Por Silvina Cena - Para LA GACETA.

1- Es un recuerdo que tiene por voces y memorias ajenas: no sabe que ocurrió, sabe que le contaron.

Que un día entró una vecina que era habitué en su casa de niña, que se dirigió a la madre. Que sin muchas vueltas le dijo: “Sarita, ¿vos te diste cuenta que, cuando la retás, la Celina se va al piano?”. Ella, dice, era una nena de 10 años muy traviesa: “vivía trepada en la tapia, en el árbol, en la higuera con las gallinas. Digamos que cobraba casi todos los días”. Y cuando cobraba, derecho al piano.

Pero no, la madre no se había dado cuenta. Entonces la vecina siguió: “le pregunté qué estaba tocando y me contestó ‘un inventito’. ¿Por qué no la mandás al conservatorio?”. Y de esa imagen sí que se acuerda bien, como si la observara con una cámara puesta en el pasado: ella y su mamá, dos sombras caminando juntas hacia el Conservatorio de la Provincia.

Un ‘inventito’: formas inocentes de nombrar episodios fundantes.

2- Celina Lis definida por Celina Lis: una pianista natural, esto es, que siempre supo que lo sería con la confianza de las cosas obvias; docente de alma e investigadora autodidacta; adolescente geniecilla en matemáticas, al punto de que maestros y padres estaban seguros de que su destino profesional estaba atado a los números; discípula deliberada y embelesada de Morris, su abuelo materno, un hombre ávido de conocimiento; curiosa porfiada, alumna eterna, maestra generosa pero no condescendiente; bailarina aficionada de tango y de folclore; mala abuela, dirá primero, y después rectificará por abuela moderna o trabajadora; la bobe tatuada, la señora del mechón azul; con padres de raíces eslavas, aunque ella sea tucumana de pura cepa: no sólo porque nació acá sino también porque, en épocas en las que para formarse en piano lo razonable era mudarse a ciudades más grandes, ella eligió la provincia como su centro de operaciones.

La música, un refugio. La edad, un índice como tantos otros. La frase con la que se consiente y que la identifica: si no es ahora, ¿cuándo?

3- Los currículums que acompañan a sus presentaciones están llenos de nombres propios: los maestros que la formaron, los cursos que dio y los cursos a los que asistió, las provincias en las que fue invitada a tocar, los premios y reconocimientos que mereció. Pero, en la charla personal, lo que sobresale de Celina Lis es su vocación de maestra. “Yo después te paso bien cómo se escribe eso”, dice cuando menciona un nombre extranjero; o “poné la mano aquí”, para interpretar un piano imaginario en la piel ajena y que el interlocutor comprenda cabalmente cómo cada dedo registra distintas velocidades e intensidades sobre las teclas.

“Amo enseñar, y soy docente en todo. He tenido alumnas que venían con el tejido: ‘che, cómo hago este punto’ -se ríe pícara-. Y una vez, durante una clase de conciencia corporal que estaba dando, un señor me contó que hacía natación, pero que salía de la piscina más tenso de lo que entraba. ¡Así que terminé enseñándole a nadar!”.

Hay dos explicaciones posibles para esa entrega permanente. Una la cuenta ella, cuando recuerda la influencia de su abuelo materno, el interés que le prodigó por la cultura y por transmitir aquello que iba conociendo. La segunda se infiere durante el diálogo: Lis ama enseñar porque ama aprender. Fuera y dentro de la música, siempre está buscando y ensañándose con nuevos caminos. Ella le llama a esto “su motorcito”. “Tengo un motor que me lleva a estar investigando siempre. Para que te des una idea: di varios cursos sobre los pedales del piano, y la primera vez varios me preguntaron dónde había aprendido eso, quién me enseñó. Nadie. Fue mi investigación: qué pasa si pongo el pie abajo, arriba o en el medio; si lo bajo más lento o más rápido. Eso es sentarse y activar el oído, probar y probar”.

