A lo largo de la historia, muchos eventos deportivos a gran escala sirvieron en ocasiones como herramienta propagandística de regímenes dictatoriales, ávidos de aprovechar la atención mundial para esparcir sus ideas mostrando las bondades y éxitos de sus sistemas de gobierno. Los Juegos Olímpicos de Berlín 1936, por ejemplo, fueron la oportunidad perfecta para Adolf Hitler para hacer gala del poderío de la Alemania Nazi, pero lo del “Füher” no fue más que una versión aún más rimbombante de lo que ya había hecho Benito Mussolini dos años antes, en el Mundial de Italia 1934.
Debido al gran éxito de la primera edición -a pesar de la ausencia de los principales seleccionados de Europa-, el interés en la segunda fue mucho mayor. Para equilibrar las cosas, el presidente de la FIFA Jules Rimet determinó que en esta oportunidad debía disputarse en el Viejo Continente, y le concedió la sede a Italia, uno de los países que había boicoteado con mayor énfasis la elección de Uruguay cuatro años antes. Justamente por ese motivo, y por estar en desacuerdo con la dictadura de “Il Duce”, el campeón del mundo se negó rotundamente a viajar a Italia para defender su corona.
De hecho, apenas hubo dos representantes de Sudamérica en la segunda Copa del Mundo: Argentina y Brasil. Ambos participaron sin tener que jugar la eliminatoria previa que se había dispuesto dado que había más de 30 países interesados en participar. En realidad, Argentina había renunciado en primera instancia, pero Chile (su rival de eliminatoria) también declinó la posibilidad de viajar, por lo que Argentina rectificó su decisión. Sin embargo, no pudo contar con sus mejores jugadores, ya que los clubes de la flamante Liga Profesional se negaron a cederlos, por lo que la Selección se conformó con futbolistas amateur de clubes del interior. Previsiblemente, el subcampeón Argentina duró un suspiro: eliminación en primera ronda tras perder con Suecia 3-2. A Brasil no le fue mejor: derrota 3-1 a manos de España y regreso a casa apenas tres días después de haber completado un viaje de casi dos semanas en barco. Es que, en virtud del nuevo sistema de competencia, no había fase de grupos: los 16 participantes jugaban llaves de eliminación directa desde octavos de final, por lo que la mitad de los participantes quedó fuera de la Copa en el debut.
Viento a favor
En los planes de Mussolini no cabía otro resultado que Italia fuera campeón, por lo que tomó medidas para asegurarse de que así fuera. Primero, les dejó en claro a los jugadores y al entrenador italiano Vitorio Pozzo que habría consecuencias en caso de no ganar la Copa. O mejor dicho, las Copas, porque en su búsqueda de magnificencia, había encargado un trofeo adicional mucho más grande y ampuloso que la pequeña “Jules Rimet” que se otorgaba al campeón del mundo. En efecto, la “Coppa del Duce” era seis veces más grande que aquella. Si Italia era campeón, debía tener un premio mucho mayor que Uruguay.
Para sorpresa de nadie, el camino de la Nazionale hacia la final estuvo plagado de irregularidades. Partiendo desde la misma eliminatoria: Italia goleó 4-0 a Grecia en Milán incluyendo en su formación a jugadores que, de acuerdo a las reglas FIFA, no estaban en condiciones de vestir la camiseta italiana. Entre ellos, los argentinos Luis Monti y Enrique Guaita, y el brasileño Anphiloquio Marques, a quien se le italianizó el nombre a Anfilogino Guarisi para hacerlo pasar como nativo. La revancha contra los griegos en Atenas nunca llegó a disputarse, bajo el pretexto de que los helenos no creían posible revertir ese marcador. Sin embargo, muchos años después se reveló que el gobierno italiano había comprado una casa para la federación griega a cambio de su renuncia.
