A la realidad no hay con qué darle, porque su contundencia desarma cualquier relato. La realidad se dibuja -por ejemplo- en la cotización del cambio en el aeropuerto de Roma, que se llama Leonardo da Vinci pero para el universo viajero será siempre Fiumicino. Allí, en el listado de las principales monedas del mundo, hay sólo una que se vende pero no se compra: nuestros pesos. La pizarra electrónica lo muestra (resalta el inapelable triple cero) y el empleado lo corrobora. “¿Pesos argentinos?” La pregunta lo sorprende un poco, después ensaya una sonrisa de disculpas y lo remata con un elegante “no compramos, gracias”.
Está claro que la disponibilidad de pesos en ventanilla está destinada a los argentinos que emprenden el regreso y deciden liquidar algunos últimos euros para llegar a Ezeiza nutridos de efectivo. Pero para la compra, en la que se exhibe el verdadero valor de una moneda, nuestros pesos ni siquiera tienen cotización. Su volatilidad y depreciación los torna insostenibles. Y, lo que más duele, indeseables. Y no es alguna clase de ensañamiento contra la economía regional -lo que sería la típica reacción argentina-, teniendo en cuenta que en la misma pizarra cotizan con normalidad reales, pesos mexicanos y pesos chilenos.
Por Fiumicino circulan numerosos hinchas argentinos, todos a la espera de alguna conexión que los desparrame por otras capitales europeas o, directamente, en Qatar. Muchos armaron viajes con varias escalas (Roma, Madrid, Barcelona, Londres) como paso previo a su llegada a Doha. Para desayunar en el aeropuerto desembolsaron alrededor de $ 1.500, equivalentes a la promo de 5 euros que incluye un capuccino, un croissant y un agua sin gas. El tema dominante en cada mesa, previo al repaso de las novedades en la Selección, viste la verde camiseta del dólar.
La memoria futbolera remite al Mundial de Rusia. Durante su transcurso el dólar se disparó y los hinchas se agarraban la cabeza. En la Plaza Roja se escuchaba el cantito: “Macri, bajame el dólar (el resto es fácil de completar)”. Hoy cambia el escenario pero no el modus operandi de la economía nacional. Hay mucha preocupación por el alza del dólar blue y el futuro del dólar Qatar, un dolor de cabeza para los hinchas cuando el Mundial ni siquiera comenzó. La mayoría no muestra las cartas y prefiere no opinar de estos temas con nombre y apellido, temerosos de la vigilancia de la Afip, pero es evidente que cargaron las alforjas con dólar billete, única vía de ponerse a cubierto de sorpresas.
Tal vez un billete con la cara de Messi serviría para levantarle el perfil a nuestra moneda. Al menos abriría el apetito de los compradores y sacudiría el mercado con una movida imaginativa. A horas del inicio de la Copa, cuando el mundo habla de Messi, Argentina podría conmover las pizarras en las casas de cambio. Si no tomamos estas cosas con una pizca de humor, la realidad gana por goleada echándole sal a nuestras heridas.