Carlos Duguech

Columnista invitado

Al igual que un joven que va a rendir un examen final y alberga todos los temores y dudas que se enraízan en sus inseguridades -atravesadas también por sus sueños, sus ilusiones de largo plazo- así era el clima electoral para los simpatizantes de Lula en nuestro gigante vecino. La poesía, esta vez de Vinicius de Moraes, plasma con la certeza indubitable de la palabra poética de una canción cautivante que titula esta columna. Luiz Inácio Lula da Silva, un redivivo de la política brasileña, asume un liderazgo que lo compromete mucho más que en las dos anteriores ocasiones. La escasa diferencia de votos (un poco más de dos millones frente a los totales de Lula y Bolsonaro rondando los 60 millones) revela un panorama en Brasil que bien puede decirse que cada uno de los candidatos tiene la mitad de los votos. Pero como la implacabilidad de los guarismos ordena prioridades, Lula finalmente resultó el presidente elegido. Una segunda vuelta que mantuvo a Brasil expectante y con variadas predicciones sobre los resultados que generarían nada menos que 120 millones de votantes habilitados. El clima en esos 30 días de agua y fuego, de esperanzas y zozobras (para unos y otros seguidores de los dos contendientes, tan diferenciados como el día y la noche) se cristalizó en un resultado electoral que bien pudo ser-por la escasa diferencia entre ambos- esperado con ansiedad por los contingentes seguidores de Lula y Bolsonaro. Los números patentizan ese escenario: 50,9% por Lula y 49,1% por el actual presidente brasileño. Sí que la tristeza no tendría fin en Brasil si no triunfaba Lula. Y, además de la tristeza, una rebelión contenida que no sabemos si no hubiera hallado desbordes peligrosos.

Lula, nacido en un hogar del nordeste pobre de Brasil en 1945, año emblemático del fin de la IIGM, la que causó más víctimas fatales en la historia de las conflagraciones mundiales (¡más de 50 millones!) desde muy joven mostró aptitudes para el desarrollo personal con el esfuerzo y la dedicación. Ingresado al mundo del trabajo formal lideró en el sindicalismo. En la década de 1980 fundó el Partido de los Trabajadores (PT), hoy una conformación  de centroizquierda,  y desde esa plataforma intentó por tres veces concretar su pretensión de alcanzar la presidencia de Brasil, sin éxito. Hasta que en 2002 logra el ansiado objetivo con guarismos electorales indiscutibles a su favor: 61,3% de los votos. E inicia su primer período presidencial que a la vez coincide con un período acotado  de crecimiento de la economía de Brasil al punto que fuera  considerada, en ese tiempo, ¡la sexta del mundo! Como  una economía de las llamadas “emergentes”. Lula se caracterizó por cumplir las metas propuestas aunque éstas aparecieran ante el mundo como de dos semiesferas diferentes. “Nadie en Brasil pasará hambre”, una consigna de neto corte “populista” (dirían desde un extremo del abanico político) que, sin embargo, posibilitó salir de la pobreza a casi 30 millones de brasileños a la vez convivió con un período de crecimiento de la economía del gigante sudamericano, mientras profundizaba la movilidad social, reconocida en muchos sectores analistas de estas cuestiones en el orden académico internacional.

Lula, distinto de todos los “izquierdosos”

Pudiera ocurrir que en un futuro, vecino a nuestro tiempo, el accionar político de los “izquierdosos” intente copiar del “Lulismo”, de sus  estrategias electorales y aliancistas. Lo de  “izquierdosos” dicho  sin menosprecio sino como una más ajustada definición de los que se visten de izquierda y conviven con un sistema de ventajas personales y de grupos. Y todo ello a expensas de los que se ilusionan siguiendo a sus líderes por las promesas fuertes de todas las reivindicaciones,  a veces azas fantasiosas de las izquierdas en el planeta. Sirve darse cuenta de que el vicepresidente consagrado por el caudal de votos de Lula fue en un tiempo (año 2006) candidato a presidente de Brasil obtuvo en primera vuelta  el 41% de  los votantes. En la segunda arrasó Lula. Sí, Lula, que ahora lo arrima a su lado como ¡vicepresidente! Ésa es la tomografía política del “Sistema Lula”. Baste sólo analizar quién es el vicepresidente consagrado con el voto (de Lula): Geraldo Alckmin, integrante del Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB) -al que ya renunció- un clásico de la centroderecha  a cuya formación contribuyó y que fue la base de la presidencia de Fernando Cardoso (1995-2002). Frente a los bloqueos de rutas por parte de los que pretenden -vaya pretensión-un golpe de Estado para impedir que asuma Lula, el vice electo Alckmin inició los trámites de la transición en un encuentro con el mismísimo Bolsonaro,  quien manifestó que contribuirá a la transición, según expresó el vice electo. Este, además, manifestó que Bolsonaro pidió a los manifestantes que lo apoyaban que abandonen los bloqueos.

Doce años después (y cárcel por 580 días)

El tercer mandato que el pueblo le otorgó a Lula viene revestido de tres connotaciones singulares:1) Un político que por tercera vez es elegido por el voto del pueblo; 2) Un ex presidente por dos períodos completos que fue juzgado, condenado a 12 años de prisión, encarcelado (por 580 días) y liberado por la Corte Suprema de Brasil (2021); 3) Un candidato a presidente que elige de candidato a vice a un ex contrincante conservador, liberal, del arco opositor (ex gobernador de la industrial San Pablo) a quien ganó en 2006. Basta y sobra para destacar la singularidad de este momento de Brasil, que tanto interesa a nuestro país.

Ucrania: Tristeza não tem fim

Verdaderamente la tristeza no tiene fin en Ucrania. 6,8 millones de personas huyeron de sus lugares de residencia. La Acnur (Alto Comisionado de las Naciones Unid as para los Refugiados) se ocupa, hasta donde  la guerra lo permite, de las personas que, afligidas y con casi nada, dejan sus viviendas para hallar seguridad en países vecinos. En esta guerra de una sola dirección (desde Rusia hacia Ucrania) que ya lleva tronando más de 200 días.

No sólo las cargas explosivas de los misiles, las balas de los cañones y el plomo de las ametralladoras y de los fusiles de asalto rusos impactando sobre edificios e infraestructura de territorio ucraniano y matando e hiriendo a sus  habitantes, sin distinción. No son los ataques rusos a objetivos militares: todo el territorio ucraniano es el objetivo y sus gentes lo sufren: unos yéndose del país en una migración forzosa en pésimas condiciones, no programada  o se quedan como integrantes de las fuerzas de defensa de Ucrania. O cadáveres amontonados en sepulturas colectivas.

Los pedidos  reservados (que trascendieron) de Biden desde la Casa Blanca en el sentido de que el presidente ucraniano no se niegue públicamente a conversaciones de paz con Rusia aportan más dudas que certezas.  Mientras el invierno hace su gestión implacable en un país que se está quedando sin electricidad, sin servicios sanitarios de agua, sin suficiente combustible y bajo un peligroso paraguas bélico que nubla los cielos de Ucrania. Se impone un alto el fuego y una tregua que debe ser gestada por los miembros del Consejo de Seguridad de la ONU (excluida Rusia, país atacante) que fleten un avión y pidan autorización para aterrizar en Moscú. Y llegados que fuesen ir al Kremlin para entrevistarse cara a cara con el zar de la guerra, Putin, poniendo en funciones la diplomacia creativa, que tanta falta hace hoy mismo en el planeta.