A pesar de que enero es tiempo de pausas, algunos de nuestros pensamientos suelen entrar en mayor actividad en esta época del año. Quienes pueden tomarse un descanso por estas semanas suelen destinar tiempo para realizar balances y proyecciones, como si el cambio del año realmente significara una verdadera oportunidad en nuestro horizonte. Somos seres racionales, pero necesitamos de símbolos y ritos que nos ayuden a mirarnos a nosotros mismos y a nuestro alrededor, como ejercicio mental y por qué no espiritual.

Sea positivo o negativo el saldo de ese balance, nunca falta el lugar para la oportunidad. “Probar y equivocarse rápido”, dicen ahora los expertos en proyectos, quienes aseguran que en toda experiencia existe siempre un aprendizaje. Esa flexibilidad mental puede ser clave para algunos o bien frustrante para otros, sin embargo, todos tenemos planes y cuentas pendientes que queremos saldar en los próximos doce meses. Por eso, a la hora diseñar estos nuevos objetivos resulta clave ser conscientes de las herramientas con las que contamos. Pueden ser saberes, habilidades o también limitaciones, pero sin dudas, un componente clave para transformar lo que queremos serán los hábitos. La emocionalidad y las intenciones no nos resuelven nada si no adquirimos una rutina que nos ayude a acercarnos a aquello que necesitamos o deseamos.

Aunque parezca extraño, las apariencias y los hábitos están muy relacionados. Fue un cirujano plástico quien encontró un patrón preciso para determinar cuánto tiempo necesitan las personas para asumir una nueva conducta. Fue Maxwell Maltz quien en la década del cincuenta observó que sus pacientes tardaban 21 días en acostumbrarse a un nuevo aspecto de su rostro. La misma cantidad de días tardaban en adaptarse a la falta de una parte de su cuerpo.

Según Maltz, actuamos y sentimos no de acuerdo con la realidad, sino a la imagen que nos hemos formado de ella. Los hábitos, entonces, se construyen del mismo modo. Autor de las bases para los estudios del comportamiento, Maltz determinó que “el ser humano actúa, siente y se desenvuelve siempre de acuerdo con lo que él imagina que es verdad acerca de sí mismo y acerca del medio ambiente que le rodea”. Los fenómenos observados por el médico lo ayudaron a concluir que se requiere de un mínimo de 21 días para que “una imagen mental establecida desaparezca y cuaje una nueva”. En síntesis, lo que importaba para Maltz era que la persona asociara su cambio con algo perceptible y para ello necesitaba tiempo para comprobar su nueva condición.

Otro concepto novedoso que se utiliza con frecuencia en la gestión de proyectos son los denominados “objetivos Smart”, que en español se podría traducir en “inteligentes”. En realidad, se trata de un acrónimo formado por cinco características que deberían tener estos objetivos que también pueden ayudarnos a construir un hábito o lograr un cambio. La S viene de “específico”, es decir, tenemos que saber muy bien qué queremos lograr. En segundo lugar, la M viene de “medible”, ya que necesitamos poder calcular y visualizar efectivamente los cambios. Los objetivos deben ser también “alcanzables”, es decir, posibles de lograr y no solo utopías. El cuarto criterio destaca que deben ser “relevantes”, es decir, que realmente produzcan un impacto significativo en nosotros o nuestro entorno. Y finalmente la T hace referencia al “tiempo”, ya que es clave tener una fecha en mente para alcanzar lo que queremos.