Por Flavio Mogetta para LA GACETA

“Yo ya llegué a los 74 años aunque no lo parezca, pero levantás la tapa del motor y el Torino está jodido. Hay un ensayo de (Edward) Said sobre el estilo tardío, en el que uno llega a un momento en el que decís ‘vamos a ir en contra’. Tengo que aprender a estar en contra de mí mismo, aprender a cuestionarme, a descolocarme. Si no me incomodo yo, cómo puedo lograr que la literatura incomode. Porque la función de un buen libro es que te interpele, que interpele al lector”, introduce durante la charla para LA GACETA Literaria en la que hablará de Esperar una ola.

El punto de partida de Esperar una ola es un relato ya presente en Cámara Gesell (2012), un libro en el que “la realidad estaba circunscripta a un territorio completo, preciso y que era un pueblo de la costa: Villa Gesell, donde vivo. Y donde entraban diferentes clases, diferentes situaciones, diferentes historias y diferentes extracciones de clase. Pasaron varios años desde entonces, he escrito varias novelas antes y después, pero muchas veces yo siento que estoy en crisis con el género novela. ¿En qué sentido? En que me cuesta leer novelas de mis contemporáneos. A veces abro dos libros nacionales y me encuentro con que no hay una identidad en las escrituras, como que pasás de uno a otro y te da la sensación de que la voz es la misma, de que no hay una voz propia, no hay una búsqueda de registro, no hay un cuestionamiento del lenguaje, no hay un poner en tela de juicio las herramientas que estás usando”.

La búsqueda de distintos registros, de cuestionar el propio lenguaje o de perseguir una voz propia es el principal motor de Esperar una ola. De hecho las palabras riesgo, literatura y voces propias serán las que más aparezcan durante la charla y a lo largo del libro en el que la estructura de los relatos está dada por “una reflexión sobre la literatura, porque hay tres intervenciones de la ola en el libro: una al comienzo, a la mitad y al final, que son como la excusa -y no sé si lo he logrado- como para articular toda clase de historias. Porque como no hay dos olas iguales, intenté buscar registros diferentes”.

Esa metarreflexión sobre la literatura y especialmente sobre la novela inquieta a Saccomanno. “Yo me planteaba cómo se cuenta hoy una novela. Entonces lo que me propuse fue trabajar sobre dos ejes que son contemporaneidad -todos los textos que están en este libro pertenecen a este tiempo- y simultaneidad -ver si podía transmitir la idea de que todos suceden al mismo tiempo-. Mientras yo estoy acá en este departamento está pasando algo en el departamento de al lado, a dos cuadras, en el centro de Europa o en la Patagonia o en el mar”.

Escribir contra uno mismo

Espíritu indómito, un cuerpo tallado por la crudeza y desolación de los inviernos geselinos, un escritor que cuenta con el bosque y el mar como aliados. “El escribir a mano en el bosque, en el silencio o en el mar cuando te vas con un cuaderno o una libreta. El silencio te pone en un estado de atención de la palabra, de escucha. Yo tengo la sensación, como plantea Berger, de que hay una relación entre la palabra, el dibujo y lo poético”.

El dibujo, lo poético y la palabra se transforman en elementos esenciales para cuestionarse, para interpelarse, para buscar otros registros, porque “después de varios libros, lo que me interesa cada vez más es que cada libro sea distinto, cómo poder escribir contra mí mismo, porque si no me pongo en duda yo, ¿quién carajo me va a poner en duda?

¿Si no cuestiono yo esta situación con el lenguaje en un momento de representación como el que estamos viviendo donde las palabras no dicen lo que dicen, empezando por los políticos hasta seguir con los medios, desde ahí a las redes hasta el ámbito más doméstico? El lenguaje se ha vuelto cada vez más una trampa. Entonces: ¿cómo hace la narración para encontrar una aproximación a la verdad, considerando que en la verdad puede haber belleza, aun cuando esa verdad sea cruenta. Esas son más que nada funciones de la poesía y de la filosofía, y en los últimos años yo leo cada vez más filosofía y poesía. Es donde me siento más a gusto”.

