Ya son las 12.15, el sol parte las baldosas al medio en la esquina de Santiago y Laprida, pero Brahim Ouzzane no da señales de vida. Y es curioso, porque hasta ahora el marroquí no se ha perdido ninguno de los partidos de su Selección en esta Copa del Mundo, y el de octavos de final contra España -que podría ser el último para los Leones del Atlas- ya lleva un rato de empezado. En el local de comidas “Bravi”, que Brahim instaló desde su llegada a Tucumán en 2017, marchan los pedidos al ritmo habitual y casi indiferente al envolvente calor que emana de los hornos, en especial del que gira los pollos al spiedo.
Finalmente aparece Brahim, enfundado en su camiseta rojo furioso. “Para nosotros ya es un muy buen Mundial. Pero si hoy le ganamos a España, ya está”, asegura, con una confianza que por momentos rozará la clarividencia, sobre todo cuando lleguen los penales. Pero pasarán varias cosas hasta entonces. Por ejemplo, que el televisor se niegue a enganchar el partido. Brahim toca botones, mueve los cables, pero nada. Hasta que un intento surte efecto y ahora sí, a alentar a Marruecos. Al lado, en la semillería “El Marroquí”, Abdo Ben Shaga y su primo Yassin Hadab siguen la transmisión en vivo por el celular de este último mientras atienden los clientes. Resulta difícil hablar con ellos, porque llevan apenas unos meses en Tucumán y su dominio del español por ahora solo cubre números y nombres de los productos que venden.
El tío de ellos, Ahmed, fue quien le sugirió a Brahim alquilar el local de al lado cuando llegó a la provincia desde Meknes, su ciudad. No era la primera vez que vivía en el exterior (también había pasado cinco años en Francia), pero admite que al principio se sintió algo perdido en Tucumán. “Empecé solo y ni siquiera hablaba el idioma, así que con el dueño del local me comuniqué por el traductor del celular. Y yo quería poner un local de comidas, como tenía allá, pero era como si vos fueras a Marruecos y quisieras poner un local de empanadas. ¿Quién te consigue el cocinero? Así que empecé haciendo cosas que yo sabía cocinar, como tajine y cuscús. Encima no podía conseguir la máquina para pollos al spiedo, no había por ningún lado, hasta que un señor que trabajaba en una casa de electrodomésticos me la consiguió. Y así lo fuimos armando de a poco”, cuenta sus inicios Brahim, que ha vivido mucho en sus apenas 36 años, y que agradece las manos que ha recibido desde que llegó. De hecho, esa es una de las cosas que le gustan de Tucumán, y su forma de devolverlo es con un buen trato a sus clientes. Asegura que muchos lo eligen por eso y que así ha hecho muchos amigos.
Varios de ellos le escriben por whatsapp durante el partido, porque saben que es apasionado por el fútbol y que está viendo el partido. Pero le llevó tiempo hacerse la clientela. Al principio, como no lo conocían, no entraba nadie. Hasta que apareció Alá para darle una mano. “La mezquita a la que íbamos a rezar los musulmanes se cerraba a veces. Entonces venían a mi local, yo sacaba las mesas y rezábamos acá. Pero cada vez fue viniendo más gente y nos fue quedando chico el local. Y yo pensé que a lo mejor Dios me había traído a Tucumán no para el comercio, sino para que más personas conocieran nuestra religión”, cuenta Brahim. Pero no, su labor de profeta fue desplazada a medida que se fue haciendo un nombre y ganando clientes para su negocio.
Una de ellas, “Pichona”, lo llama por teléfono durante el entretiempo del partido, que sigue 0-0. “Acá estamos haciendo fuerza por Marruecos. ¿Por qué no se vienen a ver el partido en el hotel?”, se la escucha decir a la mujer. Entonces, la pequeña tribuna marroquí compuesta por Brahim, su hermano Aziz y quien escribe esto se traslada media cuadra por Laprida hacia el hall del Hotel del Jardín, del que “Pichona” es propietaria junto a sus hijos. “A Brahim lo conozco porque en la casa que funciona su rotisería nació mi marido junto a sus cuatro hermanos, todos hijos de un matrimonio venido de Esmirna, en Turquía. Cuando le comenté, me dijo: entonces somos paisanos. Además, cuando quiero pollo asado o relleno lo pido ahí, no sabés lo que son”, asegura.
