El fútbol, pasión de multitudes, es también un termómetro social en la provincia y en el país. Todo lo que sucede en las calles se refleja dentro y fuera de los estadios. El nivel de violencia va creciendo en un año mundialista en los cuales normalmente se multiplican las agresiones y las amenazas por el reparto de dinero y favores para viajar a “alentar” a la Selección. Las crisis institucionales también repercuten en las dirigencias de los clubes. Cada vez son más los pesos pesados que no resisten al poder de la pelota.
Racing se consagró campeón después de 35 años, en diciembre de 2001, cuando el país estaba en llamas. La Academia necesitaba un punto para dar la vuelta olímpica. Fernando de la Rúa, antes de presentar la renuncia, declaró el estado de sitio, por lo que el partido no pudo disputarse. Para tratar de calmar los ánimos, su reemplazante, Ramón Puerta, decidió que el encuentro se terminara jugando el 27 de diciembre. El cotejo se disputó y los de Avellaneda consiguieron el título, pero con Adolfo Rodríguez Saá como presidente.
En Tucumán, 12 años después, la señal de que algo malo estaba por suceder se encendió en un estadio. En diciembre de 2013, hubo una injustificada represión por parte de la Policía en contra de los simpatizantes de Atlético. Fue el primer paso de la huelga de los uniformados tucumanos que derivó en jornadas cargadas de violencia, saqueos y muerte.
En lo que va de julio, la violencia en el fútbol volvió a estar presente. En el mes en el que se profundizó la crisis económica y social del país, hubo incidentes a diestra y siniestra. El más grave fue la emboscada que preparó la barra brava del club Leandro Alem en contra de los simpatizantes de Luján. En el ataque murió Joaquín Coronel (18 años) y entre los acusados aparecen dos hijos del hombre que preside la entidad cuyos barras dispararon contra las personas que compraban las entradas. También hubo incidentes con las facciones de San Lorenzo, Independiente y River.
En Tucumán hubo dos graves hechos y no todos le dieron la importancia que se merecen. Un video viralizado mostró a un hombre que apenas caminaba por la golpiza que había recibido en el estadio de Marapa, en Juan Bautista Alberdi. Al parecer, no hubo denuncia alguna ni trascendió el estado de salud de la víctima. Sí se supo que a los árbitros les robaron todas sus pertenencias del vestuario. Regresaron a sus casas con las ropas que utilizaron para dirigir el cotejo.
El viernes se registró en nuestra provincia otro incidente que tuvo repercusión nacional. “¡Esto es Tucumán! ¡Aquí manda San Martín!”, gritó un sujeto que, vestido con ropa oficial del club de La Ciudadela, se presentó en un domicilio de San José. En ese lugar funciona una peña de Atlanta y allí se econtraban el titular de la agrupación, periodistas partidarios y un dirigente, entre otras personas. Los desconocidos, según la denuncia policial, realizaron disparos con armas de fuego (hirieron en una pierna a uno de los asistentes), le aplicaron un botellazo en la cabeza a otro, se robaron una bandera y rompieron un celular. Una vez desatado el escándalo, el presidente “santo” Rubén Moisello dijo que se había tratado de un “hecho policial” y que no “estuvo vinculado al fútbol ni a lo institucional”. La indiferencia de este tipo de hechos por parte de los directivos sólo logró que las barras tuvieran más poder.
El deporte más popular del país también sufrió, sufre y sufrirá al ritmo de las crisis institucionales. En menos de cuatro meses, dos figuras que parecían intocables tuvieron problemas en los clubes que manejaban a su antojo. Durante más de tres décadas, Marcelo Tinelli transformó en oro todo lo que tocó. Pero fracasó en su paso dirigencial por San Lorenzo. No aguantó los insultos y las amenazas de los socios que lo cuestionaron. Hugo Moyano es uno de los dirigentes gremiales de mayor peso y más cuestionado del país por su accionar al frente del sindicato de los Camioneros. El hombre, considerado por muchos como intocable e incuestionable, sufrió su primer golpe como presidente de Independiente. Su estrategia para mantenerse en el poder no funcionó en el mundo del fútbol y su salida del club de Avellaneda pareciera cantada.
Los tucumanos vivieron una situación similar hace 11 años. Rubén “La Chancha” Ale pasó de ser un barrabrava a ocupar la presidencia de San Martín. En su gestión, el club llegó a lo más alto del fútbol nacional, pero el descenso de junio de 2011 catapultó su salida. A partir de ese momento su suerte quedó sellada hasta que terminó siendo condenado por dirigir una asociación ilícita que lavaba activos provenientes de actividades ilícitas. La pelota no sólo no se mancha, sino que también avisa.
*Este texto fue publicado originalmente el 26 de julio en LA GACETA.