Riesgos

Esa actitud de correr riesgos también se puso de manifiesto durante el discurso inaugural que ofreció en la última Feria del Libro de Buenos Aires, cuando explicitó algunos detalles velados de la industria editorial y las relaciones asimétricas entre editores y escritores. Parte de las mismas circunstancias que nos impiden estar “al tanto de todo lo que pasa en literatura. No sabemos demasiado de la literatura del Este. No sabemos demasiado de la literatura china… y hay otra situación que tiene que ver con las editoriales, de cómo circulan los libros. Yo publico en una multinacional y a veces mis libros no están en Uruguay. ¿Cómo puedo saber qué se está publicando en Uruguay si no voy a una librería chica de esas que tienen literatura independiente? ¿Qué sabemos de la literatura paraguaya, que está acá nomás? Y de la chilena, ¿qué conocemos?”.

Pero, ¿dónde están los ejemplos de riesgo? “Es cierto que hay en este momento un auge de la literatura de mujeres. Pero yo creo que la literatura habría que juzgarla no si está escrita por hombres o mujeres, sino si se corrió o no un riesgo. Si se corrió el riesgo de Virginia Woolf o si se corrió el riesgo de Flannery O’Connor… o se corrió el riesgo de Silvina Ocampo. No todas corren riesgos. Tampoco todos los tipos corren riesgos. El problema es que la literatura que hacen mujeres se la vende como literatura femenina y a mí me gustaría quitarla de lo temático”.

Marcas en el cuerpo

“Soy un tipo que cree que esto es oficio, es pericia, es conocimiento, que se aprende con el tiempo, que es lo mismo en esta actitud de paciencia. Paciencia que a veces deviene en frustración y no es diferente de la del surfista. A veces ves que los pibes están ratos largos, horas y horas esperando esa ola que los eleve”, dice Saccomanno.

Paciencia. Como el surfista, el escritor debe evitar la ansiedad o la premura. “Todavía en pandemia yo tenía un proyecto de libro que se iba a llamar Cien cuentos felices y a mí nunca me van a salir cuentos felices, no hay que ser muy avispado para darse cuenta. Pero cuando llegaba a los cien decía ‘a ver, rompamos la maquinita de hacer los cien’. No era llegar a los cien y ya está. No, vamos a tratar de tener doscientos. Total, ¿quién me corre? Si nadie está esperando un libro mío. Nadie está esperando un libro de nadie, no jodamos. La literatura pasa por otro lado”.

Esperar la ola no implica de ninguna manera una actitud contemplativa. Lejos hay en ese esperar una actitud sumisa o un espacio de confort. “Cuando estás en el agua -y mi experiencia surfística es limitadísima porque tengo los huesos rotos-, una ola te puede revolear, tirar, romper y te puede matar. Recuerdo haber estado en el Pacífico y haber visto en la zona de Puerto Escondido olas de dieciséis o veinte metros, y ver a los surfistas, que están llenos de cicatrices y moretones. Yo creo que el riesgo del escritor debe ser el mismo. Si la escritura no te deja marcas en el cuerpo, si no escribís con el cuerpo, si no ponés el lomo… entonces dedicate a otra cosa”.

© LA GACETA

PERFIL

Guillermo Saccomanno (Buenos Aires, 1948) publicó, entre otros libros, Situación de peligro, Bajo bandera, Animales domésticos, El buen dolor, Cámara Gesell, El pibe, Soy la peste y la trilogía sobre la violencia compuesta por La lengua del malón, El amor argentino y 77. Ganó los premios Crisis de Narrativa Latinoamericana, Club de los XIII, Nacional de Novela, Rodolfo Walsh, Biblioteca Breve Seix Barral, Dashiell Hammett y Konex de Platino como el mejor novelista del período 2008-2011. Es colaborador de Página/12.