Este domingo no pasará como un día más en la vida de millones de personas. Aún para esas exiguas minorías en que el fútbol no representa más que un lejano deporte, donde 22 jugadores corren detrás de una pelota, como sostenía con fina ironía Jorge Luis Borges, uno de los intelectuales más antifútbol de la Argentina.

Incluso si viviera, el autor de “Historia universal de la infamia” vería alterada su rutina de manera significativa. Los bocinazos en las calles, las banderas nacionales por doquier, los grupos de jóvenes reunidos y cantando en las esquinas, o las plazas, ese lugar en el mundo para Borges, perderían por un rato hasta las palomas de la paz.

“Buen día don Jorge Luis, ¿cómo salimos hoy?”, sería el saludo martirizante que debería soportar Borges en el puesto de diarios, en el almacén del barrio o en el taxi. Hoy es uno de esos días que quedan marcados con cal en la historia universal, quieran los argentinos que esta vez no sea en la de la infamia de Borges.

Un mundial no es sólo de fútbol. Si así fuera no habría presidentes de países en los palcos, cardenales, CEOs de multinacionales, atletas de todas las disciplinas y celebridades de los géneros más diversos. Un mundial es un complejo entramado geopolítico que sintetiza, en casi una hectárea de césped, tensiones culturales y raciales, rivalidades históricas, luchas de clases, competencias estadísticas, pasiones extremas, egos desbordados y, claro está, esa magia que se eleva sobre el campo de juego cada vez que empieza a rodar la pelota.

“Why doesn’t Argentina have more Black players in the World Cup?” (¿Por qué Argentina no tiene más jugadores negros en la Copa del Mundo?), se preguntó hace unos días en una columna The Washington Post, uno de los diarios más prestigiosos del mundo. Esta nota, escrita por Erika Denise Edwards, profesora asociada de la Universidad de Texas y experta en identidades raciales, desató una polémica de envergadura global, que no viene al caso en este desarrollo, pero que da cuenta de la enorme transversalidad cultural que envuelve al fútbol, un fenómeno humano que supera ampliamente al deporte en sí mismo.

Según la FIFA, más de 5.000 millones de espectadores tendrá en total la Copa Qatar 2022, más de la mitad de la población mundial (7.900 millones) y un 42% más del alcance que tuvo la Copa del Mundo en Rusia hace cuatro años, la que según la empresa Publicis Media Sports and Entertainment alcanzó los 3.564 millones los televidentes.

Fuimos testigos azorados del demencial fanatismo que desata la Selección argentina en países tan lejanos como Bangladesh, Pakistán, Nepal o India, así como en desconocidas tribus de África o en indescifrables ruralidades asiáticas.

Sólo existe una certeza. Hoy se derramarán litros y litros de lágrimas en decenas de millones de rostros humanos; llantos de alegría o de tristeza, que provoca una puesta en escena cuatrianual de magnitudes épicas y donde se abrazan de forma imaginaria, a miles de kilómetros de distancia, personas que jamás van a conocerse. Y sin embargo se aman.

Hoy no será un día más, sea cual sea el resultado. Hoy el planeta se tomará una selfie con una raza humana alucinada, trastocada como nunca por una fantasía inexplicable.