Después del primer tiempo al calor de los hornos, el segundo tiempo con el aire acondicionado del hotel es casi como haberse teletransportado hacia alguno de los estadios refrigerados de Qatar. Pero el alivio es solo parcial: en la cancha, España merodea el arco de Bono y parece difícil que a Marruecos pueda aguantar tanto asedio. Pero no hay caso, la defensa africana es una muralla que rechaza todo lo que le tiran, por arriba y por abajo. Brahim está nervioso, sobre todo desde que Luis Enrique manda a Nico Williams a la cancha y el joven de tez oscura vuelve locos a los laterales con su velocidad. “Es rápido el negro. Es que son todos changuitos en España”, comenta Brahim, en cuyo acento árabe se cuelan algunas tucumanidades, sobre todo de las que no se pueden reproducir cuando la “Roja” está cerca del gol o cuando Walid Zhedira desperdicia dos oportunidades claras de contra que podrían haberle dado el triunfo a Marruecos en el alargue. Era el momento: las piernas no dan más, los Leones están acalambrados hasta la lengua y solo aguantan con el corazón. Luis Enrique mete a Pablo Sarabia y en la última jugada este revienta una pelota en un palo. “Noooo, c....”, suelta Brahim, que ya no puede más de los nervios. Aziz también profiere algo en árabe, seguramente otro improperio por lo cerca que estuvo Sarabia de tirar abajo 120 minutos de esfuerzo.
Listo, hay penales. Los comensales del hotel felicitan a los hermanos marroquíes por el gran partido que ha hecho su seleccionado, al margen de lo que pase a partir de entonces. Pero por whatsapp le llega un audio en broma de un amigo: “Vamos España, joder”, le dice, en un impostado acento ibérico. “Callate c..., vamos Marruecos. ¿Pensás que somos Japón?”, le responde Brahim, haciendo referencia a lo mal que patearon los nipones sus penales frente a Croacia.
Y ahí viene lo curioso: el marroquí acierta lo que va a pasar en cada uno de los penales de España, como si estuviera mirando una repetición y no un partido en vivo.
- Al palo. Al palo. Al palo.
Sarabia, que nunca había fallado un penal con su Selección, estrella en el palo el primer penal. Antes del segundo, Brahim canta:
- A la mano. A la mano. A la mano.
Carlos Soler remata y Bono se lo ataja. Con las manos. Cosa e’ Mandinga. Marruecos ya lleva dos goles de ventaja, pero Banoun falla y le da una chance a Sergio Busquets. Un crack de ese calibre no puede fallar, pero Brahim anticipa:
- Ataja. Ataja. Ataja.
Ni el crack de Barcelona es capaz de meterle un gol a Bono, que vuelve a cumplir con el pronóstico de Brahim y deja a Marruecos a un acierto de meterse por primera vez en cuartos de final de un Mundial. Y Hakimi, con toda la confianza del mundo, la pica a lo Abreu contra Ghana en 2010 para noquear a España y darle a Marruecos la mayor de las alegrías. Ya está, pase lo que pase, lo de los Leones ya es histórico. Mientras, a miles de kilómetros, un emocionado Brahim agradece uno a uno a los presentes en el hall de hotel por compartir con él ese momento inolvidable. Y de repente, acordándose que tiene una clientela que atender, sale despedido hacia la calle. Lo último que llega a ver este cronista es a Brahim corriendo a los gritos por una vereda desierta a las 3 de la tarde, revoleando su camiseta roja y perdiéndose por la esquina segundos después.