Desde hace décadas, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad (COP) es una de las reuniones plenarias internacionales más famosas en lo que refiere a la preservación y gestión sostenible de nuestra flora y fauna global.

Este año, la cumbre celebró su decimoquinta edición, en la cual participaron representantes de 195 países. El evento transcurrió en Montreal (Canadá) y tuvo como finalidad llegar a un consenso sobre las acciones estratégicas que son necesarias para preservar el medioambiente con miras a 2030.

Tras dos semanas de intensos debates, la COP15 finalizó ayer con la aprobación de un tratado internacional histórico que pretende frenar la destrucción de la naturaleza. Conocido como el Acuerdo Kunming-Montreal, uno de los avances más relevantes de este documento fue el compromiso de conservar al menos el 30% de las tierras, aguas continentales, zonas costeras y océanos del planeta a través de la creación o gestión de sistemas de áreas protegidas.

Actualmente, apenas el 17% de la superficie terrestre y el 10% de los ecosistemas marinos se encuentran resguardados de la acción del hombre gracias a la existencia de reservas. Es decir, de espacios en los cuales queda prohibido realizar actividades económicas extractivas o cualquier práctica que destruya el entorno. Este porcentaje es demasiado bajo si se tiene en cuenta la cantidad de hectáreas que se pierden a diario por la deforestación y el uso indiscriminado de recursos no renovables por parte de las industrias.

En contraste, esta nueva iniciativa apunta a restaurar una buena parte de los ecosistemas degradados debido a la acción humana.

Pérdida de biodiversidad

La contaminación ambiental y la pérdida de biodiversidad que atravesamos es tan riesgosa que, según algunos reportes científicos, a finales de siglo van a desaparecer al menos un millón de especies de animales y plantas. El riesgo corre por igual para las aves, peces, mamíferos, reptiles y -dentro del reino vegetal- hasta para algunas hierbas aromáticas o especias que utilizamos en el hogar para cocinar.

Frente a este alarmante panorama, en la convención se fijó un segundo objetivo para rescatar nuestra biodiversidad. En el texto, los países adherentes se comprometieron a destinar al menos U$S 200.000 millones anuales para financiar actividades de rescate y mantenimiento de la diversidad biológica. Esta suma apunta a actividades que sean realizadas por fuentes públicas o privadas, por lo cual implicaría un gran estímulo para las organizaciones internacionales y nacionales dedicadas al cuidado del medioambiente (como es el caso de Greenpeace).

Puntos relevantes

Otros de los objetivos que estipulados en el acuerdo Kunming-Montreal apuntaron a:

- Reducir en el 30% el desperdicio mundial de alimentos debido al consumo excesivo por parte de los ciudadanos. Además de mermar, por consiguiente, la cantidad de residuos orgánicos que van a parar a la basura.

- Prevenir la introducción de especies exóticas invasoras que destruyan la biodiversidad autóctona de cada país o continente; tanto en el caso de animales como de plantas. También se apuntó a erradicar las especies invasoras ya existentes en algunas islas y ciertos sitios prioritarios.

- Eliminar o reformar progresivamente los subsidios que dañan la biodiversidad en al menos U$S500.000 millones cada año. Esto implica que, para 2030, la idea es quitarles (en el mejor de los prospectos) el financiamiento estatal a aquellas empresas o entidades que causen graves daños al entorno natural.

- Reducir a la mitad el riesgo que conlleva el empleo de pesticidas y productos químicos para la tierra. En especial, aquellos que destruyen las hectáreas y las vuelven inutilizables debido a las siembras constantes y el cambio de pH que ocurre en el sustrato.

- Incrementar los flujos financieros internacionales de los países desarrollados hacia los países en desarrollo hasta por lo menos U$S20.000 millones anuales para 2025 y hasta los U$S30.000 millones para 2030. Este compromiso quedó enmarcado en la necesidad de colaborar de manera interdisciplinaria y trasnacional para conseguir que los ecosistemas de algunos países puedan salvarse de la degradación. Por ejemplo, en el caso de los bosques, glaciares o desiertos que yacen en territorios en los cuales las carencias económicas impiden comprometerse con la protección medioambiental.

No hubo consenso entre los participantes

Las decisiones pactadas en la Conferencia de Biodiversidad estuvieron marcadas por varias tensiones y el rechazo de algunos países hacia las condiciones del acuerdo. Durante su aprobación oficial varias delegaciones de África (entre ellas, las de República del Congo, Uganda y Camerún) mostraron rechazo hacia el monto económico que debería ser empleado para alcanzar los objetivos de la COP15. Sin embargo, la ONU rehuyó a las objeciones planteadas y se volvió el blanco de las críticas ante su falta de escucha y la manera poco asertiva y “agresiva” (acorde a los comentarios de enviados especiales plasmados en diferentes medios internacionales) con la que las autoridades zanjaron el debate.

Otro punto de crítica fue la notable demora en la realización del evento. Este debió haberse celebrado en 2020, pero dado el recrudecimiento de la pandemia en China (país que iba a ser sede del COP15) la agenda fue cambiada.

Las catástrofes medioambientales ocurridas en esos dos años de diferencia -y parte de las crisis humanitarias y económicas que se vivenciaron en paralelo- no fueron tomadas en cuenta en la creación del plan de acción a futuro.

¿Por qué nunca se logra cumplir con las iniciativas para salvar la naturaleza?

La decimoquinta edición de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Biodiversidad dejó un montón de promesas frescas. Sin embargo, al mirar hacia el pasado, la eficacia de estos pactos deja mucho que desear. Los planteamientos de la COP15 vienen a sustituir las Metas de Aichi para la Diversidad Biológica: 20 máximas de conservación ambiental que fueron planteadas en 2010 -durante la décima edición de esta conferencia internacional- y luego quedaron a medio camino. Al llegar 2020 apenas seis de los propósitos habían sido parcialmente alcanzados, mientras el resto cayó en el olvido. Lo mismo ocurre con decenas de propuestas pautadas desde la ONU. Existen bastantes respuestas sobre por qué fallamos al preservar la fauna o flora. Entre los justificativos aparece la falta de datos cuantificables y registros que midan con exactitud los avances o retrocesos ocurridos. Además, antes de poner en práctica cualquier meta, no se suele contemplar el tiempo extra que requieren las investigaciones para saber el estado de situación actual que tiene cada país y los estudios de reconocimiento. Por otro lado, los constantes reveses políticos y económicos hacen que sea difícil para los estados proyectar presupuestos o planes de acción de acá a siete años en el futuro (cómo mínimo). La mayoría del tiempo, la necesidad de resolver los conflictos inmediatos y urgentes hacen que el medioambiente quede constantemente relegado.