Al igual que a la mayor parte de sus compatriotas, el fútbol no le interesaba al periodista estadounidense Ken Bensinger. Pero sí seguía la cartelera de los poderosos y le daba curiosidad el enriquecimiento llamativo de un dirigente de su país. Ese olfato colocó a Bensinger en una posición inmejorable para, tras el estallido del FIFAgate en 2015, escribir “Red card” (“Tarjeta roja”, Planeta), un libro traducido a varios idiomas y publicado en distintos países, menos en la Argentina, algo que el autor no comprende dado lo que significa aquí ese deporte, y las numerosas conexiones del caso de corrupción con la dirigencia y el empresariado domésticos.
“La FIFA es corrupta y sucia, y cada cuatro años se limpia con un Mundial”, dice este integrante de la Redacción de The New York Times desde Los Ángeles, California, en una entrevista remota con LA GACETA. Bensinger hace ese comentario tras evaluar que, si bien a él le atrae más la biografía de Diego Maradona, es consciente de lo que genera Lionel Messi. “Se puede decir que Messi es uno de los futbolistas más talentosos de la historia y que todo el mundo está pendiente de qué va a pasar con él en Qatar. Esto me hace pensar en lo irónico del FIFAgate y de mi libro: sabemos que mucho de lo que vemos en un Mundial está comprado de una manera que no se debe. Sin embargo, olvidamos el enojo y la frustración por la fiesta de la pelota. Estoy seguro de que esto va a pasar otra vez. Qatar es una representación viva de la corrupción: se jugará en un símbolo de eso, pero igualmente estaremos enloquecidos y enamorados del fútbol”, reflexiona.
- Una vez que “Tarjeta Roja” vio la luz, ¿cómo cambió tu vida? ¿Qué te significó desde lo periodístico y desde lo profesional? ¿Esperabas una respuesta de esa naturaleza?
- Para la investigación del libro tuve la posibilidad de viajar y de conocer a mucha gente de muchos lados. Tengo familia en la Argentina, pero, además, fui a otros países para empaparme sobre el tema y hablar con la gente que lo conocía. Este libro me dio en general un alcance más amplio. Algo en lo que me cambió es que hice amigos en Ecuador, Perú, España, Alemania, y gran parte del mundo. Fue una experiencia muy internacional y globalizada. Antes de eso llevaba ya 20 años de periodismo: incluso estuve viviendo fuera de los Estados Unidos y nunca me tocó un tema con tanta llegada. Haber escrito el libro me abrió puertas que antes estaban cerradas, como meter el dedo en la industria del cine. Aprendí que en Hollywood hablan de hacer muchos proyectos en un sinfín de juntas, pero son pocas las veces que los realizan. Y ahora está el documental sobre el FIFAgate de Netflix en el cual estoy participando, que aún carece de fecha de lanzamiento, pero que ojalá sea presentado antes del Mundial. Esto también sucedió gracias al libro.
- Contanos cómo llega el tema a tus manos. ¿Por qué te tocó esto?
- Soy estadounidense. Crecí en Seattle, una ciudad ubicada al noroeste del país, casi en el borde con Canadá. Nunca jugué al fútbol de niño ni nada por el estilo y como periodista llevo trabajando unos 24 años. Viví en México durante un tiempo: escribí sobre economía, política, corrupción y un poco también sobre deporte, pero no tanto, no soy periodista deportivo. En 2014, antes del Mundial de Brasil, estaba trabajando en una plataforma digital de periodismo, que se llama Buzzfeed, que recién empezaba, y mi jefe me preguntó qué ideas de notas tenía. Ahí se me ocurrió hacer un perfil sobre Chuck Blazer, que fue un dirigente estadounidense de la FIFA, un miembro del Comité Ejecutivo con una actuación significativa, quizá la más importante de alguien de este país en la historia del fútbol internacional. Lo que era evidente a partir de lo poco que existía publicado sobre él es que se trataba de un hombre muy corrupto. Entonces, empecé a investigar su trayectoria, que era de película: provino de una familia común y corriente, que no tenía muchos recursos y se hizo solo en un deporte al que nadie le prestaba atención en este país. En la Argentina, el fútbol es constante y omnipresente, pero en los Estados Unidos la gente vive ajena al fútbol. Blazer reconoció en ese deporte algo que nadie más en el país reconocía, y, en poco tiempo, pasó de nunca haber visto ni un partido en su vida, de no conocer una pelota, a ser uno de los hombres más importantes en el país y, después, en el mundo del fútbol. Pero su carrera demostraba que él tomaba cualquier oportunidad para enriquecerse: un hombre sumamente sucio en cuestión de ética y moralidad, que aceptaba muchos sobornos.
- ¿Qué pasó con la propuesta del perfil?
