Las señales que salen de la carpa radical son de humo negro; no hay acuerdo para nada, ni para encuesta, consenso o interna cerrada. Ni se reúnen. Las actitudes de los correligionarios permiten pensar que quieren romper Juntos por el Cambio y que concluirán en una nueva coalición opositora, y con nuevos socios. O fragmentados y dispersos en distintos espacios. Es que no exponen una vocación de poder colectiva, sino aspiraciones individuales por retener los pocos espacios de poder conseguidos, y eso no lleva más que a conspirar contra la máxima aspiración que debe tener un espacio político: acceder al poder, ganar el Gobierno. Hay radicales, simpatizantes, afiliados y dirigentes en distintas estructuras, sobre alguno de ellos hasta se ironiza con motes despectivos. Este panorama complejo, de intereses cruzados y tenso en el radicalismo obligará a los socios de Juntos por el Cambio a pensar en planes “B” que no contemplen a la UCR, o por lo menos a un espacio del partido; en opciones alternativas. El radicalismo tucumano no está unificado, por más que se haya normalizado el partido, básicamente porque las ambiciones personales están por encima del interés general: cuidan sus quintitas de poder, unos prefieren acomodarse para el 2027, otros reniegan de Germán Alfaro y no lo quieren en el frente, otros apuntan sólo a ocupar bancas. En fin, hoy por hoy, la señal radical va porque se rompa nomás.