Ya no es ciencia ficción. Muchos crecimos viendo películas en las que las máquinas no sólo eran parte fundamental de la sociedad, sino que además llegaban a dominarla. Pero hoy, la Inteligencia Artificial gana cada vez más terreno y genera aplicaciones para la mayoría de los ámbitos de nuestra vida. Y no sólo en ámbitos que tengan que ver con las Ciencias Exactas. Las humanidades también comienzan a valerse de ellas. Y el Derecho ya imprenta herramientas que pretenden servir sobre todo para hacer de la Justicia un poder más accesible para todos. Alejandro Chamatrópulos es abogado, relator de la Corte Suprema de Justicia de la provincia y profesor universitario. Él advierte, por ejemplo, que “cualquier decisión profesional, inclusive en la Justicia, se mejora cuando se toma sobre la base de datos”. Y recuerda la importancia que tuvieron las herramientas digitales a lo largo de la pandemia, y que evitaron la paralización del Poder Judicial y por ende del sistema de Justicia. Este fue el diálogo:
¿En qué puede ayudar la IA aplicada al Derecho?
Hay que advertir previamente que la Inteligencia Artificial (IA) requiere ser estudiada y aplicada con una visión que gire sobre el eje de los derechos humanos. En otras palabras, un humanismo “remasterizado” que tenga como norte la protección de la persona y de su dignidad con todas sus lógicas derivaciones. Contrariamente a lo que se podría suponer desde una mirada simplista, esto no implica rechazar la tecnología, sino abrazarla, pero con los recaudos correspondientes. Dicho enfoque está especialmente presente en el primer acuerdo mundial sobre el tema: La “Recomendación sobre la Ética de la Inteligencia Artificial” de UNESCO (Naciones Unidas) del 23/11/2021. Aclarado esto, la IA y las experiencias de automatización pueden ayudar al Derecho en varios sentidos que justamente son reclamados a los operadores jurídicos: tiempos más cortos para resolver conflictos, mayor coherencia y consistencia en las decisiones judiciales, trazabilidad y transparencia, entre otros puntos de relevancia.
¿Hay experiencias ya en Argentina? ¿Y en Tucumán?
No solo las hay, sino que quiero remarcar que el liderazgo, las experiencias y proyectos mejor logrados y de mayor impacto y reputación se han originado, sorpresivamente para muchos, en el sector público y el Poder Judicial. En mi caso, trabajo en la Corte Suprema de Justicia, y una de las frases que más he escuchado es “cómo nos gustaría a los privados y a las empresas contar con estas herramientas y desarrollos tecnológicos”. Es algo que es motivo de orgullo. Argentina ha sido uno de los pioneros en esta tendencia con “Prometea” que fue presentada en 2017 por el Ministerio Público Fiscal de la CABA y que tiene como motor a Juan Corvalán, el mayor referente sobre el tema en nuestra región. “Prometea” ya se usó en distintos países y contextos internacionales. A su vez, Tucumán se encuentra muy bien posicionada también en estos temas a partir, por ejemplo, de las soluciones que aporta el SAE (Sistema de Administración de Expedientes). Este sistema, no es solo el software sobre el cual se implementó exitosamente el expediente digital, sino que es un desarrollo de software integral genuinamente tucumano, ideado al 100% desde el propio Poder Judicial por las personas que trabajan allí. Sus resultados están siendo tan alentadores que se está “exportando” a distintas provincias del país, además de ser usado por distintos organismos y entidades de la Provincia. En tal sentido, sobre la base de esa excelente carta de presentación que ha sido el SAE, comienzan a aparecer distintas experiencias locales como la automatización del dictado de determinadas resoluciones muy simples y de mero trámite, que se suman a otras iniciativas que no son de IA pero que dejan evidenciado el cambio de paradigma, como las notificaciones con códigos QR, el resguardo y la seguridad de los datos, el análisis del funcionamiento del sistema judicial en tiempo real a partir de datos masivos, las salas de audiencia virtuales, etc.
El fundamental uso eficiente y ético de la Inteligencia Artificial en el Derecho y la Justicia¿Cuánto puede influir en una decisión la toma de datos basada en IA?