- Se publicó en 2014, en vísperas del Mundial de Brasil. Creo que fue la primera vez que alguien se tomaba tiempo para investigar a ese señor. Un año después, en mayo de 2015, se dieron los ahora famosos arrestos de los ejecutivos de la FIFA en Zurich (Suiza), a petición del FBI y del Departamento de Justicia de Estados Unidos. Poco después, el Gobierno estadounidense anuncia que uno de sus informantes más importantes, uno de los delatores más importantes, había sido nada menos que Chuck Blazer. A partir de eso, la nota que yo escribí explota y se vuelve viral: todo el mundo quiere leerla y hay mucho interés de repente. Yo, que no soy experto en el tema, me convierto en experto en el FIFAgate. Se acerca gente del mundo del cine y de la industria editorial, y me ofrecen hacer una investigación para un libro, propuesta que acepté y a la que dediqué más de dos años.
- ¿Qué cambia en la matriz de la FIFA a partir del ingreso de João Havelange?
- Es un momento clave en la historia de la FIFA. En 1974, Havelange derrota al inglés Stanley Rous y es elegido su primer presidente no europeo. En esa época aparece una nueva sensibilidad sobre la misión de la FIFA. Havelange es un abogado; un hombre de negocios; su familia tiene una empresa de transporte muy grande en Brasil y, también, una de armas. A Havelange le gusta ganar dinero, piensa que sabe ganarlo y advierte que la FIFA, una organización que casi no tenía plata en ese momento, podía ser una fuente importante de recursos. Así establece una conexión relevante con el hijo del fundador de Adidas, Horst Dassler, que era quien controlaba la empresa en esa época: un genio del marketing en busca oportunidades para expandir su marca. Juntos ven un nuevo perfil de negocios para la FIFA, que le reporte ingresos más allá de la venta de entradas para los partidos.
- ¿Cómo era el modelo económico de la FIFA y del fútbol hasta entonces?
- Antes de los años 70, casi todo el dinero que ganaba la FIFA procedía de las entradas. Los otros ingresos quedaban en el ámbito local. Havelange centraliza el deporte y sus réditos, y empieza a vender oportunidades de patrocinio a empresas como Coca Cola, las líneas aéreas, etcétera. Al mismo tiempo, se produce un cambio tecnológico muy importante porque la televisión a color por cable codificado empieza a llegar a todo el mundo, con transmisión instantánea. En paralelo, se desarrolla el concepto de derechos del fútbol para dar la exclusividad de la transmisión a los canales que los compraran. Además de los derechos de patrocinio, la FIFA empieza a vender los derechos de televisión y eso produce una bomba de dinero que convierte a la FIFA en una de las federaciones deportivas más ricas del mundo, sino la más rica.
- ¿Cuál era la letra chica de esa bonanza tan arrolladora?
- Esos progresos basados en una visión capitalista de la FIFA tienen un lado negro. Resulta que Dassler no quiere competir con nadie, entonces, empieza a pagar sobornos a Havelange y a otros dirigentes para asegurarse sus privilegios. A finales de los años 70, más o menos en el momento en el que la Argentina tiene su Mundial, empieza la tradición de pagar a los dirigentes de la FIFA y de las federaciones. Desde esta perspectiva, podemos ver que el padre de todos los sobornos de la FIFA fue Havelange mismo, que plantó la semilla para una cultura que creció de manera tremenda.
- El caso FIFAgate tiene condimentos argentinos interesantes, ¿podrías resumir esos ingredientes?
- El primer Mundial del mandato de Havelange fue el de Argentina 1978. Se trata de una Copa muy controvertida porque transcurre durante la dictadura y mucha gente quiere boicotear la sede. Pero Havelange apoyó el Mundial, y se sentó en las butacas con (Jorge Rafael) Videla, (Emilio) Massera y los demás militares que controlaban el país. Eso se leyó como el reconocimiento oficial del fútbol hacia el entonces gobierno de facto de la Argentina. Comenzó ahí el patrocinio que mencioné: Coca Cola y otras marcas estaban ahí por primera vez en un Mundial, algo que siguió creciendo. Con la llegada de Maradona, la Argentina toma un papel más importante en el fútbol internacional, y al mismo tiempo, Julio Grondona es elegido presidente de la AFA. Las carreras de Maradona y Grondona empiezan más o menos en el mismo momento. Grondona llega a ser uno de los hombres más poderosos del fútbol mundial: la mano derecha de Joseph Blatter, presidente luego de Havelange. Es un hombre que encabezó el Comité Financiero de la FIFA, entonces, el que controlaba el dinero. Es súper respetado y temido porque no negocia, sino que consigue lo que quiere. Mucho tiempo después, se descubre que recibió cantidades muy importantes de sobornos en los treinta y pico de años que dirigió la AFA. Por otro lado están los empresarios argentinos que hacían pagos indebidos a Grondona y otros dirigentes sudamericanos para conseguir los derechos televisivos, entre ellos, Alejandro Burzaco, de Torneos y Competencias. Burzaco se arrepintió y confesó a la Justicia estadounidense haber gastado más de U$S 150 millones en sobornos. Otros argentinos están acusados de delitos, pero nunca fueron extraditados. Hay un padre y un hijo de apellido Jinkis (Hugo y Mariano), que tenían una empresa denominada Full Play, que competía con Torneos y Competencias por conseguir derechos, y otros dirigentes de FIFA, AFA y Conmebol. Podemos decir que la Argentina y Brasil son los dos países sudamericanos más involucrados en la máquina de dinero de la FIFA.
