fuera un argentino que quiere sacarse de encima la tradición peronista, no me quedaría satisfecho con eso.
- Hay muchos que, de hecho, no están satisfechos y han encontrado en Javier Milei a un referente. ¿Qué visión tiene de él?
- Creo que se ha abierto un enorme espacio para la antipolítica, o sea, para aquellos que no quieren saber más nada de las coaliciones tradicionales y están listos para subirse al carro de quien promete la salvación en la Tierra. Quien lo hace en este momento es Milei, que cultiva a propósito un programa destructivo. Yo entiendo que piense que para construir la Argentina que él tiene en la cabeza hay que destruir todo el andamiaje institucional de corporativismo y populismo, pero a mí no me parece que esa sea la forma de proceder de una sana cultura liberal, que por definición es reformista, no redentiva. Sobre las ruinas generalmente no se crea algo mejor.
- Así las cosas, ¿habría que definirlo como un populista?
- En cierta medida sí que es populista. Primero, tiene una idea mítica de su pueblo. Al definirse liberal, no es un pueblo entendido como colectividad, y esta es una diferencia, sin dudas. No piensa en el pueblo como un organismo que anula al individuo. Pero tiene una idea de tantos individuos juntos que al final forman un pueblo y que tienen una serie de virtudes, estas sí, míticas: son individuos emprendedores, basados en el esfuerzo. Aunque probablemente el elemento populista más relevante sea la visión maniquea: los suyos son los redentores que poseen la verdad y llegan para liberar al país de sus pecados. De manera que tiene también una visión de tipo redentiva, y entonces creo que Milei pertenece a los fenómenos milenaristas, que siempre me parecieron extraordinariamente peligrosos.
- ¿Puede haber un liberalismo no populista en Argentina, dada la cultura política peronista?
- Hace poco escuchamos a Macri decir que si hoy Perón viviera, votaría a Juntos por el Cambio. Lo que es como decir: “me rindo, admito que el peronismo es la religión de la patria, y entonces los invito a razonar sobre el hecho de que ahora los verdaderos intérpretes de esa religión somos nosotros, la oposición antiperonista”. Es una paradoja, y lo que yo diría en todo caso es que si el liberalismo conquista el poder a través de los instrumentos del peronismo, entonces se vuelve un oxímoron. La tarea histórica del liberalismo en Latinoamérica es sacarse de encima los métodos populistas, porque ellos hacen al corazón del populismo. No son una coraza exterior, no. La forma es contenido en el populismo.