-En Una música saliste del paisaje pampeano, campero, del interior, de la trilogía inicial de tu obra. ¿A qué se debió esa búsqueda?

-Esa búsqueda arranca en Cameron, mi novela anterior, que explora un paisaje impreciso, difícil de definir. En el caso de Una música mi intención original era trabajar una novela en Buenos Aires; de hecho, la primera versión sucede en la ciudad, pero luego fue desplazándose poco a poco hacia las orillas, en este caso, de la gran urbe. Como si la escritura necesitara de esa distancia, por un lado, del centro y, por otro, trabajar desde una mirada orillera. Cuando el lugar apareció la historia se aclaró en todos sus matices. Es decir, si bien salí del territorio de la trilogía pampeana se mantuvo, creo, constante, la necesidad de explorar el margen, la periferia.

-Leí por ahí que escribiste dos versiones de la novela, que la primera no te convenció y arrancaste la segunda sin atender por completo las claves o el desarrollo de la primera. ¿Cómo fue esa experiencia, te había pasado alguna vez?

-No me había pasado antes. Creo que me atreví a volver a empezar porque no era esta mi primera novela. Me pareció que, por un lado, la novela necesitaba ser escrita de nuevo y, por otro, yo quería lanzarme a esa experiencia. Estuvo bueno. Fue agotador. Pero aprendí mucho. Un poco lo que pasa en la trama y lo que me pasó a mí se tocaban de un modo circular. Es decir, el pianista empieza de nuevo, una vida nueva. Yo empecé de nuevo a contar la misma historia.

-La historia argentina de los ’70 corre un poco de soslayo en la novela, pero es determinante en varios aspectos. ¿Entró como tema desde el principio, hay un factor generacional tuyo en ese aspecto también?

-Es cierto que en todos mis textos el cruce con una época o con una referencia política emerge como elemento importante, en algunos casos de un modo más directo que en otros. En esta novela los ecos de la dictadura se notan como un oleaje que no se ve en un primer plano pero que marca a los personajes. Pero más allá de esa referencia concreta, en esta novela me interesaba pensar, como un núcleo político también, la tensión que se da entre lo individual y lo colectivo. Lebonté es un burgués que despliega la carrera de solista y lo hace hasta que lo puede hacer de manera correcta y sin grietas. Y luego aparece esa comunidad en las orillas, ese grupo que lo empieza a seducir de algún modo, ¿no?

-La relación padre-hijo no es un tema menor en la novela: qué es la herencia, qué es un mandato, qué elegimos y que rebeldías cimentamos frente a esa experiencia.

-La herencia sin duda es central, como decís, y moviliza toda la trama. Creo que es el gran dilema del protagonista. Qué hacer con eso. La novela termina justo cuando el personaje comienza a tomar decisiones. Y en ese sentido comenzaría a trabajar lo heredado, a apropiárselo de la mejor manera. Eso es lo que se puede hacer con una herencia, trabajarla para hacerla propia, ¿no? De este modo, la inversión del mandato de la escalera que impone el padre, me sirvió mucho para organizar la trama. Ir, en la lógica del padre, en un sentido descendente. O sea, no progresar. Entonces la novela va marcando esas dos puntas. De Europa a orillas del Reconquista, de lo individual a lo colectivo.

-¿Por qué elegiste la música como disparador de la novela? ¿Sos melómano? En ese caso: ¿cuál es la banda de sonido de tu vida?

-La música atraviesa la novela de muchas formas. En un sentido literal, es decir, porque se cuenta la historia de un pianista, pero también hay otras formas de sonidos, de ritmos, de voces que resuenan y siempre fueron importantes para mí a la hora de pensar un texto: el sonido de un texto. Tal vez eso sea una de las cosas que más me atraen de la escritura, el sonido de un texto, los ecos, las voces que resuenan. Mi relación con la música, es decir, con tocar algún instrumento, es de una profunda frustración. Pero la música siempre aparece de otras maneras en cualquier cosa que uno pueda hacer.

-Por último, detengámonos un rato en ese músico que inventás, Bill Turner, norteamericano, negro, pianista, su destino trágico. ¿Cómo se te ocurrió esa vida imaginaria, para citar, como de pasada, a Schwob?

-Lo primero que aparece es el disco: Hudson. Y con la idea del disco, de un disco que sea la exploración de un río, como es Litoral de Liliana Herrero, por ejemplo, apareció el músico. La tradición de las vidas imaginarias me interesa mucho. En algún sentido, todo personaje es una vida imaginaria que uno sale a buscar o descubre. Así que Turner es como Toguita, Eva o Mamocho, un personaje más de la novela.

PERFIL

Hernán Ronsino (Chivilcoy, 1975) irrumpió en la literatura argentina hace quince años con La descomposición (si bien había publicado antes el volumen de cuentos Te vomitaré de mi boca), novela que luego integraría una trilogía junto a Glaxo y Lumbre. En 2018 publicó Cameron, en 2020 ganó el Premio Anna Seghers, dotado de 12.500 euros, y, un año después, el Premio Municipal de la Ciudad de Buenos Aires en la categoría novela. Su obra, editada por Eterna Cadencia, excepto la antología de artículos Notas de campo (Excursiones, 2017), se caracteriza por un cuidado trabajo con el lenguaje.

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Hernán Carbonel