No hay nada que celebrar en el Día de la Alimentación, fecha que se conmemora cada 16 de octubre en sintonía con el aniversario de la Organización de las Naciones Unidas para  la Alimentación y la Agricultura (FAO). No hay nada que celebrar porque se produce en el mundo comida suficiente para todos, pero la realidad indica que cada vez más gente padece hambre. En ese sentido este año puede ser récord, ya que durante el primer semestre la ONU comprobó que el número de personas hambrientas creció de 282 a 345 millones de personas. Una crisis alimentaria global que golpea también a la Argentina, como lo subrayan los estudios efectuados por distintos observatorios, tanto estatales como privados.

Esta preocupante situación motivó que el lema de la FAO este año sea “No dejar a NADIE atrás”. Esas mayúsculas no son casuales. La institución explica que el problema radica en el acceso a los alimentos y a la disponibilidad, que se ven cada vez más obstaculizados por numerosos motivos, como la pandemia de covid-19, los conflictos, el cambio climático, la desigualdad, la suba de precios y las tensiones internacionales. En consecuencia, alrededor del mundo son muchos los que están sufriendo el efecto dominó de unos desafíos que no conocen fronteras.

“Nos enfrentamos a una crisis alimentaria internacional sin precedentes y todo indica que aún no hemos visto lo peor. En los últimos tres años las cifras del hambre han alcanzado repetidamente nuevos picos. Déjenme ser claro: las cosas pueden empeorar, y lo harán, a menos que haya un esfuerzo coordinado a gran escala para abordar las causas profundas de esta crisis. No podemos permitirnos otro año con cifras récord de hambre”, afirmó el director ejecutivo del Programa Mundial de Alimentos que coordina la FAO, David Beasley. Esa iniciativa apunta a asistir, cuando concluya 2022, a más de 150 millones de personas. Por supuesto que no es suficiente, sobre todo en cinco países azotados por terribles hambrunas: Afganistán, Etiopía, Somalia, Sudán del Sur y Yemen.

Entre la diversidad de factores que disparan el hambre cada vez aparecen con mayor potencia los efectos del cambio climático. Un informa del Banco Mundial apunta que la agricultura, la ganadería, la silvicultura (la formación y el cultivo de bosques) y el uso de la tierra representan alrededor de la cuarta parte de las emisiones de gases de efecto invernadero que contribuyen a ese cambio. A la vez, la agricultura y la ganadería son actividades que utilizan más agua y tierras, lo que afecta a los bosques, los pastizales, los humedales y la biodiversidad. Los sistemas de producción de alimentos y uso de la tierra generan costos para el medio ambiente, la salud y la pobreza que el Banco Mundial calcula en alrededor de 12.000 millones de dólares anuales. Por eso advierte que, a más tardar en 2050, los sistemas alimentarios deberán ser mucho más productivos para alimentar a una población mundial de casi 10 000 millones de personas y, al mismo tiempo, reducir las emisiones y proteger el medio ambiente. Se estima que el costo de esa transformación oscilará entre 300.000 y 350.000 millones de dólares anuales en los próximos 10 años.

“Aunque hemos avanzado en la construcción de un mundo mejor, demasiadas personas se han quedado atrás. Personas que no pueden beneficiarse del desarrollo humano, la innovación o el crecimiento económico. Millones de personas en todo el mundo no pueden permitirse una alimentación sana, lo que las pone en alto riesgo de inseguridad alimentaria y malnutrición”, advierte la ONU. Por eso, “que no quede NADIE atrás” es un imperativo que nos concierne a todos.