Los postulados de la Reforma universitaria de 1918 han marcado una tradición intelectual y un papel histórico que ha jugado la juventud, señaló el ex secretario de Educación nacional y doctor en Ciencia Política Adolfo Stubrin en su disertación sobre las políticas educativas en la transición de la dictadura a la democracia.
Lo hizo en el marco de la apertura de la Escuela de Formación Política de la Universidad Nacional de Tucumán (UNT), en el Centro Cultural Virla. En su recorrido histórico comparó los momentos de fuerte participación y pasiones y las tendencias de fines de los años 60 y los 80. Y analizó lo que ocurre en la actualidad, en que “tenemos una batería de instituciones mucho más compleja” y grupos que generan cambios culturales prácticamente sin necesidad de legislación.
Renovación de las generaciones
Abrió su disertación recordando la reforma universitaria, “un gran acontecimiento continental que tuvo su gestación en un acontecimiento que fue una rebelión estudiantil en la Universidad de Córdoba contra estructuras de gobierno y culturas universitarias muy antiguas, muy anquilosadas , de privilegio”. Allí surgió un torrente incontenible de “nuevas ideas nuevas aspiraciones, nuevas culturas”.
Mencionó el impacto de José Ortega y Gasset , que “predicaba la teoría de las generaciones, la idea de que las sociedades se renovaban a raíz de los jóvenes, que cada generación traía sus mensajes”, y de la reivindicación, además de la ciencia, “de los valores, de las emociones y los sentimientos”. También citó el eje de reivindicación de lo latinoamericano y “la particular integración de las culturas aborígenes y las tradiciones autóctonas, con los aportes criollos, y los aportes de las inmigraciones europeas”.
De allí se pusieron en práctica “las principales instituciones que conocemos como atribuidas al modelo de la Reforma universitaria: la autonomía de la Universidad, el cogobierno, el acceso a los cargos por concurso, el pluralismo y la libertad académica plena, y la política en la Universidad, un rol para el movimiento estudiantil, y la participación de los estudiantes, que no solo se tenían que formar en la ciencia o en la disciplina o en el perfil profesional de sus respectivas carreras, sino que también tenían que formarse cívicamente”.
Conmociones de fines de los 60
Stubrin mencionó años especiales. 1968-69, “donde también un conjunto de acontecimientos conmocionaron a la juventud. Esos fueron los años del Mayo francés, la gran insurrección estudiantil europea; el año de Woodstock y de la resistencia de la juventud norteamericana a la guerra de Vietnam, con todos sus contenidos culturales y de valores, y también la invasión rusa a Checoslovaquia… Esos tres acontecimientos, que fueron casi simultáneos, conmovieron mucho a mi generación”. Dijo que esa generación vivió tiempos de mucha agitación. “A nosotros nos tocó participar en un espectro de agrupaciones políticas, en las que nos formábamos por transmisión intergeneracional, por activismo y por experiencias propias; con lecturas muy desordenadas, pero lecturas al fin; lecturas fuertes, las corrientes ideológicas de la época” .
En esa generación -explicó- “había serios debates”, pero “la democracia no cotizaba demasiado; la juventud no estaba asociada con las prácticas de los partidos políticos, del Parlamento, de la construcción de las leyes, de la institucionalidad, sino más bien con la revuelta, con la protesta, con la actividad de acción directa. Por eso eso hubo grandes discusiones en nuestra generación; quienes eran, podríamos decirlo, más enderezados directamente a una actividad revolucionaria, con sus fases insurreccionales, incluso con sus fases de violencia; y quienes, también sintiéndonos revolucionarios, estábamos aspirando a la recreación de la política frente a una dictadura militar, yo diría una sucesión de dos largas dictaduras militares, desde el onganiato hasta Videla, con el breve interregno de la democracia precaria que tuvimos con la vuelta de Perón, el fallecimiento de Perón y todas esas convulsiones que frustraron esa oportunidad democrática de los años 70”.
El “Patriotismo de la Constitución”
En su opinión, la vertiente de defensa de fortalecer las instituciones fue en principio minoritaria, para organizar la universidad “bajo lo que para nosotros eran los principios reformistas, es decir, un régimen en el cual la política y el movimiento estudiantil tuvieran un espacio y hubiera libertad académica, y acceso a las cátedras por concursos, y que la Universidad no fuera una repartición pública, fuera una institución con sus propios fueros”. Señaló que se entendía, “junto con Jürgen Habermas, el patriotismo de la Constitución, la fuerza que para nosotros tenía el peso de la Constitución, del orden democrático, en una época en la que, tanto desde la derecha se hablaba del ser nacional y de la izquierda se hablaba de las esencias revolucionarias… Y eso era lo que había que restaurar frente a las dos largas dictaduras que padecimos y la frustración de ese interregno democrático entre el 73 y 76”.
Tras la derrota en Malvinas y además “por el ascenso de la conciencia democrática de la sociedad y de la movilización de la sociedad”, fue la llegada de Raúl Alfonsín y con él la idea de normalizar las universidades. “La película que está tan en boga, ‘Argentina 1985’, muestra la política de Derechos Humanos de Alfonsín, la política de no permitir la autonomía de los militares. Pero en otras esferas de la sociedad, Alfonsín trabajó también un programa amplio, con distintos grados de éxito. Algunas cosas salieron mejor, otras peor. Yo creo que la política universitaria de Alfonsín salió muy bien, porque él propuso una normalización universitaria, recuperando los estatutos que habían sido atropellados por la dictadura militar del 66”.
