Hay crónicas que salen fácil. Esta no, porque es la de lo impensado. Remite al 0-1 con Camerún en 1990, pero duele más porque está acá, en la piel. Los árabes abrieron una herida en el corazón de la Selección y le echaron toneladas de sal. Tendrán que curarse rápido, el equipo y su entorno. No hay tiempo para lamentos, sí para revisar todos los errores que se cometieron. Demasiados para un debut. Mucho para un plantel que había llegado a Qatar a pura sonrisa y al que propios y extraños le habían puesto la chapa de favoritos. Mala señal.

El invicto larguísimo ya es historia y quedó a un pasito de ser histórico. Hay que pasar de página. Lo más complejo es cambiar las sensaciones entregadas por el equipo en el estadio Lusail. Lo positivo cambió de polo; volvieron el  nerviosismo, los gestos de impotencia, las miradas de Messi buscando espacios, explicaciones y compañeros desmarcados para pasarles la pelota. En un partido extrañísimo, el mejor de todos amaneció convirtiendo de penal y anocheció sumergido en la confusión. Nadie lo arropó, tampoco hizo magia ni milagros. Es el Messi terrenal, una de sus tantas facetas. De aquí en más, mucho se hablará acerca de su condición física.

Arabia hizo todo bien: remató dos veces al arco y marcó dos veces en una ráfaga desconcertada de la Selección. Una pelota perdida en el medio y 1-1. Un mal rechazo en el área para que Salem Al Dawsari marcara el gol de su vida y 1-2. Después se defendieron, pegaron, hicieron tiempo y al final celebraron la victoria más valiosa de su historia futbolera. En Arabia Saudita, de este partido se hablará por generaciones.

El problema para Lionel Scaloni es que su colega Hervé Renard le dio una lección táctica. Arabia fue un equipo compacto, agrupado en pocos metros, y disciplinado para salir en línea casi hasta la media cancha. El viejo y tan criticado “achique”, al que Argentina jamás pudo encontrarle la vuelta. Por eso Di María, Lautaro y compañía quedaron una docena de veces en off-side. Para quebrar ese esquema hacían falta velocidad, toque y precisión, necesarios para lanzar el pase acertado entre líneas. Fue una misión imposible.

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Y a falta de funcionamiento, tampoco aparecieron las individualidades. Ni “Dibu” Martínez, impotente en las conquistas árabes, ni el tándem del medio, porque Paredes no influyó en el juego y De Paul jugó uno de sus peores partidos con la Selección. Algunos aciertos de “Papu” Gómez  en el primer tiempo y la regularidad de Tagliafico apenas superaron la mediocridad general. A Lautaro lo encerraron los centrales árabes, lo mismo que a Julián Álvarez. Y el capítulo Di María en esta ocasión quedó en debe. Era el factor de desequilibrio por la derecha y no rindió en la puntada final. Fue el Di María pre Copa América, embrollado al momento de terminar las jugadas.

Y si de sumar preocupaciones se trata, llamó la atención la fragilidad defensiva en esos brevísimos lapsos que Arabia aprovechó para atacar. ¿Estaba en condiciones “Cuti” Romero de salir a jugar el segundo tiempo? Es otra de las piedras que se suman a la mochila de Scaloni, a quien lo aguarda una tarea que no lo había ocupado hasta acá: responder al aluvión de críticas que se le vienen. Porque su equipo jugó mal, sin vueltas, y además perdió con el rival que parecía más accesible. Parecía; estuvo lejos de serlo. Y eso que la Selección encontró el comienzo soñado: ganar de movida, lo que tranquiliza y afianza.

Esto sigue. Despedazar a la Selección por esta derrota cruel y lamentable no sirve, teniendo en cuenta que vienen dos compromisos a cara o cruz. Porque de repente todo cambió, no sólo en el Grupo C; también en el Mundial. Esa Argentina orgullosa, invicta y ganadora que había aterrizado en Qatar se dio un porrazo descomunal. Tendra que levantarse a toda velocidad, en el humor y en la actitud, pero básicamente en el juego, porque de eso se trata el fútbol. El resto ya nos mira de otra manera.

¿Atajó Mohammed Al Owais como nunca lo había hecho? Seguramente. ¿Esperaba Arabia esto? Difícil; el festejo de su gente lo demuestra. ¿Y Argentina? Le propinaron un mazazo a la mandíbula y marchó al vestuario sin entender lo que había pasado. Como esos boxeadores que quedan groggys, con la mirada vacía. Si no cambia el chip ya mismo, desde la charla en el vestuario… Mejor no avanzar en ese sentido, porque afortunadamente faltan dos partidos.

Este Mundial, que prometía fiesta, de movida contagió tristeza. El sábado, contra México, sí o sí deberá darse vuelta la moneda. Para volver a sonreír.