La Municipalidad de la capital anunció una serie de obras tendientes a rejerarquizar al maltratado Parque 9 de Julio, entre ellas, la limpieza del emblemático lago San Miguel. Además del saneamiento del espejo de agua, informaron que se colocaron impermeabilizantes a las piedras de los bancos y al cantero principal, y que se retiró una gran cantidad de residuos del sector.

También se pintó la cabina de sonido utilizada para la puesta en escena del show multimedia “Batalla de Tucumán-Los Decididos de la Patria”, que se repone todos los domingos en el lago y se colocaron cinco rampas para discapacitados en distintos sectores del paseo.

Si bien es elogioso que el municipio encare este tipo de trabajos en el espacio verde más importante de la capital, por historia y extensión, entendemos que las obras de mantenimiento, mejoras y jerarquización no cuentan con la frecuencia y la intensidad necesarias, considerando las enormes demandas que acusa el parque.

Un paseo que supo tener rango internacional, inaugurado en 1916, hace 106 años, y diseñado por el célebre paisajista de origen francés, Charles Thays, quién también estuvo a cargo del diseño de otros parques similares como el Parque 3 de Febrero (Bosques de Palermo) de Buenos Aires, el Parque Sarmiento en la ciudad de Córdoba, el Parque Independencia en Rosario y el Parque General San Martín en Mendoza.

Desde sus inicios los tucumanos hemos maltratado al parque sistemáticamente. Para empezar, de las 400 hectáreas destinadas a ese espacio (60 hectáreas más que el prestigioso Central Park de Nueva York), la mitad sur nunca fue completada, que es el sector que hoy ocupan la Terminal de Ómnibus, el ex aeropuerto, el hipódromo, la Facultad de Educación Física de la UNT, y tres clubes deportivos, entre otras instalaciones.

Sobre la mitad que sí logró completarse como parque, el sector norte, también los espacios verdes fueron perdiendo terreno paulatinamente, cediendo superficie a tres facultades de la UNT (antes un hospital psiquiátrico), un club de rugby y tenis, un autódromo, un estadio deportivo, el Complejo con tribunas Tercer Centenario, un club de sóftbol, cuatro locales gastronómicos y varias instalaciones municipales, como la Escuela de Jardinería, la Casa de la Cultura, la Dirección de Espacios Verdes, o el Complejo Municipal de Contención Social, entre otras edificaciones. Si a esta sangría de verde se le suma que su trazado vial, originalmente concebido como recorridos de paseo y esparcimiento en contacto con la naturaleza, incluidos los vistosos Mateos tirados por caballos, ya desaparecidos, hoy esas calles se han convertido en transitadas avenidas.

Arterias congestionadas, ruidosas y contaminadas, de tránsito peligroso, donde los vehículos circulan sin límite de velocidad y en diferentes direcciones, con cruces que incluyen hasta cinco ingresos y todos de doble mano. Es evidente que el municipio tiene mucho más por hacer que sólo limpiar el lago. Una mitad del parque ya se ha perdido para siempre, y la otra mitad se está desnaturalizando poco a poco.

Debería recuperarse el entorno natural, reforestando los sectores que han perdido verde y arbolado en general, demoler instalaciones en desuso, mudar otras que sean factibles de ser trasladadas a otras zonas de la ciudad, ordenar el tránsito y restringir fuertemente la circulación vehicular, mejorar la iluminación y, finalmente, incrementar sensiblemente la seguridad, para evitar el vandalismo, los robos de artefactos y plantas, y obligar al vecino a conservar la higiene.