El fuerte activismo de esos tiempos llegó al punto central de la reforma constitucional del 94, que incluyó la autonomía de las universidades y la gratuidad de la educación pública estatal.
La transición del 73 al 76
“Si no tuviéramos tenido eso -la recuperación de los estatutos de pleno funcionamiento reformista- nos hubiera pasado lo mismo que pasó durante la transición del 73 al 76, que se llegó una ley por consenso entre Balbín y Perón, una ley con amplísima mayoría legislativa, la ley 20.654, que preveía buena parte de estos principios reformistas, que el peronismo había aceptado después de haberlo combatido durante su trayectoria previa; había habido una coincidencia en torno a las banderas de la reforma universitaria, pero sin embargo se agotó el proceso hasta el golpe del 76, sin que avanzáramos por las convulsiones políticas de la época, por la violencia, por los enfrentamientos sectarios al interior del Gobierno, no se pudo de ninguna manera hacer concursos, ni hacer elecciones, ni hacer normalización institucional”.
Una paradoja
Al hablar de la militancia hoy, dijo que tiene “una buena mirada sobre el funcionamiento del movimiento estudiantil de la actual generación. Veo que hay activismo, veo que hay elecciones, veo que hay debates, veo que hay representación en los consejos. Pero tal vez, y siguiendo algunas investigaciones específicas que se hicieron, noto que hay una capacidad de iniciativa en torno a la presentación de proyectos, en los escaños de los consejos directivos y superiores, baja por parte del movimiento estudiantil. Por momentos muy baja; por momentos se despiertan algunas iniciativas a nivel de la facultad, pero hay poca capacidad de iniciativa y eso podría ser un indicador de cierto déficit de capacitación política, de conocimiento específico de la realidad universitaria, de estudios sobre la realidad universitaria. Es una paradoja. Este asunto, que es el tema de la Universidad, lo estudiamos menos, lo estudiamos poco. Y la vida política del país al parecer también la estudiamos poco, entonces, ahí es donde puede haber un déficit que es preocupante, que podría significar que la cadena de la transmisión intergeneracional de las culturas políticas con las cuales se lleva adelante la militancia se habría roto, o por lo menos se habría debilitado”.
Signos de los tiempos
Acaso, dijo, se vincule con que “hay una cultura juvenil menos relacionada con los textos largos, más relacionados con las imágenes, más relacionados con las impresiones con la cultura del videoclip, que como educadores tenemos que aprender a reconocer para tener éxito en nuestros procesos de transmisión, pero que evidentemente caracteriza a los jóvenes que integran el movimiento estudiantil hoy en día”.
No obstante, dijo, “creo que si no estamos en un momento en que la juventud está llamada por la agenda contemporánea a ocupar un rol protagónico en la sociedad, como ocurrió en los años 60, o como ocurrió en la época de la Reforma universitaria creo que rápidamente, en algún momento próximo va a ocurrir. Nuevamente la juventud va a ser convocada a ocupar un lugar protagónico en la sociedad”.
La acción colectiva, esencial
Advirtió, sí, los cambios de la sociedad de hoy: “El individualismo es sin duda la base de la modernidad, pero el pueblo también existe, la sociedad también. Todos los individuos, por más desarrollo que tengamos en nuestra personalidad, pertenecemos a una sociedad, pertenecemos a un pueblo, pertenecemos a grandes agrupaciones, como puede ser un partido político o un gremio. Y en ese sentido, la acción colectiva es esencial. También en los nuevos movimientos sociales, el feminismo, el movimiento ambiental o el de defensa de los animales, o el de los derechos humanos requieren actividad colectiva, acción colectiva. Y un individuo que no sepa desempeñarse en una acción colectiva no sé hasta qué punto puede realizarse. Sigue siendo un ser humano a medias”.
Batería de instituciones compleja
Agregó que “las identidades de los movimientos sociales, las personas que luchan por las reivindicaciones de género, por las de ambiente, por las de Derechos Humanos o cualquiera de ellas al fin también generan una identidad que es colectiva, porque ese marco de referencia que le ofrece el movimiento social lo adoptan para sí. Entonces no son individuos aislados, son individuos integrados a grandes objetivos colectivos, que son estos movimientos sociales que junto con los partidos, los gremios y las organizaciones de la primera modernidad, protagonizan la vida civil, social, cotidiana y hay que aprender a entender. Ya no tenemos la batería de instituciones del siglo 20, ahora tenemos otra batería de instituciones mucho más compleja, que mantiene aquellas instituciones del siglo XX, y les agrega esto de los grupos que se organizan más espontáneamente como movimientos, y que tienen estos temas específicos. Pero al fin y al cabo, ellos también recaen sobre la legislación. A veces generan cambios culturales sin necesidad de legislación. Estamos acostumbrados a creer que los cambios culturales son esos que no ocurren nunca, o que ocurren para la generación siguiente, y sin embargo hay que prestar atención que los cambios culturales son impresionantes y son rapidísimos”.
Y concluyó: “ El cambio que el feminismo está imponiendo en la sociedad es enorme. Por leyes, sí, pero independientemente de las leyes, ha cambiado la fisonomía de la sociedad; es un cambio cultural; el del ambiente también es un cambio cultural. Yo creo que realmente estamos una época en que los cambios culturales son muy importantes. Que la institucionalidad, la política, el gremialismo entiendan que esos cambios culturales están desplazando los viejos temas de las agendas, parte de la actualización y de la movilización de la política. De lo contrario, la práctica va a quedar desconectada de toda esa nueva agenda tan importante, que es característica de nuestra época”.