Cierta vez, recuerda, un alumno le reclamó que ella no era lo suficientemente exigente. “Le dije ‘¿vos querés que te ponga una escopeta en el pecho para decirte que estudies?’. Él quería que le diera mi motor, pero eso es mío. Cada uno debe interesarse por sus cosas; un maestro te puede estimular, alentar, pero no puede regalarte su motor”.

4- Un día, hace poco, fue a la carnicería de siempre. El empleado la miró detenidamente: ahí faltaba algo. “¿Por qué está sin la mecha? Esa es su marca registrada”.

“La mecha” es, en efecto, un mechón de su pelo -originalmente rubio- que desde hace algunos años tiñe de azul. “En algún momento había dejado de hacerme, pero no, no soy yo sin mi pelo azul”.

Completan su coquetería juvenil seis tatuajes que se realizó en los últimos cinco años, la mayoría referidos a la música: claves de sol, pentagramas. Diseños distribuidos de modo estratégico; dos de ellos, en el cuello y en el antebrazo, han sido especialmente pedidos del lado derecho porque ese es el perfil que el público ve cuando ella se sienta al piano.

Quiere recordar cómo tomó la decisión de hacerse el primero, pero es una memoria borrosa. Tampoco es necesario: ni para Celina ni para su entorno hay extrañeza en que ella conozca y ejecute partituras dificilísimas escritas hace siglos y que, al mismo tiempo, se cruce a la peluquería del barrio para pedir un color fantasía. En que la vuelvan loca, en iguales dimensiones, compositores clásicos de apellidos impronunciables y el folclore que emana del violín de un músico callejero que se aposta en la peatonal Mendoza. “Me paro a verlo y a veces me dan ganas de bailar una chacarera si no viniera con la cartera y las bolsas”.

La carcajada de Celina es una catarata fresca, delicada, en pleno agobio de verano.

5- Hay información que Celina obtiene de sí misma porque se la dicen otros. Su hija Alicia, por caso, le ha hecho ver aquello de la música como refugio. Su hijo Eduardo le ha evidenciado un slogan propio, a partir de una anécdota. “Me contó que un amigo suyo le había preguntado qué opinaba de mis tatuajes. Eduardo le respondió que él no estaba muy contento, pero que cuando se quejó, yo le tapé la boca diciéndole ‘si no es ahora, ¿cuándo?’”.

- ¿Dirías que esa frase te ha regido en la vida?

- No sé, nunca fue consciente, pero desde lo de Eduardo me hizo pensar…

De sus hijos también relata que no han contado mucho con ella para cuidar a los nietos, como suele pasar en otras familias. “Soy una muy mala abuela -dice, con sonrisa resignada-. Porque soy una abuela trabajadora, los veo una vez por semana”. Será por eso que le parece una revelación cada vez que alguno de ellos le manifiesta su admiración por su modo de ser y vivir. “Me dicen que soy un modelo, y realmente nunca lo había pensado. Están orgullosos de que siempre esté estudiando, tratando de progresar y perfeccionarme”.

6- Dice que es feminista, pero que no acuerda con las manifestaciones extremas o violentas para expresar ideas. Que en su trayectoria nunca se ha sentido discriminada por ser mujer, pero sí, en cambio, por ser judía. Y que, en el mundo de la música, las nuevas corrientes han hecho nacer una revalorización de las compositoras mujeres, lo que aplaude, porque históricamente solo ha figurado el varón. “Hubo muchísimas compositoras, incluso desde la Edad Media, y estaban totalmente ocultas. Inclusive varias opacadas por sus maridos o hermanos, sólo por ser mujeres”.

De lo que se escribe y se escucha actualmente también está pendiente, dice, pero “por cuestiones didácticas”, para saciar la infinita curiosidad que la caracteriza. “En algún momento mi nieta mayor quiso que le enseñara piano, entonces me puse a escuchar Viejas Locas, Alex Ubago, Los Redondos… no me llegan, pero los conozco. He enseñado música popular. También escuché a Coldplay; como tantos fueron a verlos, quería saber qué era eso”.

- ¿Y qué tal?

- Me gustó… pero no es Beethoven.