- Si Grondona estuviera vivo, ¿habría ido a prisión?
- Grondona fallece de un aneurisma en 2014, luego del Mundial de Brasil. Menos de un año después, la Justicia arresta a mucha gente de la FIFA. Es evidente que Grondona fue el centro de la investigación, una de las dos o tres figuras más importantes. Es difícil saber si lo hubieran atrapado, pero lo más probable es que sí, porque los primeros arrestos en Zurich tuvieron lugar en un hotel que alojaba una actividad de la FIFA a la que típicamente asistía Grondona como vicepresidente y miembro del Comité Ejecutivo. Si hubiera estado vivo, para mí habría estado en ese hotel. Ahora bien, si no viajaba, habría sido más difícil arrestarlo porque la Argentina no extraditó a los acusados en este caso.
- ¿Qué te sugiere el Mundial de Qatar: es una continuidad de estos sótanos que tiene el FIFAgate o de verdad hay ahí una regeneración, como dicen las autoridades qataríes, y el presidente actual de la FIFA, Gianni Infantino?
- En cierta manera, lo que vemos en Qatar es una reliquia: un legado de la antigua administración de la FIFA. Esa sede se eligió en 2010, cinco años antes de que el mundo supiera de la investigación estadounidense y cuando Infantino no tenía nada que ver. Qatar gastó cantidades enormes de dinero desde entonces para demostrar al mundo que tiene las manos limpias, pero hay muchos indicios de que esto no es así. Inclusive, en la primavera de 2020, la Justicia de Estados Unidos publicó una acusación directa de que Qatar pagó sobornos para quedarse con la sede del Mundial. No dieron detalles más que decir que Grondona, Ricardo Teixeira y Nicolás Leoz recibieron esos sobornos. No sabemos hasta dónde más llegan. La Justicia también dijo que Rusia pagó sobornos. Hay muchas pruebas de que es un Mundial comprado por Qatar. Ciertas versiones refieren que Infantino es un presidente comprado: él está viviendo actualmente en Qatar y sus hijos van a una escuela privada pagada por el Gobierno catarí. Tengo mis dudas sobre lo que dice Infantino, porque lo veo en una posición muy comprometida con Qatar.
- Tu trabajo sigue la línea de otras investigaciones, como la de Andrew Jennings, que en sus libros, por lo general, es pesimista. Él creía que siempre los cambios que se anunciaban, los procedimientos de limpieza, o las formas de autocontrol, en realidad eran netamente ficticias, que las matrices corruptas seguían. ¿Qué opinás de esto?
- Antes que nada, quisiera decir que conozco a Andrew, quien falleció el año pasado, y que lo extrañamos mucho. Era un pionero en el mundo de la investigación periodística deportiva: fue muy valiente, hizo cosas que nadie más quería hacer en ese momento, sufrió castigos y aislamiento. Todos reconocemos la importancia de su obra. Es cierto que él tenía una actitud muy pesimista sobre el futuro del fútbol y del deporte en general. Su visión se basaba en la idea de que, cuando hay mucho dinero y poco control, es muy difícil que las cosas sean limpias. La corrupción siempre se va a presentar si no hay gente o un sistema para controlar, y en ese aspecto estoy de acuerdo con él. Desde el estallido del FIFAgate he visto que la FIFA ha hecho lo mínimo posible para cambiar su cultura: muchas relaciones públicas y poco cambio en cuestión de estructura. Cero interés en que haya supervisión de otra organización, de una auditoría, nada de eso. Cuando un patrocinador dice que quiere más transparencia, la FIFA sabe que siempre hay otro patrocinador que va a pagar igual o más, y no preguntará tanto. Veo una organización cerrada, que quiere que las cosas queden igual. Cuando mueves tanto dinero, atraes a todas las ratas.
Un “tatengue” aficionado a Maradona
Ken Bensinger dice que su investigación sobre la FIFA y su familia argentina terminaron imponiéndose, y se enganchó con el fútbol. A la distancia sigue el derrotero de Unión de Santa Fe. “Soy ‘tatengue’. La última vez que fui a la cancha, River nos ganó 5 a 1”, lamenta el periodista de The New York Times. En el fondo de la oficina de Bensinger se destaca, además, un póster de Diego Maradona con la indumentaria de Boca.