“Una línea curva es la distancia más hermosa entre dos puntos”, postuló la provocativa actriz y dramaturga Mae West, en enero de 1934.
Quizás con esta idea se inspiró el célebre arquitecto, urbanista y paisajista francés, Carlos Thays, para diseñar las elípticas avenidas del Parque 9 de Julio.
Los trazados curvos se repiten en numerosas creaciones de Thays, la mayoría realizadas en Argentina, donde se radicó y vivió la segunda mitad de su vida, hasta su fallecimiento en 1934, el año en que West definió la distancia más hermosa entre dos puntos.
Thays diseñó más de 250 obras, entre parques, reservas naturales, plazas, plazoletas, “avenidas verdes”, jardines públicos y residenciales, y parques de estancias privadas. Hizo además algunas obras relevantes en Uruguay.
En Tucumán también intervino en la creación de la Reserva Nacional Aconquija (Parque Nacional desde 2018), una idea pensada por Miguel Lillo en 1914, o quizás antes, pero hecha pública ese año.
Buena parte de los parques principales de las ciudades argentinas fueron creados por Thays, como el Parque 3 de Febrero (Bosques de Palermo) de Buenos Aires; el Parque Sarmiento en la ciudad de Córdoba; el Parque Independencia, en Rosario; el Parque San Martín, en Mendoza; el Parque 20 de Febrero, en Salta; o la plaza Colón, en Mar del Plata.
El Parque 9 de Julio fue inaugurado en 1916, como parte de las celebraciones por el centenario de la Independencia, aunque el proyecto se había completado en un 50%, en la llamada mitad norte. Faltaba terminar la mitad sur, que nunca llegó a concretarse.
Las fracciones norte y sur se dividían por lo que hoy es la avenida Benjamín Aráoz.
El Parque formó parte de decenas de creaciones de la época dorada de la provincia, denominada de la generación del centenario, y que incluyó gran parte de los edificios históricos más emblemáticos, parques, plazas, rutas, avenidas y servicios públicos de vanguardia para la época.
Cronología de un saqueo
El Parque 9 de Julio fue y es uno de los mayores latrocinios o fraudes en la historia de la provincia, sólo superado por otros hechos trágicos como el cierre de 11 ingenios, en 1966; la deforestación del piedemonte tucumano autóctono, para urbanización y cultivo; o la devastación y contaminación de los principales ríos, sobre todo el Salí.
La idea del parque fue impulsada por el médico sanitarista y político Alberto León de Soldati, quien en 1898 presentó en el Parlamento argentino el primer proyecto para su creación, bajo el lema “gobernar es sanear”.
Dentro de la corriente del “Higienismo’’, los gobiernos liberales en Tucumán de hace un siglo desarrollaron políticas para mejorar las deterioradas condiciones de salubridad de la ciudad mediante la instalación de agua corriente, cloacas, iluminación en las calles y control de basurales.
Uno de los principales objetivos de ese espacio verde apuntaba a desecar y rellenar los terrenos pantanosos de la zona este de la capital, que constituía uno de los focos palúdicos y de otras endemias.
Otro de los objetivos centrales era purificar el aire con la forestación de los pantanos y así evitar la proliferación de epidemias.
Como senador nacional, Soldati logró la aprobación de varias leyes que permitieron expropiar los terrenos donde luego se construiría el parque.
El trabajo se le encomendó a Thays y el diseño original contemplaba 400 hectáreas (60 hectáreas más grande que el Central Park de Nueva York), en un rectángulo casi perfecto, que iba desde lo que hoy son las avenidas Gobernador del Campo, al norte, hasta Pedro Miguel Aráoz -continuación de la Roca-, al sur. Y desde las avenidas Soldati (De los Próceres)-Brígido Terán, al oeste, hasta las avenidas Coronel Suárez/Silvano Bores, al este. Eran aproximadamente 30 cuadras de largo por casi diez de ancho.
No transcurrió mucho tiempo después de la inauguración cuando la mitad sur inconclusa, cuyos pantanos ya habían sido secados, rellenados con tierra y césped, empezaron a ocuparse para otros propósitos.
El aeropuerto, que funcionó en ese predio hasta la década del 80, cuando fue mudado a Cevil Pozo, surgió más o menos por casualidad.
Los tucumanos vieron un avión por primera vez en 1911, cuando el piloto Marcelo Paillette decidió aterrizar en el césped de esa zona del parque que se estaba construyendo.
Luego se sucedieron los aterrizajes y los despegues hasta que en 1919 se creó el Aero Club Tucumán, que luego pasó a llamarse Aeródromo Benjamín Matienzo. Fue casi el comienzo del fin de esa mitad del parque.
En la actualidad, esas 200 hectáreas arrebatadas al principal espacio verde de la ciudad están completamente ocupadas. Se construyeron varios barrios sobre los sectores este y sur, el hipódromo, la nueva Terminal de Ómnibus, un shopping y un supermercado, la Facultad de Educación Física de la UNT, cinco escuelas, reparticiones públicas como la Comisaría 11, un Caps, la Dirección Provincial del Agua, el Conservatorio de Música, la Dirección de Emergencias Sanitarias, el Centro de Innovación e Investigación (CIIDEPT), la Dirección de Recursos Hídricos, y la Dirección de Minería, entre otras oficinas públicas.
