Parecen amos y señores dentro de los clubes. Y como tales, es como si hicieran lo que quisiesen. Y son muy pocos los que pueden enfrentarse con ellos, y por lo tanto, la dirigencia elige en muchos casos la connivencia, hacer la vista gorda, transar. La muerte de Manuel Alejandro “Berenjena” López el lunes a la noche, a dos horas de que comience el partido del año más esperado por los hinchas de San Martín es sólo un capítulo más dentro de una práctica que ya está tan enraizada en el fútbol y que, como ya nos pasa cada vez más seguido a los argentinos, no da lugar ni para la sorpresa. Llevados adelante por la pasión y por el dinero, sobre todo por el dinero ya que el fútbol es un enorme negocio, el encuentro con Belgrano en La Ciudadela se jugó, literalmente, como si nada hubiera pasado. Si como mientras los enardecidos cirujas recibían a los “piratas” cordobeses para engrosar sus sueños de ascenso, lo que estaba tirado a tan solo una cuadra con un tiro en la cabeza hubiera sido basura y no el cuerpo de una persona. Geraldine Salazar, la representante legal de la familia de López, no tuvo dudas: “están inventando cosas para cuidar al club. Esa zona es liberada, no ponen la vigilancia que tiene que haber. Hay bebidas y lo que sea. Estoy segura de que el asesino entró a la cancha, vio el partido y se fue. Existen las subvenciones para que persistan las barras y estos asesinos. No hay barras sin complicidad de la dirigencia” ¿Alguien de la Justicia investigará sus dichos?
Estas lacras que se disfrazan de hinchas están enquistadas. Nada tienen que ver con quien mes a mes paga la cuota del club, más la entrada a la cancha para ver al equipo de sus amores. Al que sufre o ríe sinceramente ante los altibajos de los colores que lo apasionan. A los barrabravas se los ve como el “folclore”. Los que más cantan, los que ponen los redoblantes, los que llevan los “trapos”. Pero detrás de la parafernalia, lo único que los mueve es el dinero ilícito. Y ya no se trata sólo de poner el foco en San Martín. Son todos los clubes en los que estos violentos son mano de obra desocupada al servicio de quien quiera emplearlos. Lo que sucedió en los últimos días en los partidos que se disputan por la Liga de fútbol provincial es un ejemplo de ello: árbitros, jugadores, dirigentes e hinchas fueron blanco de estos salvajes. Hubo un caso que se comentó en el ambiente del rugby hace poco. Tucumán, una de las provincias más fuertes de ese deporte, iba a ser sede de uno de los partidos de Los Pumas contra Escocia. Pero los dirigentes de la Unión Argentina de Rugby huyeron espantados cuando se enteraron de que la barra de Atlético Tucumán, en cuyo estadio se iba a disputar el encuentro, se iba a “encargar” de la seguridad exterior y del cobro del estacionamiento. Ya habían tenido problemas la última vez que el seleccionado argentino había venido a jugar a Tucumán. Los partidos contra Escocia se disputaron en Salta, Jujuy y Santiago del Estero y miles de tucumanos tuvieron que verlos por televisión. ¿Y cuáles son los negocios que manejan los barras? De todo: venta de entradas, cobro de estacionamiento, venta de alcohol dentro de la cancha, comercialización de indumentaria, pero también venden droga, hacen de seguridad privada en los partidos y hasta resguardan a los dirigentes en caso de que estos tengan problemas, todo por un precio.
Ayer el ministro de Seguridad, Eugenio Agüero Gamboa, aseguró que el crimen de López se había cometido fuera del anillo de seguridad. ¿Cuánta distancia hay entre la cancha y el lugar en el que mataron a “Berenjena”? Ciento veinte metros. ¿Cómo es posible que a una cuadra de la cancha, a escasos 200 pasos, por donde transitaban miles de personas camino al estadio, familias enteras, mujeres con bebés en brazos, no hubiera operativo de seguridad entonces? No suena lógico. Quiere decir además que esa falta de presencia policial en un evento que congregó a 30.000 personas permitió, por ejemplo, la venta de drogas o de entradas en forma clandestina a pasos de la cancha. Pero eso no es lo peor. Esa misma falta de vigilancia propició que el asesino circulara sin problemas, se repite, a 100 metros del estadio, con una pistola amartillada con la cual literalmente ejecutó a López de un tiro en la nuca. La víctima, según dijeron en Tribunales y en la Policía, tenía en su poder marihuana y “papelitos” de lo que en principio sería “paco”. Y fue ajusticiada justamente por intentar vender las entradas “en el lugar que no le correspondía”.
Hace unos meses, a Javier Mascherano le preguntaron por este flagelo. “El fútbol refleja la cultura y nos muestra tal cual somos. No aprendimos. Nos seguimos engañando con que esto va a cambiar por un milagro pero si no cambiamos como sociedad, no va a cambiar”, dijo.
Hoy ya no es un enfrentamiento entre facciones de una misma barra. Es una pelea a muerte dentro de un mismo grupo, en este caso, “La banda del camión”. ¿Estarán presentes sus integrantes en el Mundial de Qatar, tal como pretendieron hacerlo en Sudáfrica 2010? ¿Será por eso que el dinero de la reventa de entradas terminó con un asesinato?
Pero para que estos delincuentes sigan activos, alguien tiene que protegerlos. Y es allí donde buena parte de la dirigencia política debería hacer mea culpa. Las barras actúan como fuerza de choque en los actos políticos. Siempre hay un redoblante con los colores de un club de fútbol. Alguien los protege. Y se repite, hoy le tocó a San Martín, otra vez, pero los líderes de la barra de Atlético purgan o purgaron penas incluso por homicidio. No se trata de los colores.
Pasaron 21 años desde que la misma barra a la que pertenecía “Berenjena” y quien lo mató protagonizó una emboscada a metros de la cancha de San Martín y mató a Luis Gerardo Caro, un adolescente que había ido a ver a Atlético durante un clásico amistoso. Intervinieron la Policía y la Justicia; hubo condenas; se prohibieron partidos entre ambos equipos y los dirigentes de turno prometieron combatir a estos delincuentes. Hoy las banderas de “La banda del camión” siguen en las tribunas de San Martín como si nada hubiera pasado.