Después de aplastar 7-1 a un agotado EE.UU. en su debut, Italia tuvo en España su obstáculo más difícil. Esa llave fue la muestra más clara de la benevolencia arbitral que amparaba a los locales: a España se le invalidó un gol lícito y a la vez se convalidó uno de los “Azurri” en el que se produjo una violenta falta contra el legendario arquero Enrique Zamora. El encuentro finalizó 1-1, y de acuerdo al reglamento, debía jugarse otro partido para desempatar al día siguiente. La violencia de los italianos había dejado un tendal de lesionados, por lo que España debió hacer siete cambios para el segundo partido. La permisividad del árbitro suizo René Mercet con el juego fuerte de los “Azurri” fue tan grosera que tanto él como el belga Louis Baert (referí del primer partido) fueron expulsados del torneo. Con un gol de Giuseppe Meazza, Italia avanzó a semifinales, donde terminaría venciendo 1-0 a Austria, también con ayuda arbitral. “Es imposible ganar en el ambiente que han preparado. Hay que resignarse y dejar que los azules se queden con el título”, resumió el DT austríaco.
La final contra Checoslovaquia despertó enorme expectativa. Mussolini “alentó” a los jugadores en la previa a dejar todo, aunque con tono amenazante. Para colmo, Checoslovaquia se puso en ventaja a falta de 20 minutos para el final, pero el argentino Raimundo Orsi logró el empate poco después. Y ya en el minuto 95 de la prórroga, Ángelo Schiavo marcó el gol de la victoria y el triunfo italiano. Los jugadores de la Nazionale celebraron más por el alivio que por la alegría de haber ganado. El argentino Luis Monti, que había vivido una presión similar jugando la final del Mundial 1930 para Argentina, lo resumió en pocas palabras: “en 1930, en Uruguay, me querían matar si ganaba. Cuatro años después, en Italia, me querían matar si perdía”. Para su fortuna, en ambas oportunidades, el destino le salvó la vida.
Irrepetible
El argentino Raimundo Orsi, autor del gol del empate italiano en la final contra Checoslovaquia, fue protagonista de una curiosa anécdota posterior al título. Debido a que ningún fotógrafo había podido captar la escena de su gol, se lo convocó a una sesión de fotos al día siguiente en el estadio para reproducir ese momento. Sin embargo Orsi (vestido para la ocasión con la vestimenta de la Nazionale) no pudo repetir su definición a pesar de múltiples intentos, por lo que los fotógrafos se quedaron sin poder inmortalizar la escena.
Tanto viaje para nada
La eliminatoria entre México y EE.UU. se jugó en Italia, por lo que los mexicanos (que perdieron 4-2) debieron soportar una larga travesía en barco de ida y vuelta, y ni siquiera jugaron el Mundial. A los estadounidenses no les fue mucho mejor: tres días después, agotados por el viaje y el partido contra los mexicanos, fueron goleados 7-1 por Italia y quedaron eliminados.
“Pasado de rosca”
En la escuadra italiana había cuatro argentinos: Raimundo Orsi, Enrique Guaita, Atilio Demaría y Luis Monti. Se dice que los cuatro habían jurado que, en caso de tener que enfrentar a Argentina, no jugarían. Monti había disputado la final con Argentina cuatro años antes en Uruguay, por lo que se convirtió en el único jugador en jugar dos finales mundiales con dos seleccionados distintos. Lo curioso es que, mientras en la definición contra los “charrúas” jugó condicionado por amenazas contra él y su familia, en la final contra los checoslovacos estaba tan “pasado de rosca” que el propio Benito Mussolini bajó al vestuario en el entretiempo a recriminarle la cantidad de faltas que estaba cometiendo. El “Duce” le advirtió que el árbitro sueco Ivan Eklind estaba “colaborando” con la causa italiana y que solo por eso no le había cobrado un penal en contra, pero que si seguía así le iba a dificultar el trabajo. En el complemento, Monti mejoró mucho su comportamiento.
Mejor tarde que nunca
El goleador del torneo fue el checoslovaco Oldrich Ejedly, con cinco tantos. Lo curioso es que fue reconocido como tal 72 años después, cuando una investigación de la FIFA reveló que había hecho cinco goles y no cuatro. Hasta entonces, compartía el crédito con el alemán Edmund Conen y el italiano Angelo Schiavo. Desde 2006, se rectificó a Ejedly como único goleador de Italia 1934.