También se instalaron allí más de una decena de clubes, entre ellos, Natación y Gimnasia, Los Tarcos, Club Hípico, Argentinos del Norte, Cardenales, Tiro Federal o Lince, además de tres iglesias, tres hogares de asistencia social, cuatro fundaciones y numerosos comercios, de todos los rubros y dimensiones.
La agonía de lo que queda
La otra mitad del parque, la que hoy conocemos todos, también fue sistemáticamente abusada, saqueada, deforestada y urbanizada.
De esas 200 hectáreas hoy quedan 189 por el avance del pavimento en su circunferencia.
El paseo actual poco tiene que ver con lo que era hace 81 años, cuando en 1941 fue declarado Monumento Histórico Nacional, y también quedó trunco el trámite para proclamarlo Patrimonio de la Humanidad, algo que hoy resulta risible, pero que hace algunas décadas era bastante factible.
La página oficial del gobierno, en su anexo de turismo, define a este espacio como el “pulmón de la ciudad”, concepto que ya debería reformularse.
De las 200 hectáreas originales, se estima que hoy quedan menos de 70 “de verde” y en paulatino descenso.
Se construyó un enorme hospital psiquiátrico sobre avenida Benjamín Aráoz, que luego se transformó en instalaciones de la UNT, con tres facultades (Psicología, Filosofía y Letras, y Odontología), además de dos centros médicos, departamentos, institutos y otras oficinas. Se trata de un predio de unas dos hectáreas a la que año tras año se le agregan más edificaciones.
Casi el mismo tamaño tiene el espacio que se le cedió al Club Lawn Tennis, al igual que el terreno que ocupa el Complejo Tercer Centenario, con enormes tribunas y un club de sóftbol.
Otro 20% del parque original se lo destinó al autódromo y al Palacio de los Deportes, destruidos y abandonados hace más de dos décadas.
El avance del hormigón incluye a varias instalaciones municipales, como la Escuela de Jardinería, la Casa de la Cultura, la Dirección de Espacios Verdes, o el Complejo Municipal de Contención Social, entre otras edificaciones, entre ellas el camping municipal.
¿A quién se le habrá ocurrido hacer un camping en el principal parque de la ciudad? ¿Alguien imagina un camping en los Bosques de Palermo o en el Central Park?
A la ola de cemento también deben sumarse cuatro extensos locales gastronómicos.
Anchas y peligrosas avenidas
El lago San Miguel es otro espacio abandonado que supo ser un orgullo de la ciudad. Cada tanto intenta rescatarse con limpieza y mejoras, aunque no perduran demasiado.
La falta de higiene y educación de la gente aportan bastante a esta decadencia, además de los robos de luminarias, cables, estatuas, plantas y flores. Cada año se reponen, en promedio, la mitad de las rosas sustraídas del Rosedal.
El trazado vial del parque es hoy quizás el mayor o el más urgente problema y que se agrava a medida que crece la ciudad.
Originalmente concebido como recorridos de paseo y esparcimiento en contacto con la naturaleza, hoy esas calles se han convertido en transitadas avenidas.
Hace tiempo han dejado de ser esas hermosas curvas entre dos puntos.
“Arterias congestionadas, ruidosas y contaminadas, de tránsito peligrosísimo, donde los vehículos circulan sin límite de velocidad y en diferentes direcciones, con cruces que incluyen hasta cinco accesos y todos de doble mano”, se consignó en un reciente editorial.
Los conductores utilizan el parque para acortar distancias, sin semáforos y a toda velocidad.
El sector suroeste, frente a la Terminal, ya casi sin árboles, es un constante embotellamiento de autos, motos, colectivos y camiones. Y el sector noroeste sigue el mismo camino.
No es necesario ser Nostradamus para anticipar que al concepto original del Parque 9 de Julio le quedan a lo sumo tres o cuatro décadas.
Esta es la historia de uno de los mayores fraudes que los tucumanos se hicieron a sí mismos. De haber proyectado uno de los parques más hermosos y grandes del mundo -está documentado-, lo convertimos en un complejo de rápidas avenidas, edificaciones públicas y privadas y construcciones abandonadas.
Todo tiene solución menos la muerte, sostiene el refrán. Pero es un asunto que siempre le quedó grande al municipio, incluso a la provincia.
Demoler todo lo que pueda demolerse, mudar todo lo que pueda mudarse, reforestar, restringir fuertemente el tránsito vehicular y mejorar la seguridad serían algunas de las medidas más sensatas. Para ello harían falta políticos que tomen decisiones, o más precisamente, políticos que tomen las decisiones contrarias a las que vinieron tomando las últimas décadas.
Una mitad del parque ya se ha perdido para siempre. La otra mitad se está perdiendo de a poco. Aún hay tiempo, si se quiere, para revertir en parte una de las mayores estafas de la provincia.