Aquí hay que distinguir dos situaciones. Por un lado, cualquier decisión profesional, inclusive en la Justicia, se mejora cuando se toma sobre la base de datos. Es el paradigma científico moderno de las “prácticas basadas en evidencia empírica”. Sin embargo, algo crucial es examinar con cuidado con qué datos alimentamos a un sistema y a una IA pues aquí aparecen situaciones que podrían conducir a resultados disvaliosos (discriminación y conductas sesgadas, por ejemplo). Ello está muy bien advertido en la obra “Weapons of Math Destruction” (“Armas de destrucción matemática”) de Cathy O’Neil.
¿Hay o debería haber un marco jurídico que regule esta práctica?
Una aclaración importante es que toda la realidad está siempre regulada por el sistema jurídico, sea de manera más visible, o menos visible e indirecta. De hecho, quienes ejercen la magistratura no pueden decir ni en este ni en otro caso “no puedo resolverlo porque no hay leyes”. Dicho eso, creo que es muy oportuno resaltar que el instrumento de UNESCO que mencioné antes es global y, como tal se aplica, en Argentina, aunque se trate de una recomendación de utilización no obligatoria. De todos modos, nuestro país no está atrasado al respecto. Europa, por ejemplo, está discutiendo cómo enfocar la cuestión de la responsabilidad por los daños producidos por la IA. El Congreso de la Nación está analizando actualmente el Proyecto de Ley de Protección de Datos Personales que, de sancionarse, tendrá un impacto más que profundo en todo lo dicho.
Después de lo que vivimos en pandemia, ¿puede la IA ser una herramienta para acercar la Justicia a quienes más vulnerables están?
Cualquier desarrollo de IA no puede desatender los ODS (“Objetivos de Desarrollo Sostenible”) planteados por la ONU en su agenda de 2015 para ser alcanzados en 2030. Varios de los 17 ejes de desarrollo de esa agenda apuntan a trabajar sobre distintos colectivos y personas vulnerables. Aquí es importante resaltar nuevamente al SAE que permitió que, durante la pandemia, el mundo jurídico tucumano “siga girando” y que las personas que tienen un caso, por ejemplo, prácticamente no tengan que pisar tribunales. Lo mismos sus abogados. Creo que el mayor esfuerzo que se hace (y se tiene que seguir haciendo) es la “alfabetización digital” para que estas ventajas que hoy presenta el servicio de justicia de la mano de la tecnología puedan ser disfrutadas y utilizadas por todos (con ayuda cuando sea necesario).
¿Cómo se trataría algo tan significativo como la privacidad al utilizar herramientas como estas que justamente se nutren de datos?
Recién hice mención al Proyecto de Ley de Datos Personales. Pero también hay que destacar que el Poder Judicial de Tucumán, además, es pionero en poner en funcionamiento un “Data Center” propio y por trabajar con mucho celo en la seguridad informática. Se trata de temas que, a primera vista, no tienen el mismo “glamour” ni el “rating” que la IA pero que son presupuestos (algo invisibles, pero decididamente vitales) para el funcionamiento de los procesos.
Aunque parezca ciencia ficción, ¿cree que existe la posibilidad de que en un futuro la IA reemplace por ejemplo a jueces, fiscales o defensores?
Más que de reemplazar personas, el desafío que tenemos es el de enumerar o “mapear” las distintas tareas que hacemos en nuestro día a día. Por supuesto que hay una serie de ellas que son extremadamente repetitivas y no sensibles y otras por el contrario, en donde la intervención humana con su empatía no solo es aconsejable sino esencial. Si bien el universo de la IA y la big data buscan formular predicciones de cursos de acción, decisiones y escenarios, en paralelo, el mundo de las ciencias nos recuerda que eso es cada vez más difícil de lograr pues vivimos en un mundo plagado crecientemente de incertidumbre, en donde irrumpen hechos intensos e imprevisibles (“cisnes negros”, en palabras de Nassim Taleb) que obligan a barajar y dar de nuevo, aun cuando contemos con la mejor tecnología de la historia. Se trata ni más ni menos que de la aplicación de la “teoría de los sistemas complejos” a la realidad en la que vivimos. La pandemia es un ejemplo de manual al respecto.